Mi humano está triste ¿qué hago?

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— ¡Shoto! Ven a comer — llamó un peliverde sujetando un pequeño plato con atún.

Ante el llamado, un gatito de pelaje blanco y rojo bajó del estante en el que había estado descansando y se acercó velozmente al muchacho.

El chico peliverde, al ver al minino aproximarse, acomodó el platito donde solía darle de comer y esperó hasta que empezara a alimentarse. Le gustaba asegurarse de que el gatito realmente comiera, sobre todo considerando lo mucho que le costó que tomara más de un bocado los primeros meses luego de que lo recogiera del callejón.

Por otro lado, el felino ajeno a las preocupaciones del chico, estaba feliz olfateando el contenido del plato. "Atún mi favorito" pensó comenzando a comer gustoso bajo la atenta mirada de su cuidador.

Lo cierto es que a Shoto le encantaba vivir allí con ese humano peliverde, aunque se quedara a observarlo comer, pues desde que había sido adoptado no había sentido más que calidez y cariño en ese lugar que había aprendido a llamar hogar. Tenía un plato de atún cuando quería, pequeños premios de vez en cuando, agua fresca, su propia cama mullida, un lugar acogedor para descansar y ver por la ventana, una desparasitación una vez al mes y muchos mimos. 

No creía que pudiera haber algo mejor.

— Eso es — alentó el chico al ver al gatito comer con apetito y escucharlo ronronear — Bien, termina todo Shoto. Te veré más tarde — añadió el peliverde con una sonrisa mientras le hablaba a su mascota y acariciaba suavemente detrás de las orejas del felino a modo de despedida.  Definitivamente lo más difícil del día es dejarlo para irme a trabajar... pensó el muchacho soltando al felino y tomando sus llaves para finalmente salir de su hogar.  

Shoto por su parte, solo maulló en respuesta y siguió comiendo, pues ya estaba acostumbrado a esa rutina de comida y mimos.

Cuando hubo terminado y su pancita estuvo llena, se estiró y lamió sus patitas para quitar algunos restos de atún que les habían caído encima. Luego, de un ágil salto volvió a subir al estante, y siguió observando lo que acontecía en el parque de en frente. 

Le era bastante entretenido ver a los perros perseguir ardillas como si estuvieran poseídos, y a los humanos adultos perseguir humanos pequeños hasta el cansancio. Además, casi siempre pasaba alguna que otra cosa interesante como en las novelas que veía la vecina.

Pero, si tenía que elegir de entre sus actividades favoritas, prefería ver esa serie de detectives con su humano. Era muchísimo más entretenido hacer teorías sobre quién sería el asesino.

Siguió mirando por unos minutos más hasta que, arrullado por las risas del parque, el suave sonido de la brisa entre los árboles y el olor a café y menta de su hogar,  le entró sueño.

Dio un bostezo y se bajó del estante para ir a acurrucarse en su camita, quedándose finalmente dormido.

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Ok, talvez se adelantó al decir que no podría existir algo mejor, porque definitivamente el nuevo rascador que le había traído su humano ese día era perfecto.

Estaba ya eligiendo el lugar por el que comenzaría a marcar su nuevo rascador, cuando notó un ligero aroma a sal en el ambiente.

Olfateó con mayor cuidado y se percató que el aroma provenía de su humano. No era la sal que tenía cuando volvía a casa con mucha arena encima, era la sal que olía siempre que su humano se veía decaído. 

Decidió dejar su rascador nuevo para colocarse frente a su fiel cuidador para examinarlo. 

Notó que pequeñas gotas de agua se asomaban en sus ojos. Definitivamente no era el humano feliz que siempre llegaba a casa, algo había pasado. 

MascotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora