Prólogo

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— Yoongi —susurro con terror.

— Me importa una mierda lo que digas, Hoseok —esa voz grave logro hacer que en unos segundos sintiera pánico, cosa poco inusual en él. Le asustaba demasiado todo de Yoongi—. Espero lo entiendas. Todo lo que pido lo harás y todo lo que digo lo cumplo.

Esos negros ojos inexpresivos lo observaban sin prisa, cómo si tuviera todo el tiempo para apreciar su cuerpo semidesnudo. Le aterraba siendo honesto. No podía soportar cómo se deleitaba con su dolor.

— No lo hagas —pidió cómo pudo.

— Cállate —gruño cómo un perro rabioso—. Debes aprender.

Aprender.

Realmente no pensaba que el termino fuera correcto. Es más, creía que forzar era la palabra exclusiva para todo lo que pasaba con su vida en ese momento.

— ¿Qué tiene esto de enseñanza? —soltó sin pensarlo mucho—. No necesito aprender nada de ti.

La sonrisa que Min le regalo le dio escalofríos. Era extremadamente singular y arrogante.

— No te hagas el tonto, bonito —rio cómo si algo dentro de esa oficina anticuada y obscura fuera realmente hilarante—. Eres mío y tienes una actitud que no permitiré.

La camisa de Yoongi fue arremangada hasta los codos, dejando a la vista sus músculos.

— Si hay una cosa que siempre odie, ha sido que me reten; tú siempre lo haces, pequeño —acarició el mentón del pelinegro y le dio varias corrientes de energía, que fuera de hacerlo sentir vivo lo hacían sentir perdido—. No sabes cuanto me intriga cómo presionas mis botones aún cuando te tengo temblando de miedo.

Solo bastaron unos segundos para que el candente metal en la mano de Yoongi se pegara al costado del virgen abdomen de Hoseok con el propósito de grabar su nombre en él. Presionó por un tiempo entre pataleos del menor hasta que lo quitó y aventó a una esquina de la habitación con un pedazo rosado de piel que quedó colgando.

El escandaloso grito del pelinegro podría haber sido escuchado hasta el pasillo de aquella mansión, pero a Min realmente no le importaba, haría todo lo posible para escuchar sus gemidos de dolor.

— No importa cuanto resistas, Jung —sus manos apretaron con fuerza la mandíbula del menor—. Haré que te doblegues ante mi. Y cuando lo haga lo único que sabrás hacer será complacerme —bruscamente soltó al pequeño que lloraba desconsolado bajo él—. Te enseñare a ser sumiso hasta que solo puedas tener mi nombre en tu mente.

[...]

N/A: Esto es random. Siento que no he hecho mucho este ultimo mes.

SumisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora