EL HOMBRE DEL BOSQUE

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Lo siento otra vez, una picazón incontrolable, el desagradable sabor a cobre del aire, hoy será esa clase de noche, él saldrá de cacería.

Recuerdo muy poco de él, de su rostro, de sus caricias y su risa, de su voz y su calor. Pero recuerdo perfectamente sus comentarios sobre él alcalde Sweet. "Que el señor se apiade de hombres tan ruines y desagradables, porque yo se los enviare" solía decirle a mi madre cuando él pensaba que dormíamos.

Por mucho tiempo, no comprendía porque mi padre veía de esa forma al alcalde, un hombre que era la viva imagen de bonachón: robusto, de risa contagiosa y una sonrisa casi perpetua en su gordinflón rostro. Su esposa y dos hijas solían ser calladas, "todas unas damitas" como solía decir mi tío Emil. De ellas siempre tuve una sensación extraña y mi padre era incapaz de verlas sin sentir algo de rabia con aquel gordinflón agradable.

Recuerdo mucho el carnaval de verano, cuando el grano es más alto y el aire es fresco en la noche, recuerdo con gran gozo las risas que se escuchaban al son de los grillos y la música. Recuerdo perfectamente la reacción de mi padre al ver que faltaban las hijas del alcalde Sweet.

Silencio puro.

No hizo ninguna mueca, ni un ruido o tembló. Era más parecido a una estatua llena de odio que un hombre. El soltó mi mano y me dijo que fuera a jugar.

Debí haberme quedado con él, quizás así hubiera conocido paz en muerte a su lado, quizás fue mejor que me protegiera para descubrir lo mismo que él décadas después. Esa noche fue la única vez en la que pude ver como aquel gordinflón perdió su sonrisa al notar que mi padre no estaba, al entender que mi padre también sabía lo que él quería.

El resto de la noche es borrosa, es dolorosa de recordar.

Los gritos de horror al ver a una de las hijas del alcalde con un aspecto que hasta la fecha me revuelve el estómago, la pobre niña sufrió de formas que deseo olvidar. Su otra pequeña había desaparecido y mi padre era culpado por estos atroces crímenes, perseguido con fuego y plomo hasta sacarlo del pueblo.

Cuando él se fue, se llevo con él nuestra felicidad, nuestro hogar y todo aquello que nos hacía sentir seguras. Ver como mi casa ardía mientras mi padre corría de esta con su rostro irreconocible por las quemaduras es la imagen más clara de esos años.

Dure años buscándolo, intentando encontrarle sentido a como había desaparecido. Mis esperanzas se alzaban cada vez que escuchaba historias y cuentos sobre un hombre de rostro deforme merodeando por el bosque. Poco a poco, a lo largo 70 años, comencé a escuchar que este hombre mata a aquellos que se aventuraban demasiado lejos en el bosque, que secuestraba niños mal criados y gente curiosa.

Yo sé que todas esas historias son mentira.

El supuesto bonachón del alcalde no busco por más de un mes a su hija perdida, ni lloro a la que mutilo por más de una semana, viéndose muy contento con como él pueblo comenzó a prosperar de manera repentina, quizás nadie más lo había notado en su momento, pero en retrospectiva era muy claro.

Más gente en el pueblo, menos notable eran sus desapariciones.

Aquello que crecía en el pueblo no era su economía o prosperidad, sino fuerzas desinteresadas en nuestras vidas, pero con un hambre insaciable. Aquello que pacto el alcalde nos condeno a todos, con estas fuerzas entrando y saliendo como les plazca, tomando a quien gusten, seguros de que no sufrirán repercusiones.

Pero papá se hartó de eso.

Hoy será esa clase de noche, y el hombre del bosque saldrá de cacería.

Un lugar llamado FarwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora