Capítulo 20

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León

Llevamos a Héctor casi arrastras por el pasillo hasta llegar a la habitación del fondo, donde empujé la puerta con la pierna y le cargué mejor sobre mi hombro. Para entonces, la debilidad de su cuerpo le prohibía mantenerse en pie. Ni un solo paso más. A Vynce no le quedó de otra que ayudar con el resto. Ochenta kilos de peso muerto y el pobre crío aguantando el dolor entre muecas y quejas.

—No me seas nenaza...

El grandullón agarró la gruesa manta de colores otoñales que había sobre la cómoda con su mano libre y la tiró sobre el colchón. Después le tumbamos sobre la cama, con cuidado para que no apoyara la herida, pero eso hubiera sido demasiado fácil.

—¡Su puta madre!

Por la contorsión que sufrió su espalda dejó en evidencia la punzada aguada que recorrió su cuerpo por casi todo el nervio ciático, como si se tratara de una jodida corriente eléctrica, desde la cadera hasta el dedo gordo del pie.

—Deja de quejarte tanto y haz caso, o será a mí a quien le sangren los oídos.

La paciencia de Vynce últimamente estaba de capa caída. Sus noches tenían nombre y apellidos, el pequeño Edgar. Eso de que se colara por las sábanas entre su mujer y él, no lo llevaba del todo bien.

—¿Y Tom?

El castaño de mandíbula firme y botas militares permaneció impasible bajo el marco de la puerta.

—En camino.

Mis órdenes fueron muy claras, debía avisarle inmediatamente y asegurarse de que llegara en menos de diez minutos. Desconocíamos el alcance de la lesión, y la profundidad del impacto. Solo contábamos con una carta a nuestro favor, en el trasero no hay órganos. Puse mala cara, ya habían pasado cinco.

—Qué vuele.

Oliver tardaría algo más en subir. Antes debía asegurarse de que los vecinos fuesen ciegos, también de resguardar los dos coches de ojos indeseables, y limpiar los restos de sangre del coche de Vynce.

Héctor retorció su cuerpo, inmerso en un profundo estado de dolor, hasta colocarse bocarriba con las manos a la cabeza.

—Maldita sea, nene. Estate quieto.

Pero eso era algo que no sabía hacer. Así que el simple roce de la herida sobre el colchón provocó que un fuerte aullido saliera por su boca. Aún tenía clavado el ensordecedor ruido de las balas impactando contra la chapa del coche, y la adrenalina fluyendo por sus venas. El grandullón negó para sí, y ya iban más de cinco veces en solo un par de minutos.

Colocó una almohada bajo su cabeza, y le posicionó boca abajo.

—Quie-to.

Deportivas fuera. Los pantalones del chándal y parte de la camiseta estaban cubiertos por un intenso color rojo.

—Las tijeras.

Rajé el pantalón, seguido de los calzoncillos, y el crío se incorporó ligeramente.

—¿Qué mierda haces?

—¿A ti que te parece?

—No, León, tío. Déjame.

—¿Prefieres guárdala de recuerdo?

Héctor se congeló como una estatua, puede que porque se acabara de dar cuenta de cuál era la situación. Esperar a que Tom apareciese sería prácticamente un suicidio, perdía mucha sangre. Una miradita a Vynce y este se abalanzó sobre él, devolviendo su torso al colchón y sujetándolo fuertemente desde su espalda. Héctor se resistió cuanto pudo, mientras proyectaba gestos de dolor y suplicaba que le dejáramos morir tranquilo.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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