No tengo comida.
Mi estómago gruñe, desesperado por desayuno, y en mi alacena no hay nada.
Tengo cereal, pero no tengo leche. Claro que podría comerlo así, pero de todas formas no tengo nada para el almuerzo, así que la mejor opción igual sería ir a comprar algo.
Me ducho rápidamente, sin lavarme el pelo, y me pongo un buzo y un hoodie morado. Me miro al espejo.
Me gustan los buzos, siempre he pensado que mis piernas son demasiado delgadas. Y, cuando uso un buzo, no es notorio. Por eso, si abro mi closet en busca de algún short, o falda, o quizás hasta un jeans, lo único que encontraré serán buzos. Y me gusta así.
Tomo las llaves que tenía colgadas y salgo del apartamento.
—Hola, querida. ¿Cómo está todo? —pregunta la señora Henrys, que vive en el apartamento de al lado.
—Hola, señora Henrys. Todo está muy bien.
—Gracias a Dios, querida, gracias a Dios.
Asiento, aunque no creo realmente que nada en mi vida tenga que ver con el gran hombre de arriba, porque no estoy muy segura de su existencia siquiera, pero asiento y sigo caminando.
Bajo las únicas gradas que uso para llegar de mi apartamento al lobby, y salgo del edificio.
El clima está frío, pero no llega a ser insoportable, es cómodo.Nunca me ha gustado comprar cosas, siempre termino olvidando algo.
Cuando me mudé sola, empecé a hacer listas antes de salir de casa, y entonces olvidaba apuntar algo, y entonces lo olvidaba igual. Es insoportable.
Así que en cuanto pongo un pie en la tienda, trato de repasar mentalmente mi apartamento, resaltando espacios vacíos, para tratar de recordar que hace falta.
¡Leche! Claro. Hace falta leche.
Poco a poco, voy recordando lo que hace falta en casa, y lo compro todo. Al menos lo que logro recordar.
Llego a casa rápido, y me cuesta trabajo bajar del taxi, ya que llevo unas cuantas bolsas conmigo, que me impiden cerrar la puerta.
Al final, el conductor cierra la puerta con fuerza, y me grita una grosería que no entiendo bien. Pero aún así, me ofendo.
Subo a mi apartamento y dejo las bolsas en el piso para buscar las llaves en mi bolso. Mientras busco la llave correcta, miro hacia la puerta de al lado, la señora Henrys nunca cierra. Es demasiado confiada. Y no, no creo que eso sea algo bueno.
Encuentro la llave, y me abro paso dentro de casa.
Empiezo a sacar las cosas de las bolsas y acomodarlas en los estantes. Y entonces, pasa la tragedia...—¡Malditasea! ¡Soy una estúpida! ¿Como pude olvidar la leche?
Fue la primer cosa que recordé, por lo que fui en primer lugar, y lo olvidé.
Quería darme en la cabeza contra la pared repetidas veces.
Debí haberlo anotado, pero es que tampoco tengo mi libreta... Y, olvidé comprar otra libreta.
Estoy a un segundo de poner carteles en la ciudad buscando a un ladrón de libretas, o algo así.
Sigo desempacando cosas, y guardándolas en la alacena, hasta que escucho un golpe en mi ventana.
De seguro son pájaros, pájaros atontados que chocan en mi ventana.
Lo ignoro.
Otro golpe.
Y otro.
Vaya, a menos de que sea una bandada, no pueden ser pájaros.
Camino a la ventana y la abro, y entonces veo al chico sonriente de ayer, libreta en mano.
Ahora lo veo mejor. Es rubio, pero sus ojos se ven oscuros. Es alto, pero aún así tiene que pararse sobre la maceta de cemento para lanzar la libreta sobre mi ventana.
Se ve delgado y su pelo está desalineado, pero al mismo tiempo ordenado. Como si se hubiese pasado quince minutos en el espejo acomodando su pelo para que luciera desalineado.
Y su sonrisa es la misma de ayer, llega de un lado de su cara al otro.
Él me saca del trance cuando tira la libreta de nuevo, y me da en la cara.
Bueno, quizás me la debía, pero, auch.
No me pide perdón, solo se encoge mínimamente de hombros.
Me agacho en busca de mi libreta, y al volver a mi posición, el sigue ahí parado. Sigue parado bajo mi ventana.
Hace un megáfono con sus manos y grita:
—¡Ábrela!
Entonces me percato de algo importante: Hasta ahora, no había escuchado su voz. Que por cierto, suena divertida, animada.
Abro la libreta, con cuidado. Como si tuviera miedo de que en ella viniera una bomba.
Pero dentro solo vienen notas, hechas con una caligrafía mucho mejor que la mía.
Hay notas en cada esquina de mi pobre libreta. Por ejemplo; en una de las primeras páginas, anoté la dirección de correo electrónico de mi padre, y él había puesto:
"¿A esta dirección debo enviar la factura del hospital, por el agujero que dejó esa libreta en mi cráneo?"
Y cada pagina tiene una de esas, una estúpida nota, eso es invasión a mi privacidad, joder.
Arranco una de las hojas, y escribo:
"Podría demandarte. Como mínimo."
Arrugo el papel, haciendo una bola, y lo lanzo.
Pero el viento lo lleva arrastrado a quien sabe dónde. Y el chico suelta una carcajada.
Abro la libreta y escribo lo mismo, pero ahora no arranco la hoja. Pongo el lápiz dentro de la libreta, para que marque la página, y lanzo la libreta hacia el chico. El lápiz se cae, él lo recoge, abre la libreta y sonríe.
Usa el lápiz para escribir algo, y la lanza de vuelta.
Ignoró lo que yo había puesto."¡Buena puntería! Esta vez no me dió en la cabeza."
Volteo los ojos.
"De haber querido, te hubiera dado."
La lanzo.
"Aún mejor. No querías lastimarme :D."
"¿Se puede saber quién eres?"
La lanzo.
"Me llamo Ezra. Bien, ahora la desconocida eres tú, hasta me das miedo."
La lanza. Tomo el lápiz, dudo un momento, pero continuo escribiendo.
"Me llamo Charlotte."
La lanzo.
Él la toma y sonríe nuevamente."Es un placer, Charlotte."
Y se va.
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CRÉELO, O NO.
RomanceCharlotte, una novata escritora de romance, que se muestra reacia a creer en el amor. Ezra, por su lado, ha cometido el error de creer en el amor demasiadas veces, y ha salido herido en todas ellas. Cuando se conocen, Ezra no pretende acosarla, o p...