Capítulo 1: la elfa

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Escogió una flecha negra. El alce levantó la cabeza y olisqueó el aire unos instantes, pero no pareció notar su presencia. Tensó lentamente la cuerda del arco y apuntó a la frente del animal que volvía a pacer tranquilamente.

La saeta silbó y su presa trató de huir, aunque no consiguió llegar muy lejos. Se desplomó sobre una roca a unos cuantos metros del lugar y comenzó a resoplar sangre, la flecha hundida en su cabeza, atravesando el cerebro.

Segundos más tarde estaba muerto.

Caladhiel salió de entre los árboles en los que estaba escondida y se acercó al cadáver. Extrajo la flecha con cuidado de no dañarla y la limpió con un trapo que llevaba en la cintura. Cuando se aseguró de que estaba limpia de sangre, la devolvió al carcaj y se permitió unos segundos de mirar la sangre del arce escurriéndose en la tierra.

Suspiró y pasó las manos sobre el pelaje marrón brillante.

Realmente odiaba matar a los animales, pero sabía que era por una causa justa, ya que si no los cazaba, ni ella ni sus abuelos comerían.

Deslizó el silbato de caña de su cinturón y sopló suavemente por él, de modo que sonó un sonido dulce y agudo gracias a la membrana de piel que le había puesto.

Unos minutos más tarde, Nárwë apareció dando saltos entre los árboles. Le dedicó una gran sonrisa a la elfa.

-¡Hola Caladhiel! —dijo cuando se puso a su altura. Observó el alce caído y asintió con aprobación-. Buena caza, hermana.

Ella torció la boca.

-Por favor, Nárwë. Sabes que no me gusta matar.

El rostro del joven elfo se ensombreció.

-Todos tenemos que aprender a matar. O nos matan ellos, o los matamos nosotros.

Guardaron un silencio tenso. Caladhiel dijo:

-Estás demasiado obsesionada con esto. Ya hemos perdido la guerra, Nárwë, ellos nos superan ampliamente en número. Por cada uno de nosotros, hay al menos mil de ellos.

-No puedes pensar así, si lo haces estás condenándote, prácticamente entregando tu cabeza en bandeja de plata. Tenemos que ser optimistas, tenemos que luchar, tenemos que...

-¿Tenemos?

Hubo otra pausa silenciosa en la que ambos tuvieron un duelo de miradas. Al final, Nárwë se apartó, enganchó al alce con correas a su espalda y comenzó a arrastrarlo en dirección al campamento, sin decir ni una sola palabra más.

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La última elfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora