No sabía cuanto tiempo estuvo durmiendo, pero fue suficiente para reponer el sueño perdido. Abrió las cortinas por primera vez en semanas y dejó que la luz natural bañara la totalidad de su alcoba. Se dio doy una ducha, lavó su cabello, sacó toda la basura amontonada de su escritorio y desayunó una buena sopa instantánea luego de rociar ambientador de pinos para eliminar el olor a encierro.
A Trey le agradaba el silencio del departamento. Sabía bien como disfrutar de su propia compañía sin sentirse asfixiado por la soledad. En realidad, no se permitía sentirse demasiado a gusto en ella, porque luego salir de ahí era casi tan difícil como aprender a cocinar unos huevos fritos decentes. Para eso y muchas cosas más tenía a Karina. Para enseñarle a cocinar y recordarle que el calor humano existía y que también lo necesitaba. De pronto el remordimiento cruzó la puerta y el amargo sabor le llenó la boca. Karina se preocupaba por él más que nadie mientras que Trey se seguía empujando a sí mismo al borde del peligro. No parecía una forma correcta de compensarla.
Su emiferio racional le reprochó tajante por no ser capaz de escuchar un consejo o cumplir una petición tan simple. Se estaba metiendo en aguas turbulentas y la orilla se hacía pequeña en el horizonte. Pronto perdería el camino de vuelta. Trey apretó los labios y exhaló con lentitud, recordandose que era mucho más astuto que ellos, nadie lo detectaría.
Cielos, sí que lo era. Con las maquinas no existía nadie mejor que él. No por nada se graduó tres años antes que sus amigos y mientras los demás hacían sus pasantías, él tenía un reluciente reconocimiento colgado en su insípida pared. Era todo por lo que luchó y era apenas el comienzo, ¿por qué sentía que no era suficiente?
Él sabía que eventualmente estaría satisfecho. Un día, con la frente llena de sudor y los pulmones ardiendo de esfuerzo, le echaría un ojo al panorama y con una sonrisa agotada se atrevería a decir: Lo logré. No se imaginaba el escenario, tampoco la fecha. Le costaba hacerse una imagen de sí mismo decidiendo detenerse, pero seguir pedaleando a un ritmo perpetuo era demasiado ridículo. Se detendría. Tenía que hacerlo. No podía verlo ahora mismo porque sabía dentro de sí que aún tenía mucho para dar, pero ese punto llegaría y entonces Trey podría descansar.
[...]
El asiento le hacía doler las caderas. Tenía cinco años sentándose ahí cada domingo, sin falta, y el tiempo no lo hacía más llevadero. La puerta del pabellón se abrió y un guardia vestido de azul se asomó. Trey enderezó la espalda y cruzo los dedos sudorosos sobre la mesa con paciencia, viendo como Randal era escoltado para llevar a cabo su visita semanal.
El cincuentón se sentó del lado opuesto y luego el guardia les recuerdó que tenían treina minutos. Ya sabían eso, pero como cada domingo, Trey asintió y le dio las gracias.
Miro al hombre frente a él e hizo un esfuerzo en sonreír.
—¿Cómo estás, viejo?
—Preso —Él se echó a reír, brillando la ausencia de gracia.
Trey le siguió, esbozando una risa baja.
—No me tienes novedades entonces —asumió.
Randal subió sus pobladas cejas canosas, pensandoselo.
—Ha sido una semana de lo más aburrida.
—Que raro —tanteó. No se tragaba una palabra de eso—. Debiste darte ese golpe en la boca estando dormido entonces.
Randal rió mostrando la tregua, con las manos esposadas en alto. Su labio hinchado y rojizo hablaba por sí solo.
—No hay forma de esconderte eso —aceptó—. Hubo una pequeña confusión con los horarios de la televisión, pero llegamos a un acuerdo —relató vagamente, sin darle importancia.
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La Cantante
Mystery / ThrillerEl extravagante Club Odisea era un nido de engaño y misterio. Una intrigante y cautivadora mujer cantaba para ellos todas las noches bajo el seudónimo de 'Fortuna'. Trey era un forastero en un lugar como ese y su dotada mente le impedía creer en las...