Capítulo 20

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Cuando Julian llegó por fin, se dejó caer antes de que el cangrejo tocara el suelo. Los demás cangrejos también estaban llegando lentamente. Julian agitó sus brazos entumecidos por el esfuerzo. No perdió tiempo y comenzó a buscar a la Peón.

Su búsqueda duró poco, pues ella estaba acurrucada en el suelo. Parecía estar llorando.

Su corazón se contrajo temiendo que se hallara lastimada y se apresuró hacia ella. - ¡Oye! - le dijo, alzándola del suelo y dando un paso atrás. Alexandria se encontraba con horribles sarpullidos por todo el cuerpo. Diminutos puntos rojos cubrían sus piernas, brazos, cuello y la parte de abajo de su rostro. - Por Dios... ¡No hagas eso! - le reclamó sosteniendole las manos para que no se rascara.

-¡Pica mucho, no lo soporto!

-¿Peleaste tú sola contra ellos? - preguntó notando las grandes corazas alrededor. - Detente, - le exigió cuando vio que continuaba rascándose y la acercó a los arbustos, arrancó algunas hojas y se las dio. - Ponlas en donde te irriten. - Ella dudó. - ¿Qué? ¿Crees que te mataré con plantas?

-No es imposible...

-Tengo una espada, estás lastimada ¿y crees que acabaré con tu vida con plantas asesinas?...

El escozor era tanto, que ella finalmente recibió las hojas que él le entregaba. Fue a sentarse cerca de cangrejos rojos y comenzó a colocar las plantas en la piel debajo de su ropa. Cuando estuvo cubierta hasta la boca, sus ojos seguían viéndose inconformes y agonizantes.

Julian sintió movimiento dentro de los arbustos. Desenvainó su espada y recibió a tres Cangrejos Oscuros. Les hizo un corte a la cara, evitando el pus que expulsaban o cubriéndose con su capa. Les introdujo su arma por la boca y cuando la extraía, caían muertos. Otros dos salieron y utilizó la misma estrategia.

-Creo que son todos, - indicó después de un momento, con los oídos y ojos aún alerta. Bajó la espada pero no la envainó. Otros segundos de vacilación transcurrieron hasta que decidió regresar a donde estaba Alexandria.

La encontró recostada en el suelo luciendo miserable y sin verlo a los ojos. Sin saber qué más hacer, él miró el resto de la escena, tragó y finalmente tomó asiento frente a ella, quien hizo como si no lo veía.

La oscuridad fue cubriendo todo, así que Julian hizo un pequeño fuego entre ellos. Conforme la noche avanzaba, el silencio se hizo intolerable para él. Quizás ella estaba sufriendo, pero quizás no hablaba porque no quería dirigirse a él. Sin embargo, seguía despierta y su mirada perdida le alteraba los nervios.

Cuando ya no pudo más, se aclaró la garganta y le preguntó: -¿No sabías que el pus de los cangrejos oscuros es irritante hasta para los Guerreros? - Ella lo ignoró. - ¿Dónde está tu uniforme? Pudo haberte protegido de ellos si lo tuvieras puesto. - Continuó sin responder. - No vayas a acercarte a la Ceiba Negra, también es sumamente tóxica.

Ella masculló algo que a través de las hojas que tenía en su boca sonó a un -¡Esu... y... lu... sé!

Así que no era que no pudiera hablar, se dijo Julian. - ¿Y sabes también de los gusanos volcánicos? - ella no respondió, pero parpadeó con un gesto que hizo deducir a Julian que no sabía de lo que estaba hablando, así que prosiguió: - Son gusanos que viven en los volcanes del mundo de los Zoomorfos. Su pelaje es muy venenoso y si llegara a tocar una parte sensible del cuerpo, esta ya no se recupera. Los Dacterianos son similares en apariencia pero hay de otros colores y su pelo no saca vapor a diferencia de los gusanos volcánicos... - Julian se detuvo sintiéndose ridículo con su monólogo, pero vio que ella seguía pendiente de cada palabra que decía; estaba recostada en la misma posición que antes, su mirada estaba atenta, haciendo notas mentales de cuanto escuchaba. Tras una pausa, Julian continuó hablando, mencionando el nombre de diferentes criaturas y sustancias que podían perjudicar a los Guerreros por todos los escaques.

Se dio cuenta, mientras hablaba, que probablemente el tutor de ella no había tenido tiempo de enseñarle todo lo que debía saber antes de que fuera asesinado, por lo que habrían muchas cosas que ella ignoraría tanto de los mundos muertos como el de los vivos. Con eso en mente, Julian poco a poco se fue quedando callado hasta que solo se escuchaba los gorjeos de los cangrejos moribundos.

-¿Tienes hambre? - le preguntó cuando estuvieron callados por lo que pareció mucho tiempo. - La carne de estos cangrejos es muy horrible pero sigue siendo nutritiva.

Ella cerró los ojos y negó con la cabeza. De todas maneras, él se levantó para conseguir un poco. Volvió a agudizar sus oídos y ojos por si había otra amenaza pero la noche permaneció tranquila. Miró hacia los arbustos y recordó que había llegado ahí con tal de encontrar el trozo de la corona. ¿Se encontraría en la profundidad de los arbustos? Dio un paso adelante.

La Peón se levantó de un salto y comenzó a reprocharle aún con las hojas en su boca, apuntando con sus manos a él, los arbustos y a ella misma.

-¡N.. te.... trevs... ntrar.. hí! ¡Yu... irr... pr... l...curune!! - intentó decir, su expresión furiosa.

Julian suprimió las ganas de reírse de ese arbusto parlante. - Apenas puedes moverte.

Ella bufó poniéndose de pie y apresurándose a entrar por los arbustos, las hojas que cargaba crujieron por el movimiento. Él la siguió pendiente por cualquier peligro.

La Peón continuó caminando delante de él, sin mirar atrás. Apartaba las hojas del camino y evitaba pisar directamente los cadáveres que llenaban el suelo.

-Si yo hubiera sido el Caballero que acababa de hurtar la joya más preciada de los mundos y escogiera este punto para ocultarla, buscaría la carcasa más grande o antigua que pudiera encontrar, - sugirió Julian al tiempo que emergían de los arbustos y encontraban el caparazón del cangrejo más enorme de todos.

Sin hesitar, Alexandria ingresó seguida de él y buscó por los suelos y las paredes, no hallando nada. Cruzó hasta llegar al otro lado de la coraza y salió con él sobre sus pasos.

Ahí, en medio de las tenazas inertes del cadáver, había un pequeño brillo verde. Alexandria se apresuró y con el corazón en la garganta tomó la primera joya de la corona, incrustada sobre adornos plateados que por haber estado siglos en ese lugar, habían perdido la mayor parte de su belleza.

- Nada que un buen joyero no pueda remediar, - observó Julian.

Con desconfianza en sus ojos, ella guardó el trozo dentro de sus ropajes.

-Estás herida y cansada. No pienso pelear contigo así, - señaló él molesto pero estremeciéndose al recordar lo que le había hecho a los demás Peones.

Ella no parecía estar pensando en lo mismo puesto que se quitó las hojas de la boca con sumo cuidado. - Esto no me alivió en absoluto, - musitó contemplándolas.

Sintiendo que debía defenderse, Julian replicó: - El sarpullido tarda unas semanas en desaparecer, incluso con las hojas puestas. Coloca un poco de savia de monja blanca y te recuperarás más rápido.

Ella se acarició la quijada y los labios que era donde sentía mayor molestia. Mientras lo hacía, Julian se preguntó cómo se sentiría besarla.

¡¿Pero en qué estaba pensando?!

Sobresaltado por sus propias ideas, retrocedió varios pasos intentando aparentar que inspeccionaba el área.

-Ya está. Tengo el primer trozo, - la escuchó decirse a sí misma.

Él la notó viendo hacia arriba. - ¿Te vas?

-Ya no tengo nada que hacer aquí, - comentó mientras se rascaba el brazo. - Puedo egresar del escaque en este lugar, no es necesario que regrese.

-¿Me dejarás acá? - inquirió él, recordando que debía ir por su caballo.

Sin responderle, ella partió aún con las hojas envolviéndola y dejándolo completamente solo.

Él suspiró y lentamente comenzó a tomar su camino de regreso.

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