Años, y ya poco gas me sobraba. Eso significaba que para ese entonces era una estrella vieja. Estaba acompañada por otras, algunas similares a mí, algunas demasiado diferentes. Las más cercanas eran con las que más pasaba el tiempo, aunque solía comunicarme con mis hermanas y hermanos más lejanos.
Millones de años pesaban en mí, una vida que cualquier organismo consciente, vivo, desearía poseer. Una vida que para muchos puede catalogarse como infinita, por la cual, inclusive, pelearían para conseguir. Siempre supe que nosotros las estrellas, rodeábamos muchas formas de vida. Formábamos aquellos puntos diminutos en el cielo, esos que con mucho embeleso admiraban los ocupantes de cada planeta; también algunos de nosotros aparecíamos durante el cielo diurno, iluminando de cerca, entregando brillo y calor, dando vida.
Las estrellas más cercanas a mí eran jóvenes, motivo por el cual recibía un gran respeto por parte de ellas. Disfrutaba cada vez que las escuchaba reír, cada vez que las veía bailar, cada vez que paseaban cerca de los planetas, regalando una estela brillosa que los habitantes disfrutaban y admiraban.
Yo era muy grande. Mucho más grande que el Sol para los habitantes de la Tierra, mucho más que Atois para los habitantes de Mena, y muchísimo más grande que Kif para quienes habitaban Capitana.
Todas nosotras vivíamos de modos diferentes. Algunas vivieron intensa y rápidamente, muriendo jóvenes. Otras, lograron balancear sus deseos con su supervivencia. Y el último grupo vivía fríamente, sin ser emocionales, logrando así extender sus vidas por mucho más tiempo. Sin embargo, no éramos conscientes de qué clase de vida llevábamos. Nos dedicábamos simplemente a vivirla, a aprender de cada paso que dábamos, de cada vida que podíamos dar con nuestro abrigo. Era reconfortante saber en mi interior, que éramos parte de algo importante.
Y sin embargo tenía miedo. Miedo a la incertidumbre. Sabía que mi final no estaba lejos, y eso me carcomía por dentro. Pavor en todo mi ser circulaba cuando pensaba en mi futuro. Era una estrella muy grande. ¿Y si me convertía en un agujero negro? Acabaría con la vida de muchos hermanos y hermanas, con la vida de muchas especies diferentes. Destruiría a todos aquellos que me rodeaban. O quizás serían trasladados a otra dimensión, siendo mi función convertirme en una especie de túnel, por toda la eternidad. Siendo eso rompería lazos, separaría afectos. De uno u otro modo, destruiría todo a mi paso.
También la soledad consumía parte de mí. Estaba acompañada por mis semejantes, pero todas entendíamos a través de nuestros pensamientos y en lo más profundo de nuestro ser, que éramos una especie solitaria. No por elección, no por obligación: nuestra naturaleza nos mantenía en una burbuja imaginaria, con pequeños conductos para comunicarnos, pero estos demasiado pequeños para que toda la materia del universo pudiera juntarse en un punto, nuevamente.
Éramos parte del todo y a la vez parte de la nada. Éramos el placer del masoquismo. Éramos la muerte buscada durante una larga agonía. Éramos la belleza que sufre, vomita y muere.
Mis penas, mis alegrías, mis pensamientos, mis conexiones, mis ideas, mis hermanos, mis hermanas. Aquellos términos habían dejado de cobrar sentido para mi ser el día que destellos de luz emanaron de mí con mayor intensidad de la acostumbrada. El día en que caí en cuenta de mi hybris, el día en que todas mis emociones me sobrepasaron. El día en el cual exploté.
No había sucedido lo que tanto temía; no me había convertido en un succionador de vidas, tampoco en un túnel eterno. Lo que había deseado sin enterarme se había hecho realidad. Fui una supernova, una explosión estelar.
Y tiempo después, pasé a formar parte de todo. Mis restos habían creado nuevos planetas, nuevos mundos, nuevas posibilidades de vida. Continuaba siendo la nada misma, ya no existía como entidad. Pero formaba parte de todo, y aún sentía. Estuve presente hasta que no quedó más hidrógeno, y como consecuencia, no más chances de nuevos nacimientos, no más nuevas estrellas. Pero lo más importante siguió siendo que yo aún podía sentir.
Presente entonces hasta el momento en que la última estrella se apagó, dejando atrás las infinitas formas de vida a las cuales habíamos ayudado a crecer.
Dejando tan solo el recuerdo de la existencia.
Flotando éste en el vacío, paradójicamente llenándolo.
Pues ni siquiera el vació merece vivir en soledad.

ESTÁS LEYENDO
Supernova
Historia CortaÉramos parte del todo y a la vez parte de la nada. Éramos el placer del masoquismo. Éramos la muerte buscada durante una larga agonía. Éramos la belleza que sufre, vomita y muere.