Numero 4 - El torneo de Emprice

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—TOC TOC TOC — sonó al día siguiente desde la puerta de la casa de los dos jóvenes.

— Ugh — gruño Samuel despertándose por los golpes —. Ya voy.

Sin embargo, cuando el chico trató de levantarse del sofá del salón, pudo ver como algo se encontraba encima suya y le impedía moverse. Fijándose en que lo que tenía encima era a su compañera de piso dormida encima de él, que además no poseía camiseta debido a que la chica se la había quitado para tratar sus heridas.

— Mi mierda — susurró el chico al darse cuenta de la situación —. Esto es malo, muy malo.

Tras este susurro, la chica se sacudió ligeramente haciendo que su pecho se alineara con el estómago del chico a la vez que comenzaba a babear en su pecho. Haciendo que Samuel se viera obligado a controlar sus más bajos instintos mientras pensaba en como librarse de esa situación sin recibir una brutal paliza por parte de su amiga. Así que, combinando suavidad y velocidad el chico dio un giro rápido haciendo que ambos intercambiaran posiciones, dejando los brazos de Samuel a los lados de la cabeza de Ángela y los ojos de este clavados en el rostro dormido de la chica.

— Vaya, que... mona se ve durmiendo — comentó Samuel acariciando la mejilla de la chica con suavidad, haciendo que por accidente su dedo pulgar entrara en la boca de la chica provocando el enrojecimiento de las mejillas del joven.

— TOC TOC TOC — volvió a sonar desde la puerta.

— Mierda, la puerta — dijo el chico quitándose de encima de la chica y dirigiéndose a abrir la puerta.

Al abrir la puerta, el chico no pudo ver a la persona la cual había producido esos golpes. Aunque, al girarse para cerrar la puerta, pudo ver como en esta se encontraba clavada una carta que tenía como remitente a Memz. En ese momento, el chico arrancó la carta de la puerta, cerró la puerta y colocó la carta en la encimera para, después de dirigirle la mirada a su amiga, comenzar a preparar el desayuno. Después de bastante tiempo de preparado, el olor comenzó a entrar por la nariz de la chica, haciendo que esta despertara con una sonrisa de oreja a oreja.

— Ummm — gimió la chica mientras hacía pequeños estiramientos de espalda —. ¿Qué es eso que huele tan sabroso?

— Nada, solamente unos chilaquiles — explicó el chico poniéndole el desayuno en la mesa que se encontraba en el centro del salón y delante del sofá —. Quería compensarte por todo lo de ayer.

— Oh, que lindo de tu parte — comentó la chica sarcásticamente tomando el tenedor —. Grasias wey, seguro que estará delicioso.

— Gracias Ángela — agradeció el chico poniendo su plato en la mesa y sentándose al lado de su amiga —. Y perdona por lo de ayer, no quería asustarte.

— Deja de darle vueltas al asunto, pendejo — respondió la chica golpeando suavemente en la cara a su amigo —. Y oye, ayer monte un culebrón, te agradesería si no habláramos de ello.

— Completamente de acuerdo, compañera — aceptó el chico levantando un vaso de zumo.

— Por nuestro acuerdo — repitió la chica levantando por su parte un vaso de leche.

Los dos jóvenes chocaron sus dos vasos y comenzaron a desayunar en silencio de manera tranquila y disfrutada hasta terminar para posteriormente recoger y tirarse en el sofá.

— Y oye, ¿qué tal la espalda? — preguntó la chica tumbada en el sofá.

— Como nueva — firmó Samuel sentándose a los pies de su amiga —. Me sorprende que tengas tan buenas habilidades sanitarias.

Brinnade Storm - OrigenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora