prólogo

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Otra pesadilla.

Eran aproximadamente las dos de la madrugada y Yanli se había despertado de nuevo, su frente estaba perlada por sudor frío, como el rocío de las hojas en las mañanas de la profundidad de las nubes, apretaba las mantas de su cama con mucha fuerza, sus ojos como piezas de oro estaban borrosas por las lágrimas que poco a poco se acumulaban.

Estaba muy asustada, soñó que se había perdido en una cacería nocturna y qué no podía encontrar ni a sus padres, hermano, primo o tíos. No había nadie para ayudarla, estaba sola.

Dos lágrima cayeron de su rostro.

Había gritado por mucho tiempo, pero el camino donde estaba era solitario y lleno de árboles. No había nada ni nadie, sólo árboles y más árboles, sin un sólo tronar de aves.

Flexionó sus rodillas trayendolas a su pecho, las abrazo con fuerza y ocultó su rostro en ellas, las lágrimas empezaron a salir sin control, eran como una cascada, pero eso no calmaba su corazón que parecía correr como un caballo desbocado.

Empezó a sorber su nariz. después de un rato ya estaba más calmada, pero la presión en su pecho aún era muy grande.

La luz de la luna llena se filtraban entre las ventanas, iluminando su habitación, frotó sus ojos con fuerza, seguramente en la mañana sus padres le preguntarían la razón de sus ojos hinchados, pero al menos se había calmado.

Se tiró otra vez en la cama, si, tenía que dormir, pero tenía miedo de otra pesadilla, otra vez sus manos tomaron las sábanas, pero giró su cuerpo sobre su brazo izquierdo.

Inhaló una fuerte respiración y sus fosas nasales se llenaron de una aroma a sándalo y lotos. Abrió los ojos y allí a su lado, había un bulto negro arropado como ella, tenía orejas largas que sobresalían de las las sábana blancas, junto con una cabeza y ojos bordados, ¡Era su conejo negro!, un regalo de sus padres cuando vieron lo difícil que era adaptarse a una nueva habitación sin ellos.

¡Sí! Era su conejito perfumado con el aroma de sus padres.

¿Cómo lo había olvidado? Rápidamente lo tomó y abrazos muy fuerte cerca de su nariz.

Ya no era una bebé, tenía que ser fuerte y no ponerse a llorar sólo por una pesadilla, después de todo sus padres estaban en la secta.

Esa línea de pensamientos la calmó; restregó su rostro un poco más en el cuerpo del peluche he antes de bostezar.

Estaba relajada, llorar la había cansado. Y mientras cerraba los ojos un recuerdo de cuatro años atrás había llegado.

Ese día también había tenido una pesadilla y se paró llorando a mares llamando a sus padres, tenía cinco años y apenas se había mudado a su nueva habitación, así que tomó su sábana y en contra de las reglas salió de su cuarto directo al de sus pad...

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Ese día también había tenido una pesadilla y se paró llorando a mares llamando a sus padres, tenía cinco años y apenas se había mudado a su nueva habitación, así que tomó su sábana y en contra de las reglas salió de su cuarto directo al de sus padres, era media noche.

Tocó un rato la puerta y dijo que tenía mido de una pesadilla, su Baba le pidió que esperara un momento y luego salió con la túnica de su A-Die mal acomodada en su cuerpo y detrás de él estaba su otro padre.

Sin pensarlo dos veces atrapó sus piernas y empezó a llorar otra vez, la manta se había quedado en el suelo, después de un rato de lágrimas y sollozos, le pudo contar su sueño.

Los tres estaban en la cama matrimonial, su Baba estaba costado en toda la cama escuchando atenta mente sus palabras mientras ella estaba en la piernas de su A-Die al borde de la misma.

Después de que terminó se frotó los ojos, ya tenía sueño otra vez, el olor mezclado de sus padres era especialmente fuerte esa noche, pero tan relajante para ella, que poco a poco empezó a quedarse dormida en los brazos de su padre alfa. Después de un rato los tres se encontraban arropados en la cama, la pequeña estaba entre los dos, siendo perfumada.

Era una costumbre, siempre que se sentía triste, ansiosa o tenía miedo, sus padres solían perfumarla para que se relajara.

-todo está bien- le susurró su Baba, mientras le acariciaba la cabeza, luego sus padres empezaron a tararear una melodía lenta que conocía muy bien.

-Descansa, no hay nada que temer- su A-Die había hablado después de terminar la melodía, su voz era calmada. Aunque su Baba hablaba hasta por los codos su A-Die nunca fue de muchas palabras, así que cada vez que decía algo la pequeña lo atesoraba en su corazón.

-así es florecita, siempre te encontraremos, no importa dónde estés o donde estemos nosotros, siempre te encontraremos y estaremos todos juntos como familia- besó su coronilla y los tres se abrazaron, después de un rato la pequeña se quedó dormida.

Memorias entre conejos y licorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora