Volver a Waterloo

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Distraídas, como la primera vez, sin esperarlo, sus miradas vuelven a encontrarse deteniendo sus mundos, incrédulas, como si todo lo que hubiesen vivido no fuese real. Ninguna de las dos respira.


A Therese le sudan las manos. Sus ojos claros se pigmentan con líneas profundas de oscuridad y deseo. Recuerda aquella primera ocasión en que vio la desnudez de Carol frente a ella; su piel estaba húmeda por el vapor de la ducha, sabía que Carol le pedía a gritos silenciosos valor para acercarse. En cambio, ella se alejó hacia la cama, temblando por la humedad que brotaba entre sus piernas y le llenaba de escarlata los pómulos.


Carol frunce ligeramente el ceño y su ceja izquierda se arquea apenas notablemente; quiere saber qué esconde Therese detrás de las pupilas; el libro que sus manos sostienen pierde cualquier valor. Se reacomoda ligeramente en el sofá. 


Y a diferencia de esa noche en Waterloo tan lejana en el tiempo; Therese da el primer paso, cierra el cajón de pinturas y desabotona con sus finos y un poco más experimentados dedos, uno de los botones de su ropa. 

Poder Pagar el Precio de la SalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora