𝐏𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐮𝐞.

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𝔈𝔲𝔫𝔬𝔦𝔞.

"Si tu alma rebosa tempestad, no la intentes guiar por el suave pasaje de la tranquilidad

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"Si tu alma rebosa tempestad, no la intentes guiar por el suave pasaje de la tranquilidad. Sé aquella galerna que provoque barullos sin guardar."

—Anónimo.

...

Entre sus dedos halló aquel escrito gravoso, no obstante llenaba su pecho de constante afectividad pecaminosa. Forzada era mención del sumo interés de sus progenitores en las palabras e intelecto; cuál no deseaba ser partícipe, que concretaban el futuro de una persona.

Las ocasiones que se vio obligado al constante encierro entre aquellas paredes llegaba a ser anárquico, llenando su pecho de un nesciente apego a los rayos solares. Soltando suaves plegarias a cualquier entidad que le proporcionaran esa libertad que narraban los textos. Podía llegar a ser un alma pecaminosa en busca de aquel albedrío contagioso que emanaban las calles de Francia. Su sangre, que era valorada en grandes cantidades y así mismo convocándolo al podio del libre albedrío de rechazo hacia sí mismo, causado por la sociedad, era intolerante.

Que sentimiento más decadente para un infante de seis años de edad, lleno de dulces sueños e inocencia. O al menos es el futuro anclado por aquellas extremidades que tomaban los hilos de su vida, encaminándolo por el sendero de tortura exhaustiva y sofocante de preparación. Su mente explotó. Lo que llevo a sus instintos a tomar control y llevarlo a recorrer las calles de la ciudad, con la grácil esperanza de no ser encontrado nunca más.

Sus pies ardían, al igual que su rostro congelaba ante frío del ambiente. Época de invierno. Llena de malestares y dulces delicias choco latosas, abrigando tu interior; como atendiendo el exterior de tu corazón. Vaya incoherencias las que se mentalizaba al correr por el frente de la catedral.

Sus pies chocaron, encarándolo contra el concreto de la plaza, sumiéndolo en vergüenza por unos instantes, que fue reemplazada por el golpeteo de su pecho, amenazando con ser encontrado. Sus orbes se llenaron de ambiguas lágrimas y sus labios de gimoteos vacíos, llenando la plaza de llantos. Su mente comenzó a jugarle pasadas, llenas de tontos recuerdos e insistencias en su habitación, no deseaba volver, quería correr, pero sus pies no le brindaban más apoyo, estancándolo en un mismo lugar.

Su mente era consumida en desesperación y en busca de protección. Sus dedos enrollaron sus prendas, empañándolas de suciedad, cuáles despojaría al llegar a casa. Ante los breves pensares, los malestares aumentaron, trayéndole un constante amargo a sus labios.

—Oye.— El tono se elevó, mostrando la falta de empatía hacia el de orbes llorosos. —Ten.— En su mano deslumbró una pequeña bolsa de tonos cristalinos, abarcando el carmín en la mayoría de la extensión. Apaciguando su llanto le observo, admirando aquellas hebras similares a los postres de mora que le fascinaban. —Mora.— Murmuro en un suave gimoteo con pesadez. —¿Qué?— Cuestiono enfadado. —Pareces una mora.— Soltó lleno de sinceridad. —Maldito... ¿Vas a tomar el dulce o no?— Escupió en busca de no perder la escasa paciencia que aún mantenía.

La sonrisa del chico hizo presencia, irradiando una constante incertidumbre en el pecho del chico mora. Aún se mantenía extendiendo el postre entre sus manos, incitando al de dulces miradas a tomarle. Obedeció, aferrando sus dedos alrededor de aquel caramelo y apretarlo contra su pecho de manera insistente. —¡Lo cuidaré con mi vida!— Su voz se elevó lo suficiente para volverse chillona, lo cual le irrito. — Se supone que debes comerlo.— Explicó, para luego tomar asiento a su lado.

—Quiero cuidarlo, es el primer regalo que me da un amigo.— Murmuro en un suave jadeo, para luego bajar su mirada nuevamente y dirigirla hacia el dulce. — ¿Quién te dijo que somos amigos?— Respondió escaso de credibilidad, ante su ignorancia. —Los amigos te regalan cosas.— Menciono, sin un ápice de duda. Tomando por un lado izquierdo al chico a su lado.

—Raro.— Menciono de último, terminando la conversación. Se colocó de pie, enfocado a dejar el lugar. —Oye, espera.— En desesperación busco atraer nuevamente a su lado al niño. —¿Qué quieres ahora?— Volteo, dispuesto a marcharse en cualquier momento. — Tu nombre. Dime tu nombre. — Cuestiono, en tono seguro, casi exigiendo una respuesta. Los orbes turquesas le miraron con devoción, buscando alguna explicación en aquella oscuridad azabache del extraño.

—¿Mi nombre? Soy Buggy.— Musito, en seco, sin apego a seguir conversando, para luego voltear su cuerpo y seguir con su propio rumbo. —Nos vemos llorón.— Río al último, comenzando a correr, chocando con algunos puestos de ventas albedríos y disculpándose entre gritos; jadeos que le guiaron por un camino distinto. —¡Soy Shanks! ¡No lo olvides!— Grito, en busca de ser escuchado, pero la única respuesta fue el observar al chico mora realizar muecas extrañas hacia su dirección, para luego desaparecer en una de las calles que encaminaban a los suburbios. Sin dejar de chocarse y golpear su cuerpo contra piedras o personas.

Su sentir era extraño, nuevamente se encontraba lleno de constantes confusiones en su pecho, marcándolo entre jadeos y aruñones en su corazón. No era molesto, mucho menos sofocante, mínimo en esta ocasión, el dolor de cabeza era provocado por su llanto, pero sus labios se extendían a los lados, marcando aquella perlada sonrisa; consigo acompañada de orbes deslumbrantes de oscuridad e imaginación.

Aquella persona era bastante llamativa, al igual que su esencia se volvió algo fructífero para Shanks. El chico mora era el dulce albedrío que buscaba sin cesar.

 El chico mora era el dulce albedrío que buscaba sin cesar

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Att. Alex.

𝐄𝐓𝐄́𝐑𝐄𝐎 ━━━━━━━━ 𝐒𝐇𝐀𝐍𝐆𝐆𝐘.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora