La primavera de 1973 es infame entre los residentes de Farwood, el verano donde la generación de Gregory Kermin por fin saldría de la preparatoria. La tarde del 6 de junio era tranquila y cálida, las flores crecían con esplendor al lado de la acera y a lo largo de los casi interminables pastizales que rodeaban al pueblo.
Greg estaba montado en su bicicleta, camino a su hogar después de un arduo día de escuela. Ese día tuvo la mala suerte de salir más tarde de lo esperado de su escuela, el sol se ocultaba poco a poco detrás del horizonte y daba paso al brillo de las estrellas, las luces de mercurio que cubrían la calle y los tonos naranjas y purpuras del atardecer. A su izquierda, se encontraba el pastizal hacia el pequeño pueblo de Lake St. Joseph, el pasto alcanzaba hasta el ombligo de un hombre adulto y a él jamás le había gustado estar cerca de este.
Había algo en la forma que el pasto se movía esa tarde que atrapaba la atención de Greg, a tal punto que perdió la noción del camino y su bicicleta se tropezó con uno de los agujeros en el camino. De inmediato se fue al frente con toda la velocidad y fuerza que llevaba, sus brazos los coloco sobre su cabeza y se estrellaron muñecas primero contra el cálido y áspero pavimento. El crujir de sus huesos y la dolorosa sensación de su piel desprendiéndose fueron acompañados de un llanto casi silencioso de dolor.
—¡Mierda! — Greg seguía plantado en el suelo, poco a poco intentaba recuperar su postura. No era tarea fácil con ambas manos lastimadas y sus piernas enredadas con la bicicleta. El dolor se intensificaba con cada momento que su adrenalina se bajaba y, cuando pudo poner atención a sus alrededores, noto un zumbido.
No muy lejano, constante y molesto, levantó la mirada para intentar ver de dónde provenía. La calle estaba solitaria en ese momento, y solo había un par de polillas cerca de las lámparas de mercurio. Se dio cuenta que el sonido venia del pastizal.
"Maldita sea, mosquitos", le cruzo la mente el pensamiento. Pronto se dio cuenta de un sonido más sofocado por el zumbido, los llantos de un perro.
Llantos de dolor, de un animal que pide muerte con las pocas fuerzas que le quedan.
Un animal que cada vez está más cerca.
Greg se colocó de pie poco a poco mientras intentaba sacar sus piernas de la bicicleta usando hasta donde podía sus manos. Se podía ver como el pasto se dividía por donde se arrastraba el animal.
Cada vez era más fuerte el zumbido.
Cada vez era más fuerte el llanto.
No quería continuar ahí, Greg sabía que no debía toparse cara a cara con ese animal, por algún instinto profundo lo tenía claro. Cuando por fin pudo ponerse de pie, levanto su bicicleta y la intentó montar, pero el dolor en sus manos le impedía tomar el manubrio.
El terrible aroma a alquitrán y carne podrida invadieron su nariz.
Ya no podía aguantar más ese lugar, sujetó con su antebrazo la bicicleta y empezó a trotar lo más lejos que pudo, solo viendo hacia atrás para revisar que nada lo siguiera.
Ahí estaba, muy apenas su cabeza fuera del pastizal mirando directamente a Greg mientras se alejaba. Un pequeño perro de color negro rodeado de moscas.
La noche ya caía sobre el pueblo, los grillos y chicharras cantaban junto a la brisa de primavera que refrescaba un poco a Greg, él sentía que sus piernas no podían más después de trotar por casi 30 minutos para dejar atrás al perro.
Su mente divagaba en la sensación que sentía cuando se acercaba el animal. Desde la forma en la que su espalda se tensó, sus cabellos se erizaban y el enorme vacío y tristeza que sentía entre más se acercaba. ¿Qué era eso?, ¿Por qué se fijó tanto en él? Lo único que lo calmaba un poco era el ver su hogar con las luces encendidas.
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Un lugar llamado Farwood
Horror++Una compilación de historias de terror cortas por el reto de Fictober.++ Al noroeste de estados unidos, en el estado de Idaho, existe un pequeño condado repleto de horrores y misterios que quizás sea mejor no descubrir.