Capítulo 2

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"La reencarnación no te ayudará si en la próxima encarnación sigues sin saber quién eres."

"El silencio habla", Eckhart Tolle


Lo siguiente que sucedió, lo apreció casi como si hubiese sido una ensoñación. Emilia sentía su cuerpo adormecido, del mismo modo que su percepción.

Ofelia se había retirado, justo después de murmurar un par de cosas ininteligibles y mirarla con un palpable desprecio; la sirvienta que la siguió de inmediato, le lanzó una mirada de medio lado que ella supo contenía algo diferente al insulto; esos ojos los vio en otras ocasiones, eran los mismos que Carlo ponía cada vez que llegaba una nueva chica a la casa y debía quebrar su voluntad, era la ardorosa anticipación ante lo que prometía ser una tortura especialmente horrorosa.

Emilia sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, solo que esa vez no miró a otro lado, si aquella mujer pretendía hacerle algo, era buena idea que se fijara en su estampa en ese momento: una niña bañada en sangre, que la enfrentaba sin temor, incluso sonriéndole de manera retadora.

Si la sirvienta tenía intenciones sádicas, bien podría ella misma borrarle la sonrisa de la boca.

Las otras dos doncellas que quedaron allí, temblaban de miedo y expectativa, Emilia las observó con algo de pesar; sin embargo, estaba clara en que no podría mostrar compasión; aunque fuese Zali y, por ende, la hija del archiduque; el que su padre no se hubiese presentado al momento de todo ese escándalo se podría deber a dos cosas: no se encontraba allí o no le importaba.

Ambas opciones eran pésimas. Entonces, no le quedaba más alternativa que ser su propia fortaleza y actuar de acuerdo a su rango.

Debía pensar más que rápido, su cerebro trabajaba a toda marcha, a pesar de sentirse como se sentía. La información que poseía sobre Zali Dankworth era escasa, retazos de historia que el autor de la novela fue dejando a lo largo de los tomos leídos. Frases como 'vida trágica', 'oscuro pasado', 'marcada por la desgracia' llegaban a su memoria, junto a las contradicciones que se manejaban en el argumento.

Los hermanos Dankworth eran los villanos, pintados como viles señores que arruinaron un ducado solo por el simple gusto de hacerlo. Se les acusaba de vivir en la opulencia, regodeándose en los más bajos placeres.

El detalle era que, a pesar de que fuese muy buena analizando su situación, tras todo lo acontecido, el cerebro tenía un límite, y el suyo ya lo había alcanzado, así que más que comprender su situación, debía adaptarse, incluso sin saber qué estaba sucediendo.

―Mi lady ―llamó una de las mujeres con voz temblorosa―. Creo que... perdón por mi atrevimiento ―se corrigió de inmediato cuando ella giró la cabeza en su dirección―, pero creo que sería buena idea que se limpiara y cambiara de ropa.

Emilia se concentró en la mujer que le hablaba, tenía ese aspecto de las personas que pueden aparentar dieciséis lo mismo que treinta. Suspiró despacio, estaba de acuerdo, necesitaba limpiarse, sacarse el olor ferroso de la nariz, pero el frío era un enorme disuasorio para tomar un baño en ese momento.

―Tienes razón ―respondió en voz baja, mirando el pasillo oscuro por el que había escapado―. Llévame a mi habitación.

―Sí, mi lady.

Ambas mujeres la acompañaron, Emilia avanzaba por delante de ellas, tratando de recordar de qué puerta había salido, porque la servidumbre siempre debía estar detrás de ella. Se sorprendió al comprobar el trecho que corrió al escapar, había contado al menos tres puertas a cada lado del corredor.

Cánticos de Luz y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora