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𝐿𝑖𝑑𝑖𝑎.

Desperté por un zumbido a lado de mí, más específicamente en la mesita de noche. Cuando estuve un poco más consciente, logré oír el sonido de mi teléfono y pude distinguir que esa no era mi alarma, era una llamada.

—Es el tuyo. —la voz ronca y somnolienta de Sebastián me hizo saber.

Estiré mi mano y tomé el teléfono. Con los ojos entrecerrados alcancé a distinguir en la pantalla el nombre de mi hermano. Me senté con cuidado en la cama y contesté sin más.

—¿David? ¿Qué pasa? —quise saber, pues él no era de llamarme, solo usaba mensajes de texto o videollamada.

Hola, hermana. Buenos días, estoy muy bien. Gracias por preguntar. —se hizo el gracioso y bufé con molestia.

—Vamos, sé que tienes algo que decirme. Y por favor dime que es algo importante. —le advertí. —Por que digo, son las ocho de la mañana.

Sí, es importante. Así que levántate ya y prepárate, que Támara y yo estaremos en la puerta de tu casa en media hora. —soltó tan rápido que tardé en procesarlo todo.

—¿Están aquí en Alemania? —le dije aún sin creerlo. —¿Cuándo llegaron? —volví a hacer otra pregunta.

Responderé todo eso con una taza de café. —me dijo con diversión. —Nos vemos en un ratito, Lid. Te quiero. —no me dio tiempo de responder pues ya me había colgado.

Dejé el teléfono sobre la cama y me quedé mirando al piso por uno minutos. Ya saben, ese momento en el que reflexionas sobre tu vida y después vuelves a la realidad.

—¿Qué dijo tu hermano? —de nuevo la voz de Sebastián se hizo presente, haciéndome dejar de lado mis divages y girar un poco la cabeza para verlo. La sábana le cubría únicamente de la cadera para abajo, dejándome ver que estaba sin camisa. Tenía los brazos por encima de su cabeza y la espalda recargada en la cabecera de la cama, haciendo que sus músculos fueran más notorios. —¿Lidia? Mis ojos están aquí arriba, eh. —bromeó y subí la mirada hasta sus ojos.

—Eres mi esposo, no me estés prohibiendo el derecho de verte. Lo tengo y lo aprovecho. —me defendí, dándole un golpe en sus rodillas.

—Por mí, quédate viéndome toda la vida, mi amor. Pero me pones...—le lancé una mirada de advertencia, indicándole que tuviera cuidado con lo que estaba a punto de decir. —Nervioso. —soltó.

—Claro. —me burlé.—Bueno, voy a cambiarme porque David dijo que están en Alemania y estarán aquí en unos minutos. —me levanté de la cama y caminé hasta el armario.

—¿Están? ¿Quiénes?

—Él y Támara. —le respondí, tomando el vestido negro que estaba en mi armario.

La pena de que Sebastián me viera desnuda ya no existía más. Últimamente eso se había vuelto algo normal para nosotros, y no en una forma sexual, sino que nos bañabámos juntos y según él, así me cuidaba de algún accidente.

—Ah, dale. Igual me voy a levantar ya, así ayudo a mí mamá con el desayuno. —me hizo saber, saliendo de la cama. La sábana cayó y dejó a la vista el jogger deportivo gris que él llevaba puesto.

Debería ser un delito amanecer con tremendo hombre a lado. Y más ahora que mis hormonas estaban un poco locas. 

—Sí, ehhm...Y-yo voy a... —dejé la oración sin terminar porque mi cerebro estaba ocupado admirando a mi esposo y al atractivo tatuaje que tenía en su espalda bien formada. Despegué mi vista de su espalda y comencé a quitarme la bata para dormir.

𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 ➳𝑺𝒆𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂́𝒏 𝑪𝒐́𝒓𝒅𝒐𝒗𝒂 #𝟐  (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora