Dos puertas

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Hoy fui a verla. Ella tal vez no lo sabe, no me importa que lo sepa; solo quiero mi reloj. Bajé del autobús cuyo letrero nunca leí, sin embargo sabía hacia donde iba. Me pregunté: ¿Qué le voy a decir cuando la vea? Le diría algo cursi como "este reloj es una promesa, mientras lo tengas contigo yo volveré. Ahora me lo llevo y jamás volveré". Esa parece una buena idea, quedaré como una víctima y a ella solo le remorderá la consciencia. Quiero dar vueltas en su cabeza tanto como ella dio vueltas en la mia.

Han pasado dos meses desde que dormimos juntos. Desde entonces no nos hemos llamado, al menos yo lo intenté algunas veces, tal vez ahora me odie. No me importa que ella me odie, me importa que alguien me odie; eso sería saber que no le agrado a las personas. Al principio dijo que nunca lo había hecho, no le creí. Se me escapó una risa y un "¿De verdad nunca lo has hecho?". Creo que fueron los nervios, no fue hasta unas horas después que pensé que eso pudo ofenderla.

Su departamento está a unas calles del lugar en donde descendí. Las calles para llegar eran solitarias y llenas de basura. Ya había estado ahí pero nunca había llegado caminando. Toqué la puerta, nadie respondió; volví a tocar la puerta: sin respuesta. Creí escuchar risas desde dentro así que me aparte de la mirilla, no quería que me viera así de desesperado, pero igual quería verla. Creo que la amo. No, solo es mi entrepierna hablando. Una señora cargando una cazuela de hojalata demasiado pesada para un cuerpo tan pequeño se aproximó cruzando un pasillo.

-¿A quien busca?

Se veía como un adulto arquetípico, sé cómo tratar con gente así. Adoran que primero saludes y seas cortes.

-Buenas tardes-modulé mi voz para sonar más amigable-Estoy buscando a la señora Edel-Asi se llama su madre-
-No está en casa, casi nunca están aquí.
-Ya veo, muchas gracias-Pasó de largo sin mirarme y siguió su camino.

Que estúpido, cómo pude no recordar que ella pasa más tiempo en casa de sus tíos que aquí. De todas formas no queda demasiado lejos, iré allá.

Caminé por 30 minutos. Recuerdo besarla ese día, siempre que lo hacía, al menos con ella, podía sentir un sabor diferente. A veces sabía a café o a jamón, ese día sabía a metal. Es divertido cuando lo recuerdo, ella fue mi primer beso. Si nos casamos sería una historia cursi para contar.

Llegué a la segunda casa ¿Le había dado vueltas a toda esa colonia por solo un reloj? Debe haber otra razón. Para entrar a esa casa había que pasar dos puertas metálicas separadas por un pasillo y una de madera para entrar a la casa. Entré por la primera puerta sin problemas, fue de lo más sencillo. No me atreví a cruzar la segunda puerta. Volví a llamarla: sin respuesta. Era una casa horrible con ventanas por todos lados. Ví una figura humana alejarse de la ventana que daba hacia la puerta que nunca cruce.

Ya se está haciendo tarde, debería volver a casa. Caminé hasta un puente peatonal, lo cruce y del otro lado había un basurero con hileras de camiones recolectores resguardando la entrada. La peste era insufrible pero de alguna forma siento que me lo merezco ¿Por qué no solo salto a uno de esos camiones que recorren toda la ciudad para llevarse lo que la gente desecha?

Tomé un último autobús, esta vez sí leí el letrero que marcaba su dirección y llegué a mi casa. No había nadie. Tenía hambre así que calenté la comida que había en el congelador y comí solo, de nuevo. Tal vez mi destino es estar solo.

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