Las oficinas de Agustín Guzmán y de la policía local, se mantuvieron bastante ocupadas después de la promesa de Rafael Díaz de acabar con los contrabandistas. Esto, debido a que eran muchas las denuncias que se recibían a diario de quienes creían que cualquier desconocido, foráneo o comerciante de economía cuestionable podía estar involucrado en la piratería.
Guzmán, afectado por su complicado trabajo, no tenía más remedio que enviar a sus agentes para averiguar y eliminar las sospechas reportadas por la ciudadanía local.
Esa tarde, mientras se organizaban los patrullajes para la fiesta del santo patrono, llegó uno de los hombres de la marina con una nota importante para Agustín.
—¿Una nota del puerto? —preguntó el hombre con un semblante confundido—. ¿Qué pasa, ahora?
—Han llegado las embarcaciones del comodoro, señor —respondió el marino, entregándole la nota.
Agustín tomó con suma rapidez el papel buscando leer con detenimiento, pues sabía que se trataba de algo relevante o secreto que seguro tenía que ver con el famoso viaje de Díaz.
Recién hemos llegado de la lejana isla del coco, como ya lo sabemos, territorio pirata. Requiero que de manera discreta despeje las celdas para mis prisioneros, un hombre y una mujer: ambos piratas. De ninguna manera, quiero que compartan celda con otros delincuentes de menor importancia. Serán interrogados y juzgados pronto.
Rafael Díaz
Agustín levantó su mirada en dirección al que se encontraba frente a él, confirmándole que estarían preparados para sus prisioneros. Apenas salió el marino de las oficinas de la policía, Agustín ordenó a su carcelero poner en libertad de manera inmediata a quienes tenían en cautiverio.
La mayoría eran personas pobres acusados de robar, borrachos encerrados por causar disturbios en las calles o prostitutas que vendían sus servicios en la vía pública. No obstante, a pesar de que Agustín leyó en la nota las razones que el señor Díaz tenía para mantenerlos en sus celdas, él no podía terminar de entender dicha razón. ¿Por qué no matarlos rápidamente? ¿Qué información tenían que fuera tan importante? ¿Por qué tenerlos a la vista de toda la ciudad?
Aunque la nota especificaba que debían actuar con discreción, quienes estuvieran en aquella plaza o deambulando por las calles podrían ver el ingreso de los prisioneros. Agustín supuso que más tarde lo terminaría de entender y continuó con sus labores pendientes, buscando tener todo listo para el señor Díaz.
Al paso de una hora, tres carruajes arribaron a las instalaciones de la policía, uno de los carros era ocupado por el comodoro acompañado por Alejandro y Rafael Díaz. En el segundo, se transportaron los prisioneros y en el último viajó la escolta que custodiaba a los presidiarios que Rafael presumía como trofeos. Los hombres bajaron con prontitud de sus respectivos carruajes, mientras la aglomeración de gente comenzaba a crecer. En definitiva, todos querían saber si Díaz cumplió en algo su promesa.
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Soy tu castigo
Ficción histórica¡Historia ganadora de un watty 2022! Elena es hija del capitán de un barco pirata. Su vida se resume a seguir las órdenes de su padre, acompañándolo en todo momento mientras él ejerce su labor como capitán de bandera negra. La vida de Elena cambia...