Introducción

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Glasgow, Escocia.

Recibió una patada en su costado derecho. Se había portado mal y ahora su padre lo estaba golpeando. Desde que nació, su padre lo había odiado diciendo que su reputación se había arruinado teniendo un omega varón. Decía que su clasificación no servía para nada. Eran infertiles, no podían hacer trabajos pesados pero tampoco podían ponerse bonitos como las omegas. Lo azotó contra la pared para cuando volvió a recobrar la conciencia, solo había roto unos platos y ése era su castigo.

Levantó la mirada, el alfa frente a él estaba enfurecido, parecía que esta vez si lo mataría a golpes. Qué alivio, mínimo así no sigue sufriendo. Tenía 26 años en lo mismo, y ahora su madre no estaba ahí para ayudarlo. Ni sus hermanas. Tenía una hermana alfa, Charlotte, era menor que él pero era tan demandante que su padre le tenía respeto.

–Mañana te vas. Alguien me dijo que podríamos sacar mucho provecho de una basura como tú. Hay gente que sí los considera especiales, tu ni cocinar sabes. –Eso último lo mencionó como broma.

Claro que Louis sabía cocinar, de eso subsistía, tenía un año que su madre se había ido con otro alfa, había encontrado a su destinado en otro lado, y la petición había sido que fuera sola. Solo quedaban Félicité y él en casa cuando su madre se fue, pues Charlotte había encontrado una omega muy bonita y vivían juntas. Sin embargo, hace dos meses que un alfa de muy buena familia pidió la mano de su hermana mayor. Y quedó solo al mes, la boda sería en seis meses, ella está tan ocupada que no vuelve para verlo aunque sean cinco minutos.

Quizá todas ellas sabían que en manos de su padre no sobreviviría demasiado.

Para su suerte, dejó de golpearlo. Qué mala suerte. Tenía pocas probabilidades de encontrar un alfa bueno, que lo cuide y protega, que le ayude a sentirse seguro, y si su padre lo vendía seguramente solo le traería más desgracias a su vida. Cuando llegó a su cuarto, se tiró a la cama y se quejó del dolor, sus pulmones le ardían y tenía sangre en la boca. El dolor ya no era tan fuerte como las primeras veces, comenzó a golpearlo más fuerte cuando su madre se fue, pero aún se sumía en agonía.

"Si un día salgo de aquí, no aceptaré vivir lo mismo dos veces". Fue su único pensamiento, antes de caer desmayado.

Para la mañana siguiente, sintió un olor a café de olla por toda la casa, al parecer su padre lo había dejado dormir, pues eran las 11 a. m., y el café ya estaba listo. Fue a su baño, tenía un espejo al frente, el cual limpió un poco con papel antes de mirarse. Tenía su labio morado, su cara casi no estaba marcada, porque a veces él tenía que salir de casa y si la gente hablaba, su padre podría meterse en problemas.

Y suena muy buena idea librarse de su padre, pero era un omega varón, no podía valerse por sí mismo como los betas o los alfas. Las chicas lo tenían más fácil, aunque no fueran bonitas podían conseguir alguien que las cuidara porque eran fértiles. Él jamás podría darle hijos a nadie. Y los alfas eran demasiado especiales con ese tema, ¿como es que no dejarían un legado?

Bajó las escaleras con cuidado, le dolían las costillas y podía asegurar que seguramente tenía una o dos rotas. Mientras no se le perforara un pulmón. Lo único de bueno que tenía es que podía curarse más rápido que las omegas, incluso si su alimentación era mala. Cuando llegó a la sala, en la mesa, sentado junto a su padre, había otro señor. Esos que parecen cobradores del banco, y que no van por parte del banco.

El señor lo miró como si fuera jurado de algún concurso. Era de cabello negro con algunas canas, sus ojos eran marrones y tenía el párpado caído. Tenía los labios delgados, y su ceja era muy prominente, casi parecía que la tenía fruncida. Era un alfa, seguramente de 50 años o más, Louis sintió miedo de que su papá le diera a este hombre.

Vendido | OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora