2. Slow Dancing

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Los bailes y las fiestas de las rosas pueden ser agotadoras en un sentido que jamás la plebe podría entender.

No se trata de juegos cortesanos solos, ni de copiosas comidas, bailes interminables y juegos varios sino del hecho que esto, a placer de la moda y del anfitrión podría durar días, una vez incluso una fiesta de Lady Misida en un ataque de egolatría duro 10 días.

Para alguien como ella, a quien no tengo la potestad de llamar por su nombre ya que es demasiado excelsa para mi burda existencia, no son solo los días sino los meros minutos los que se le hacen eternos e insufribles.

Apenas llevo a su servicio un año, no llegará a este, si soy sincera el tiempo exacto es 11 meses, 23 días, 7 horas y... 15 minutos en este precioso momento que uno de los relojes animatronicos despliega su espectáculo al dar la una de la madrugada en aquel palacio en fiesta.

Soy consciente del honor que supone haber sido elegida como su espina pero a cada día más consciente soy de todo lo que a ella también le supone.

Se le exije perfección en todo y yo soy algo que ella posee y por supuesto debo cumplir mi parte.

Un paso tras ella contemplo la cascada de perlas de su vestido destacando en su oscura piel como si fuera una millar de lunas en la oscuridad de la galaxia.

Hermosa es quedarse corta para describir a quien será la siguiente Hyperion, a mi nova, y sin embargo, lo que más hace que la observe con devoción es el aura que la envuelve y que a alguien que ha sido privada de toda clase de... Amabilidad en su vida es capaz de paladear hasta en la distancia.

Ella es la primera de esas perlas del traje que posee.
Pura.
Blanca.
Natural.
Perfecta aún cuando puedes pensar que la forma, la textura, el color... No lo es.
Pero lo es.
Es perfecta porque en su imperfección mira a este mundo con unos ojos bondadosos que los demás desean ser borrados y siento, aunque no lo es, es mi obligación preservar su halo a toda costa.

Puede que cerca de ella sea el único espacio donde parece que mi corazón no va a explotar o si lo va a hacer... Se siente de otra forma...

Me mira de reojo buscandome. Aún no sé acostumbra a tenerme un paso tras ella siempre, es como si no se lo creyera o como si quisiera comprobar hasta que punto esta falsa realidad en la que todos vivimos es cierta.

Pero aquí estoy. Una espina no nace justo tras el capullo de la rosa, empiezan a aparecer a cierta distancia en su tallo para dejarle espacio para desplegar sus pétalos y florecer.

Ese es mi sitio. Y por primera vez desde que... Desde que la sangre sobre las espinas derramadas no sirvio como conjuro alguno de pronto siento que todo está bien.

He dejado de luchar. O mejor. Quiero hacerlo por ella.

Sonreíria, para confortarla, si no fuera porque la máscara bozal que porto me lo impide.

—Debes de estar incómoda.

Dice de pronto como si leyese mi mente.
Yo despacio niego con la cabeza.

—Esto evita muchos momentos incómodos y conversaciones indeseadas.

Digo con mi voz baja amortiguada por la máscara. Ella sonríe con cierta timidez como quien ha descubierto un comentario que le ha hecho gracia pero no quiere mostrarlo porque cree que sería impropio, ala vez que se recoloca su cabello tras la oreja.

—Quizás debiera yo ponerme uno y así podría evitar mucho de esto...

Mira a su alrededor, las dos lo hacemos. Es tarde. La fiesta lleva desde el desayuno y está agotada de este juego de mascaras que he aprendido a su lado que odia. Pero no podemos retirarnos hasta que el protocolo del anfitrión de la orden y por el reloj especial traído para esta fiesta parece que aún quedan horas.

—¿Le apetece tomar un poco el aire?

Le ofrezco mi brazo para alejarnos de la multitud que en breve se acercara de nuevo como una oleada para reclamar su atención.

Ella asiente y la conduzco hacia una de las balconadas del palacio donde transcurre la fiesta. Hay una escalinata a los jardines así que le ofrezco mi mano para bajar y apartarnos aún más.

Entre los árboles y flores hay un banco. Ella toma asiento.

—¿No quieres sentarte, Rigel?

Me ofrece su lado. Yo estoy de pie, cuadrada, con los brazos a la espalda y niego despacio.

—No estoy cansada, mi nova, en el Hospicio había días que nos hacían estar de pie 24 horas rectas para soportar las guardias que podríamos tener en em futuro.

Ella niega con la cabeza pensando en un adiestramiento tan brutal a niños.
La música suena amortiguada en la lejanía, dulce cuando no sabes al precio que se ha pagado por esa perfección.

Luego mira al cielo y al final sus ojos pasan por los míos hasta mi "bozal".

—Con eso en la multitud apenas puedo oírte.

—Creo que de eso se trata, mi nova.

Que no somos relevantes.
Ella niega con la cabeza, se levanta y se pone delante mía. Alza sus manos despacio a mi rostro y no me nuevo. Me quedo plantada en el sitio como si mis piernas se enraizaran.

Sus dedos tocan el borde de la máscara para descolocarla y sacarla.

Mis ojos azules clavados en los de ella y mi rictus pétreo cuando retira la máscara.

—Así mejor...

Emite una leve sonrisa.

—Ahora puedo oírte mejor.

—Tampoco sé qué podría decirle a mi nova que le mereciera tanto la pena.

Ella baja la máscara y la mira.

—Seguro que mejor que la gran mayoría de las conversaciones mientras bailaba allá arriba.

Miró hacia arriba, la balconada iluminada y la música de fondo suave.

—No soy buena conversadora, me temo, mi nova.

—¿Y bailas bien? — pregunta pillandome desprevenida.

—Si. Bueno. He sido adiestrada para siempre cumplir con sus espectativas en sus cometidos.

Respondo algo azorada entre la realidad y la pregunta en si misma.

—¿Qué tal si probamos lo terrible entonces que eres conversando mientras bailas?

Pregunta con una sonrisa divertida. Yo toso un poco con la mano sobre la boca y asiento.

—Como desee, mi nova.

Le tiendo la mano y la tomo por la cintura. Yo guio.
La canción es lenta. Nos movemos a ese ritmo mientras el aire susurra entre los árboles. El tiempo se dilata y extiende. Las estrellas del universo parecen más relucientes pero no... Son sus perlas. Es ella.

Así, bailando despacio ella baja un poco su rostro hacia mi pecho sin tocarlo y susurra:

—Si... Parece ser que nunca me mientes...

Siento que el corazón va a explotarme en el pecho por esas palabras o quizás por la cercanía.

—Po-por qué lo dice, mi nova...

Atino a preguntar.

—No eres buena conversando mientras bailas.

Esbozo una sonrisa que me alegro que por la posición de su rostro casi sobre mi pecho no puede ver.

—Se lo dije.

No podría.
No podría hablar aunque quisiera porque las palabras que fluyen dentro mía... Si son ciertas, si eso que intuyo y que acallo me habla de algo... Son solo de palabras que pueden ser sinónimo de perdición.

Rigel de Orión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora