INTERLUDIO: DYOH

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INTERLUDIO

DYOH


Dyoh es el hijo de un dios.

No un hijo legítimo, sino uno adoptado.

Ni humano, ni divinidad; solo "el hijo de un dios".

Pero este título es más que suficiente para que su orgullo le haga erguirse con superioridad por sobre cualquier otra energía que se encuentre a su alrededor. Porque él es energía que nació bajo las leyes del Universo caótico y cambiante en donde se desarrolla la chispa de la vida dentro de los planetas y las estrellas. Por eso no tiene forma definida, así como tampoco un origen clasificado: es y a la misma vez no es.

En el pasado, — durante eones que escapan del entendimiento humano —, él fue un ente gravitacional que vagó por la infinidad del espacio siendo totalmente indiferente a otros elementos que comenzaban a componer el Universo. Sólo era un reducido cúmulo de energía entre tantas otras alrededor de mundos en expansión y estrellas en creación.

Posiblemente se habría fundido para formar una galaxia o un planeta, pero no ocurrió así. Pues su constante lucha por mantenerse como una entidad autónoma a pesar de formar parte de billones y billones de restos de energías, le dio el poder suficiente como para mantenerse aislado y en permanente evolución durante siglos por su propia cuenta.

Así es como Abraxas, el dios del Bien y el Mal, lo descubrió entre las nebulosas del universo caótico. Él era un dios que los seres llamados humanos, habitantes del planeta conocido como Tierra, habían adorado pero que, con el correr del tiempo terrestre, la memoria de aquellos seres había dejado en el olvido. Un dios no puede seguir siendo un dios si quienes lo adoran lo olvidan ya que su alimento proviene de la energía de los rezos y oraciones que se le dedica. Así que, para Abraxas, el final estaba cerca y dejaría de tener poder sobre las acciones, hechos o decisiones de los seres de la Tierra en cuanto su existencia fuera borrada de sus memorias.

Por fortuna para él — porque los dioses son afortunados —, su nombre no fue olvidado; y la aparición de Dyoh, logró darle una oportunidad para perpetuar su existencia en el Universo.

Por eso Abraxas, al ver el potencial de aquella masa de energía poseedora de una enorme voluntad, decidió proponerle un intercambio que los beneficiaría a ambos: lo dotaría de conciencia propia y conocimiento, a cambio de su energía vital y una vida de obediencia.

Ahora Dyoh posee un nombre, y al poseer un nombre es dueño de una identidad. Es un ser pensante, con la misma energía que una estrella recién nacida, colmado de todos los átomos y moléculas que puede poseer una masa uniforme de vida; y con el entendimiento suficiente como para criticar su entorno y formar conceptos básicos sobre ello. Abraxas le enseña y él le brinda energía. Es un intercambio equivalente de vida por saber. Y en aquel acto de dar y recibir, el ego de Dyoh comienza a tomar forma también.

Entonces Dyoh, dotado de una conciencia completamente autónoma, conoce el dolor, la tristeza, el calor, el frío, la duda, el miedo, la vanidad, la ira, los celos e incluso el amor. Pero aún sigue siendo un ente etéreo, una forma de vida energética y consiente de sus propias limitaciones. Aun así, a medida que comparte memorias y experiencias al observar a los humanos desde la morada astral de su padre Abraxas, Dyoh quiere conocer más y más sobre los dones de los seres mortales, sobre sus ideas, sus creencias y el por qué poseen un periodo de vida tan corto. ¿Qué son los seres humanos?, ¿Por qué de ellos depende la vida de los dioses que se extingue si son olvidados?

Ocurre así, que la pequeña forma de energía etérea que alguna vez vagó por el espacio sin un propósito o destino, inundado por la semilla del conocimiento, ahora ansía saber mucho más, conocer mucho más y codiciar aquello que está más allá de su propio entendimiento.

Dyoh es el hijo de un dios. Un hijo adoptado. Ni humano, ni divinidad. Solo el hijo de un dios.

TAIMU FURAIYAADonde viven las historias. Descúbrelo ahora