Día siete: Velar por otro
El gélido ambiente en el que se encontraba Alemania, le daba la sensación de estar en aquellas películas donde uno de los personajes estaba a punto de desmayarse y caer en el suelo por una hipotermia. Sabía que aquello no sucedería, pero le gustaba imaginarlo, quería sentirse parte de algo grande e importante como lo son las películas, porqué se sentía como un actor, un actor actuando el papel de estúpido enamorado que había peleado con su pareja por algo muy simple e idiota como lo es decidir quién se encargará de limpiar el patio lleno de la primera nevada.
Claramente el no ganó aquella pelea, por eso se encontraba a fuera de la hogareña cabaña situada en un pueblito a las afueras de Berlín.
Maldijo a la condenada ráfaga de viento que pasó segundos después de haber acabado con la parte trasera del patio, los abrigos que cargaba puesto no eran lo suficiente para mantenerse cálido.
Suspiró, ¿por qué tenía que hacer todo eso solo? Un poquito de ayuda del tricolor serviría de mucho, aunque esté se encontraba limpiando la parte interna de la cabaña; y tal como los argumentos perfectos que se te ocurren cuando una discusión ya terminó, se le precipitó una solución tardía: realizar la mitad de la limpieza interior y exterior dejándole la otra mitad a Ecuador. Aquello era equitativo ¿No?
De igual manera no podría refutar nada en ese momento, así que dejó la idea para otra ocasión, por ahora terminaría toda la limpieza externa aunque ya no sintiera sus manos.
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.— Podrías haber entrado y pedirme alguna bebida para calentarte, encendería más leña incluso —Ecuador contestó intentando sonar preocupado, pero parecía que quería darle un regaño mientras se acercaba a la cama del alemán con un caldo de pollo en la bandeja.
Ale guardó silencio, sentía culpa.
— No soy algún tipo monstruo o cualquier otra de esas cosas. ¡Por supuesto que te hubiera dejado entrar! Hace mucho frío, ¡Ni yo no podría soportarlo!
Alemania desvío su mirada a la puerta abierta del armario. Ecuador había ordenado un poco más de la mitad, aunque todavía se encontraban en el suelo algunas prendas.
— ¿Podrías dejar de barajearme? — el ecuatoriano ya tenia una cuchara llena de sopa para darsela de tomar a su novio.
— ¿Barajearme, qué?
— Gracias — aprovechó con rapidez el momento de consternación de Al para llevar la cuchara a su boca, él hizo una mueca ante la elevada temperatura del alimento.
— Eta caliemte
— Es mucho mejor así, pero si quieres la dejaré que se enfríe un poquito.
Alemania agradeció aquello, y Ecuador dejo el caldo en la bandeja.
— Supongo que nada de lo que te diga hará que dejes de sentir culpa, mas sin embargo te lo diré: La próxima vez que tengas un frío del pucta, Alemania, entra a la casa, te tomas un respiro y me dejas a mi lo que queda de afuera.
— Alguien leyó mi idea.
— Efectivamente, por eso tu siguiente idea es la de reposar y tomarte tu sopa.
— Y tú terminaras lo de a fuera, como puedo imaginar...
— Sí. Pero mañana, ya es demasiado tarde.
El alemán sonrió por debajo, un tanto ruborizado y feliz. Ecuador lo reconfortaba siempre, incluso si no se sentía mal; admitía que tenía cierto carácter demandante, pero amaba ambas partes por igual.
— ¿Ya puedo seguir con mi tarea de darle sopa al enfermo?
— Siempre —salio de su pequeño momento de disociación.
— No te acostumbres. Cuando vuelvas a estar bien se dejaran a lado estos tratados —le dió un beso en la frente y siguió con la actividad anterior.
Dos tontos enamorados, en definitiva.
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Lo he terminado, yahoo