Capítulo 3

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Jennie estaba parada delante de la puerta principal.

No quería abrirla.

No solo porque le dolía la cabeza y no quería toparse con el sol de frente.

Tampoco deseaba encontrarse con la mujer que esperaba al otro lado.

Debía de estar loca, se dijo a sí misma.

No había otra explicación.
Quizá fuera cosa de familia.

Había sido adoptada, así que no tenía manera de saberlo.

O, tal vez, un descenso del azúcar en sangre fuera el culpable de su bloqueo.

En cualquier caso, no tenía las agallas necesarias para enfrentarse a Lisa y aceptar el trato que habían hecho.

Lisa volvió a llamar.
–¿Jennie? ¿Gatita? ¿Estás despierta?

–Sí –susurró Jennie y se aclaró la garganta–. Estoy aquí. Espera.

Sin mucha prisa, abrió el cerrojo.

Lisa estaba parada ante su puerta. Incluso con aquella horrible resaca, le pareció una mujer hermosa y tentadora.

Estaba acostumbrada a su impresionante figura.

Era muy hermosa, con cabello rubio, ojos mieles y gesto de tranquilidad.

La ropa a medida que llevaba no hacían más que resaltar sus cualidades.

Sin embargo, ella se había hecho inmune a sus encantos, pues sabía que solo ocultaban la personalidad de una criminal.

Bueno, era inmune menos, al parecer, cuando tenía resaca.

Petrificada, tuvo que obligarse a sí misma a respirar.

En esa ocasión, Lisa no llevaba traje.

Se había puesto ropa informal, vaqueros, una blusa blanca remangada y botas gastadas.

Pero su sonrisa seguía siendo tan devastadora como siempre.

–Tienes mal aspecto –comentó Lisa de buen humor, mientras se abría paso para entrar en la casa–. ¿Estás de resaca?

–No –murmuró Jennie con la mandíbula apretada. El volumen de su voz le hacía doler la cabeza–. Me siento bien.

–No te creo –repuso Lisa, mirándola con atención–. ¿Has hecho la maleta?

–Sí.

No solo eran los efectos del alcohol lo que la hacían ir más lenta.

También era la falta de sueño. A las cuatro de la mañana, se había despertado y no había sido capaz de volver a dormirse.

Se había quedado mirando el techo y rezando a ratos porque su trato con Lisa fuera un sueño y, a ratos, porque fuera real.

–¿Te has tomado algo? ¿Una aspirina?

Jennie asintió, aunque el movimiento solo agudizó su dolor de cabeza.

Lisa esbozó una sonrisa compasiva.
–Eres tan prudente que no creo que pueda convencerte para que pruebes el viejo remedio de curar la resaca con otro trago, ¿Verdad?

Jennie se quedó mirándola. Tenía un rostro perfecto.

Ojos mieles, mandíbula fuerte. No era justo que fuera tan hermosa.

Que Lisa fuera amable con ella, para colmo, no hacía más que empeorar las cosas.

Jennie odiaba que la gente intentara cuidarla.

Por lo general, solo querían que confiara en las personas, para abandonarla después.

No estaba dispuesta a dejarse engañar de nuevo.

–Estoy bien Lisa. Podemos irnos.

–Genial.

Cuando Jennie salió a la calle, se agarró a la puerta para no perder el equilibrio.
–¿Dónde está mi carro?

–En el garaje.

Eso era lo que Jennie había temido. Sus recuerdos de la noche anterior eran un poco borrosos.

Lisa le había dicho que había estado demasiado borracha para conducir.

Por eso, en vez de llevarla a la comisaría de policía a recoger su coche, la había llevado a casa.

Vagamente, recordaba que Lisa le había prometido hacer que le entregaran el vehículo en su casa después.

Sencillo… excepto por un pequeño problema.

Jennie levantó su llavero en la mano. Allí llevaba las llaves de la puerta y las del carro.
–No tenías la llave.

Cuando Lisa sonrió todavía más, ella estuvo a punto de caerse de espaldas.

–Lo sé. Le pedí a una de mis socias que se ocupara de eso. No creo que quieras hacerme más preguntas.

Jennie apretó los ojos. Lisa tenía razón. Las preguntas… y las respuestas solo la harían sentir más incómoda.

No quería ni imaginarse a alguien abriendo por la fuerza la puerta de su carro, que encima había estado aparcado delante de la comisaría.

–¿Y si esa socia tuya decide darse una vuelta con mi carro? –preguntó Jennie.

–Me ofendes –respondió Lisa, llevándose una mano al pecho con gesto de burla–. Soy uns mujer seria, Jennie.

Tengo que admitir que algunas de mis empleadas son un poco….

–¿Creativas en su forma de entender la ley? –sugirió Jennie.

–Eso es. Pero yo estoy limpia. No he cometido crimenes Ya sabes que no tengo antecedentes.

–Cierto.

Jennie la había visto en la comisaría pagando la fianza de sus socias.

Solo una loca sería capaz de presentarle a Lalisa Manoban a su madre. Una mujer loca y desesperada.

–No estarás arrepintiéndote, ¿Verdad Jennie?

–Oh, no –negó ella. Estuvo a punto de confesarle a Lisa lo que pensaba, que aquello no podía funcionar, pero se limitó a señalar a su equipaje–. Ya estoy lista.

Quizá a causa de la resaca, Jennie tuvo que admitir para sus adentros que tenía ganas de pasar tiempo con aquella chica y conocer cómo era bajo su impecable fachada.

Era una locura, sin duda. Ella era policía respetable y Lisa en cambio, una criminal.

Debería despreciarla y apartarse de ella. Aunque su encanto era difícil de resistir. El sonido de su risa la hacía sentir tan bien….

Hacía aquello por su madre, se recordó a sí misma, rezando porque fuera lo correcto.

Una anciana al borde de la muerte esperaba verla casada. ¿Tan malo era hacer realidad su deseo?

Lisa agarró dos de las maletas.
–Es mucho para un fin de semana.

–Yo no estaré un fin de semana Lisa.

–Dijiste que iban a ser un par de días Jennie.

–Eso es. Tú te quedarás un par de días, pero yo voy a estar allí dos semanas.

Lisa arqueó las cejas, fingiendo sentirse herida.

–¿Te vas de vacaciones sin mí? ¿Y vas a dejar a tu esposa? Eres una mujer insensible.

Jennie quiso reír, aunque le confundía que Lisa pareciera hablar en serio.

Eso no era posible, se dijo, aturdida.

Quizá, cuando se le pasara la resaca, podría entender las cosas mejor...

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Gracias por leer ✨

Negoció de Amor (Adaptación Jenlisa G!P )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora