El timbre acababa de sonar, indicando el final de las clases. No podía estar más agradecida, y es que, a pesar de haber sido nuestro último día de instituto, había sido un día complicado. Un día lleno de despedidas y sentimientos encontrados, y es que, después de tantos años, se avecinaban grandes cambios y la mayoría de nosotros se distanciaría, quizá para siempre.
Por suerte, tenía claro que no me ocurriría eso con Jane. Ella era mi mejor amiga, nos conocimos en la guardería y estábamos juntas desde que teníamos memoria. A pesar de que ambas teníamos un carácter muy similar, había algunas cosas que marcaban la diferencia y esa era la razón por la que nos complementábamos muy bien.
Como os decía, cuando las clases terminaron, salimos al pasillo lleno de estudiantes que iban de un lado a otro. Cuando llegamos a nuestros casilleros, Jane llamó mi atención. Su rostro siempre era pura expresividad y podía notar que algo no iba bien.
-¿Va todo bien, Jane? –llamé su atención-.
-Estaba pensando –se encogió de hombros-...
-¿En qué pensabas? –le dediqué una sonrisa tranquilizadora-.
-En un par de semanas, nuestros caminos se separarán por culpa de la universidad –se lamentó-...
-Eso no significa que no podamos seguir siendo amigas –agarré su mano con fuerza entre las mías-.
-Ya, no me refería a eso, sino a –dudó-...
-Hagamos una cosa, ¿vale? Nos intercambiaremos nuestras pulseras y así, siempre que nos sintamos solas, podremos mirarla y ver el nombre de nuestra mejor amiga –le propuse-.
-¡Me parece una gran idea! ¡Eres la mejor, Meg! –me abrazó-.
-¡Tú también eres la mejor, te quiero Jane! –correspondí su abrazo-.
-¡No más que yo, amiga! –aumentó la fuerza de su abrazo-.
Ambas nos fundimos en un largo abrazo y una sonrisa sincera. Al separarnos, nos intercambiamos las pulseras de la amistad y nos sentimos un poco mejor. La verdad era que no había querido pensarlo mucho, pero me preocupaba la separación entre las dos. Jamás se lo reconocería porque no quería que Jane se sintiera mal, pero confiaba en que nuestra amistad permaneciese como hasta ahora a pesar de la distancia.
Justo en aquel momento, el sonido de mi teléfono llamó mi atención, interrumpiendo nuestra conversación. Al ver el nombre de mi madre en la pantalla del móvil, puse mala cara. Ella se preocupaba demasiado y me llamaba constantemente, pero nunca cuando estaba en clase. Pensé que podía ser importante, así que me disculpe con Jane, que salió corriendo detrás de un chico guapo al que llevaba persiguiendo meses sin resultado, dejándome atender la llamada a solas.
-¿Va todo bien, mamá?
-Meg...Yo...
-¿Sí, mamá?
Justo en ese instante, se hizo el silencio al otro lado de la línea. Y tras el silencio, escuché un fuerte golpe. Aquello realmente me preocupó y no pensé en nada más que no fuera correr hacia el aparcamiento, coger mi coche y ponerme en marcha hacia mi casa. Desgraciadamente, en Los Ángeles, el tráfico es horrible y tardé veinte minutos en llegar a casa. Una vez allí, entré a toda prisa y empecé a buscar y a llamar a mi madre por todas partes, mientras la desesperación se apoderaba de mí al no encontrarla. Y justo entonces, tras el sofá, vi la mano de mi madre. Fui a socorrerla, pero no volvía en sí. Solo tenía dos opciones y ninguna de las dos me gustaba. Podía intentar cogerla y llevarla a mi coche para llevarla al hospital o podía llamar a una ambulancia y esperar que no fuera demasiado tarde. Finalmente, me decanté por llamar a una ambulancia y esperar mientras agarraba la mano de mi madre entre las mías y le pedía que aguantase. Ella tenía que aguantar, tenía que salvarse. Quería pensar que todo esto era un susto del que se repondría, ya que ella siempre había sido de salud quebradiza, pero siempre se había repuesto de todo.
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Criada inesperada
RomanceMeg acaba de terminar sus estudios en el instituto y está a punto de comenzar su vida universitaria en Los Ángeles, la ciudad donde nació y se crió. Sin embargo, un hecho inesperado la lleva a trasladarse a Utah con su familia. Allí, aprenderá que n...