Memorias de un migrante

16 1 0
                                    

¿Sabes algo?

En días como hoy quisiera volver a casa.
Estar en mi habitación pintada de rojo Jamaica. Abrazar mi almohada.

Llorar en una esquina ininterrumpida como lo solía hacerlo a los 15 años, hasta acabar durmiendo. Abrazar también mi coneja de peluche, Cristal.

Hay momentos donde la tristeza me gana la batalla y solo deseo dejarme caer, pero me apoyo en mi sofá para no derrumbarme; pienso tantas cosas y mi corazón llora. Mi espíritu se derrumba y, ¿Yo? Yo intento estar en pie. Lo sé, no lo estoy consiguiendo satisfactoriamente.

A veces me deslizó suavemente entre mi abrigo y las mantas, para solo ver el techo de concreto, contemplo mi oscuridad, ella me observa acribillando mis recuerdos; sonríe mientras toma vino brindando por mi sufrimiento, ella es una perra, pero, la quiero, y no quiero me deje; porque de cierta forma esta perra es una buena compañía ante la maldita y fría soledad.

Ella me permite sonreir mientras la noche sigue cayendo. Y es bueno que así sea. Que caiga ella y no caiga yo, porque yo ya estoy muriendo.

Cosas que a nadie le importan... pero igual quiero contarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora