El ascensor

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Se me hace tarde para el cumpleaños de mi madre. No, tarde no, ¡tardísimo!

Acomodo mi camisa y salgo de mi departamento. Pido el ascensor, el cual parece no llegar más. ¿Justo ahora?

Decido esperarlo. No piendo bajar diez pisos con estos tacones.

En cuanto llega, me subo. Noto que hay un hombre conmigo. El espacio del ascensor nos hace estar casi pegados.

Este me observa y, en cuanto yo devuelvo la mirada, la aparta.

Estamos pasando por el quinto piso cuando el hombre estira su mano y toca uno de los botones. Lo miro extrañada al ver que detuvo el ascensor.

—¿Te bajas por aquí? —pregunto—

—No.

—¿Y entonces por qué lo detuviste?

—Porque me apetece cogerte.

Suelto una risa. ¿Qué?

—Perdona, ¿Cómo dijiste?

—Que te voy a cojer —repite—

No puedo pensar una respuesta cuando el tipo se apega aún más a mí y abre mi camisa con brutalidad, rompiendo cada botón de ella.

Sin sacarme el corpiño de encaje, lo tira hacia abajo sin llegar a romperlo. Aprieta mis senos y comienza a jugar con mis pezones. Luego, se los lleva a la boca.

—Porfavor, no —pido—

El hombre no responde. Hace todo lo contrario y lame mis senos con muchas más ganas.

Se separa por un segundo y retoma. Aprieta mis pezones con fuerza y los estira hacia adelante, haciéndome gemir del dolor. Esto parece exitarle, ya que comienza a hacerlo con mucha mas brutalidad.

—Ya basta, porfavor —ruego—

El hombre me aparta y acomodo mi sostén.

—No te lo pongas —ordena— Me gusta verlos.

Vuelve a correrlo hacia abajo. Ahora, me tapo con el brazo.

—No seas tímida —dice— Recuéstate.

—No puedo —digo, al ver el diminuto espacio del ascensor. No caberé— No hay lugar.

—Entonces recuéstate y flexiona tus rodillas —responde—

Hago caso y, tal como dijo, mis rodillas quedaron flexionadas y mis pies pegados a la pared del ascensor.

—¿Y ahora qué? —pregunto—

—Mastúrbate —ordena—

—¿Qué? ¿Adelante tuyo? —pregunto—

—¿Dónde más?

Corro mi tanga hacia el costado de mi vulva y cierro los ojos, tratando de imaginar que el hombre no esta aquí.

En cuanto rozo mi clitoris mi abdomen se contrae, dejando salir un disimulado suspiro de mi boca.

Comienzo a hacer círculos con mi dedo, hasta que siento un dedo que no es mio.

—Estás mojada, putita —ríe, sacando su dedo y llevándolo a mis labios para que chupe—

Al ver que no tengo intenciones de abrir mi boca, hace fuerza para que su dedo entre. Luego, lo aleja.

—Continúa —ordena—

Continúo con los lentos movimientos sobre mi clitoris y cierro los ojos. Mi respiración se acelera y, cuando siento que el orgasmo está por llegar, el hombre toma mi mano y la aleja de mi vulva.

—¿Qué haces? —pregunto—

—No te correrás tan fácil, zorra.

Con su mano en mi brazo, tira hacia arriba y me obliga a levantar. Una vez que estoy de pie, puedo notar mis piernas temblando.

Su boca vuelve a mis pechos. Esta vez, muerde y chupa mis pezones con mucho mas deseo. Tanto así, que mis senos quedan colorados.

Sin quitarse, baja su mano hacia mi zona íntima y hace movimientos circulares sobre mi clitoris. No puedo evitar soltar un gemido.

Esto parece incentivarlo, ya que comienza a meter y sacar dos de sus dedos por mi agujero con fuerza.

Se aparta de mí y quita su pantalón con rapidez. Cuando se deshace del calzonzillo, observo con lujuria su pene erecto.

Sonríe ligeramente y me da la vuelta. Con su mano presiona mi espalda hasta arquearla, dejando mis manos y cara pegadas contra la pared.

Juguetea rozando su miembro por mi agujero y, sin previo aviso, me penetra. Grito.

Sin dejar de penetrarme, levanta mi tanga del suelo y me obliga a meterla en mi boca, silenciando mis gritos. Esta sabe a mis jugos.

—¿Te gusta, putita?

Sus movimientos se vuelven cada vez mas duros y rápidos. Nuevamente estoy por llegar al clímax, cuando mi celular suena.

El hombre se aleja.

—Contesta.

Hago caso y atiendo la llamada, de mi madre. Antes, me quito la tanga de la boca.

—Hola, mamá. ¿Pasó algo?

—¿Por qué tardas tanto en venir? —pregunta— Ya llegaron todos los invitados.

—Oh, es que... —comienzo a hablar, pero echo un suspiro al sentir la lengua de aquel hombre en mi zona— Lo... Lo siento, estoy bajando las escaleras a las corridas. El ascensor se averió y... Oh, si...

—¿Oh, sí? —pregunta mi madre—

—Entontré una moneda... No importa, ya salgo para allí. Adiós.

Corto el teléfono y, sin importarme, lo tiro hacia un costado del ascensor.

—¿Así que encontraste una moneda? —pregunta burlón—

—No molestes —digo en un suspiro—

Finalmente llego al orgasmo y no puedo evitar soltar grito tras grito. El hombre, sin dejar de lamer, parece haber tragado hasta la última gota.

Y para agradecerle, me arrodillo frente a él para lamer su pene hasta hacerle lograr un orgasmo casi tan maravilloso cono el mío.

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