Capítulo I: Porque el primer encuentro siempre vale la pena revivirlo.

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Recuerdo haberle visto a los ojos y caer profundamente enamorada. ¿Qué cómo es posible eso? Bueno, una parte de la historia viene atada al primer y último día de verano que estuve por la ciudad y juré no volver. Claro, el accidente con el puente también tiene mucho que ver...

        Bueno, no es tan fácil de resumir como cualquier persona que tiene una historia de amor. Es que se supone que todas las historias de amor se viven alejadas de los espectadores. Entre las sabanas y la piel, o más bien entre mis labios y los suyos. Sólo recordar el día que se fue…

            No me crean nada, escribo esto para no olvidarlo. Para recordar que en algún momento nos reencontraremos. Hay una frase de García Márquez que reza lo siguiente “Si te olvido es porque me acuerdo de ti demasiado bien”. Creo que eso me pasaba. Lo sentía tan vivido que podría ahogarme en cada lágrima, en cada suspiro o en cada palpitación dentro de su pecho.

            En fin, no viniste aquí para leer sobre mi tragedia y sufrimiento con lujo de detalles, estoy aquí para contarte como comenzó y terminó.

            Al principio del verano estaba relajada en la colcha de mi habitación viendo los tablones del techo esperando que en algún momento se entrecruzaran o que cambiaran de color. Obviamente son sólo cosas que imagino.

(Alerta de spoiler: Soy una persona soñadora, siempre esperaba cosas imposibles)

Ese día estaba soleado y fresco. No calurosamente infernal como para no salir ni en paños menores. Regresando a la historia, era normal. Una chica nacida en los ’90, con esperanzas de ser una cantante famosa. Hasta que mi madre subió a mi habitación exaltada y, ciertamente, muy emocionada.

—¡Buenas noticias! —Agitó una carpeta que sabría Dios que portaba—. Ya tenemos que hacer en estas vacaciones de verano.

La miré sin comprender, pero, ella no lo notó. Mi madre era bajita y delgada. Un logro para cualquier persona mayor a los 35 años. Su piel era tersa, pero, en algunos lugares se asperezaba por el trabajo de una vida. Su cara era de facciones prolijas y tanto su barbilla como sus pómulos eran redondeados. Su cabello cobrizo y sus ojos color chocolate hacían que resaltara. Siempre se sentía su presencia en los lugares donde se posaba. No como el padre que no conocí nunca. Sí, eso es otra historia que tengo que contarte luego querido lector. Sé que no es fácil seguirme por la cantidad de cambios que he hecho de párrafo en párrafo, pero, es todo para tu bien y para el mío.

Cuando hablo de tu “bien” me refiero a que sigas cada situación que trato de presentarte como si hubieras estado ahí. Espero lograrlo pronto o por lo menos que tú te comuniques conmigo por medio de e-mails o quizá un mensaje de texto y pueda darte mejor la explicación.

Bien, ya que quedo aclarado el punto, debo proseguir.

Mi madre estaba tarareando y ensimismada tanto que había olvidado cuando fue la última vez que la había visto así.

—Por favor, dime que no vamos de nuevo a visitar a la tía Gertrudis —Le dije— No creo que pueda soportar comer papillas y sopas toda una semana

—Oh, querida, mejor que eso —No sabía que podía ser “mejor que eso”.

Después que mi madre se calmó un poco me tendió la carpeta. No la abrí porque ella me detuvo.

—Antes de que la abras, Ann, quiero que sepas que esto nos hará bien a ambas —Dijo, para luego incitarme a abrirla.

—Te creo, mamá. Sólo espero que de verdad no sea la casa de tía Gertrudis y su hijo Daniel.

Asintió y se sentó en la cama cerca de mí. Yo sonreí. De verdad que quiero mucho a mi madre, sé que no es la mejor persona del mundo, sin embargo, la quería mucho. Mucho más de lo que me quería a mí misma.

I love itDonde viven las historias. Descúbrelo ahora