parte única

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—¡EL JUICIO DE BONTEN CAERÁ SOBRE LOS TRAIDORES!—esta era la tercera vez de la semana que pronunciaba estas palabras

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—¡EL JUICIO DE BONTEN CAERÁ SOBRE LOS TRAIDORES!—esta era la tercera vez de la semana que pronunciaba estas palabras. Las demás personas que estaban en la habitación solo miraban expectantes las acciones que hacía el de cabellos rosados.

Los traidores estaban masacrados a golpes con las extremidades amarradas y de rodillas, ni siquiera podían hacer un quejido porque sabían que si lo hacían, los iban a golpear hasta dejarlos casi muertos, esta era una de las reglas que debías cumplir si eras un traidor y si te atrapaban.

El de ojos celestes, con una enorme sonrisa, se tomó dos pastillas, para luego acercarse a los que estaban de rodillas—Ahora escuchemos lo que tiene que decir Mikey—dirigió su mirada al de cabellos plateados, "Mátalos", solo con esa palabra bastó para que Sanzu apretara el gatillo en las tres cabezas.

El de cabellos plateados se levantó del asiento y se retiró sin más de la habitación, queriendo decir que se encarguen de los cuerpos ya fallecidos—Mikey—Kakucho lo llamó, interrumpiendo la caminata del más bajo—Ya pudimos capturar al otro traidor—hizo una pausa—Está con Takemichi en la sala este.

Al terminar de escuchar lo que tenía que decir, se dispuso a caminar nuevamente pero esta vez en dirección a la sala que el azabache le había dicho. Al llegar, abrió la puerta sin más—Oh, ¡Mikey!, ¡ya estás aquí!—el de cabellos negros se acercó a él y le plantó un pequeño beso, pero lento, en los labios, mientras rodeaba su cuello con sus brazos—Justo quería que vieras cómo castigo a esta escoria—sonrió.

—Para eso estoy, cariño—el de ojos negros también le mostró una sonrisa y se apartó para sentarse en uno de los asientos que había allí—Muéstrame—con eso le bastó a Takemichi para ponerse a trabajar, puesto que, le prendía que Manjiro lo viera hacer su trabajo.

Emocionado, se acercó al último traidor que tenían que deshacerse ese día—¡Pero miren a quién tenemos aquí!—dijo soltando una risita—¡Es el imbécil que creyó que podía traicionarnos dejando a sus compañeros atrás!—de repente, se sentó encima de él—En serio pensé que no serías tan idiota para hacer eso—se acercó a su rostro, haciendo que sus labios casi chocasen, mientras enterraba un poco el cuchillo en el cuello del contrario, este no pudo evitar lanzar un quejido, produciendo que el de ojos azules se enfadara y apretara su cuello con la otra mano—¿Te di permiso para que hagas un ruido?—lo miró amenazante, sin embargo, apartó el cuchillo y su mano izquierda. Agarró unas pinzas que estaban en el suelo y una sus manos—¿Sabes que es lo que pasa cuando me haces enojar?—le mostró una sonrisa inocente para luego acercar las pinzas a una de sus uñas y jalarla hacia arriba.

𝗱ementes 𝘆 𝗮mantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora