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Con un cielo azul al igual que sus ojos, Hanagaki Takemichi, comenzaba su día en la escuela. Lugar donde tiene su grupo de amigos, defensores de los débiles, y otros que lo acosaban durante el recreo o salida de la escuela.

Fue directo a su salón luego de encontrarse con sus amigos. La maestra le tiene dicho a todos que si llegaban antes que ella, les daría una golosina.

Por ser puntual.

Asistió a sus clases como de costumbre y defendió a algunos por el camino. Hanagaki Takemichi, era tonto, ingenuo, curioso e inocente, humilde y buen chico. Sin embargo, no le gustaba la violencia y mucho menos que lastimaran a otros. Para tener siete años, Takemichi, ya tenía planeado cómo viviría y a qué se dedicaría.

Quería ser doctor o policía, aún no lo tenía muy claro, pero con cualquier carrera le bastaría. Por último, pero no menos importante, quería tener su propia familia e hijos.

Veía con atención cada vez que llegaba a su casa, luego de la escuela, como su casa se hacía más grande y lo consumía al mismo tiempo que lo aterraba. No por ser golpeado, o abusado; no. Sino que sus padres le dejaban solo en la casa todo el tiempo. No había comida en la nevera o sobre la mesa o quizás sobre las hornillas cocinándose para cuando el llegara.

Solo habían dólares sobre la mesa del comedor, amontonándose. ¿Qué cocinaría si solo sabía hacer arroz y hervir verduras con la cáscara? ¿Qué debía comprar? ¿Lo podrá comer alguien de su edad? ¿Podrá comprar medicinas solo? No lo sabía aún, las respuestas a las preguntas que se preguntaba todos los días al llegar a casa.

No tenía quién escuchara sus anécdotas sobre su día en la escuela. Sobre cómo uso la tijera sin salirse de la línea o cómo no derramó pintura
sobre el suelo. En parte es del por qué, pasa sus tardes a fuera hasta que llega la noche y se baña para luego dormirse sintiendo una pesadez sobre su pecho.

Por eso ansía con tantas ganas el poder tener una familia e hijos. Veía a veces en la televisión cuándo pasaban los animes o novelas, como el chico protegía a la chica con tanto esmero y afán. Solo para que al final tuvieran muchos hijos y vivieran felices en la casa.

— Yo quiero ser así. -murmuró por lo bajo mientras miraba cómo la chica era sostenida por el chico.-

Esa noche, Takemichi se fue a dormir con una sonrisa en sus pequeños labios.

Al día siguiente, se levantó con el ladrido del perro de él vecino. Con pereza se salió de la cama y alisto su cama para darse un baño. Al salir y ya seco, se vistió y desenredó sus cabellos negros y ondulados con su cepillo rápidamente. Tenía que ir a comprar frutas y arroz.

Con dinero en mano y llaves, se marchó hacia su destino. Al tener lo pensado en manos y ya pagado volvió a caminar hacia la casa, pero antes se detuvo para comprar unos flanes. Cuando salió no se esperó el encontrar a unos chicos golpeando con piedras a un gato con su cría.

Eso lo enfureció y soltó lo que había comprado para correr y ponerse entre medio.

— ¡Déjenlos en paz! -gritó enojado con sus puños apretados en ambos lados de su cuerpo.- No dejaré que sigan lastimándolos.

Los otros niños fruncieron el ceño antes de comenzar a lanzarle piedras a Takemichi, mientras el mencionado usaba su cuerpo de escudo para proteger a los gatos.

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