Nash, como cada día, salió del trabajo hacia las siete de la tarde. Con su bicicleta roja recorrió los cinco quilómetros que separaban la oficina de su casa y al llegar contempló su bonito jardín. Se sentía orgullosa de su trabajo. Cuando compró la casa dos años atrás pensó que no conseguiría arreglar aquel descuidado césped. Dejó la bicicleta en el garaje y se sentó a contemplar las bonitas amapolas. Todos los días dedicaba diez minutos a disfrutar de la paz que ello le proporcionaba. Pero aquella tarde, mientras descansaba de un duro día de trabajo, pasó alguien por delante de su casa. Siempre pasaba gente por allí porque era una calle transitada, pero a Nash le llamó la atención aquel hombre por su melena oscura, igual que su atuendo, que contrastaban con el rojo de las amapolas de su jardín.