Epílogo

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-Nunca me reprochaste de la muerte de Raúl, - comentaba Alexandria un día que estaba en el Imperio Blanco, caminando junto a Bynner el mismo recorrido que había hecho con su mejor amigo hacía tanto tiempo. - Todos lo hicieron. Lo sé. Incluso yo sé que es mi culpa, pero no siento acusación viniendo de ti. ¿Por qué?

-Oh, Alexandria.

Ella frunció el ceño. - No digas que no fue mi falta por que lo fue. Estoy consciente de ello...

Bynner se detuvo y la miró con aflicción. - Querida, ser Guerrero muchas veces significa que podemos ser víctimas. Olvidamos eso constantemente... - hablaba lentamente, sus palabras también para él mismo. - Pero aún más seguido olvidamos el hecho de que todos podemos ser perpetradores. Aunque nuestros padres e hijos digan que no, aunque nuestros compañeros y nuestra conciencia digan que no, aunque los mismos Reyes digan que no. Nuestra naturaleza siempre dirá "sí". ¡Eso no quiere decir que debamos aceptarlo! ¡No! Parte de ser Guerrero Blanco es combatir contra nuestros enemigos, pero también luchar contra nuestra propia naturaleza para evitar dañar lo que no debe ser dañado... por eso... por eso no pude acabar con aquel marcado, porque lo vi luchar contra su naturaleza de ser perpetrador... y veo esa lucha también en ti. No quieres ser víctima y tampoco quieres ser perpetradora. No puedo culparte por ello.

Alexandria respiró el aire puro, se acarició las heridas que estaban cicatrizando y finalmente dijo: - Raúl está en paz.

Bynner suspiró. - ...Lo sé... lo sé.

Alexandria no volvió a vestir su uniforme de Peón. Las noticias de que había asesinado a la Reina del Imperio Negro y se había convertido en Alfil, corrieron rápido por todos los mundos.

La Nación de los Angelinos acababa de enterarse sobre aquella novedad cuando recibieron la visita de la protagonista de dicho suceso. La Emperatriz estaba indignada pues había dejado claro que no quería tener nada que ver con ninguno de los Imperios, pero al ver la hermosa, antigua y valiosa corona que el Alfil le presentaba como ofrenda, la lideresa se vio obligada en reanudar los lazos de paz con el Imperio Blanco, con tal de obtener y vestir la preciada reliquia. Vivió sus últimos años en completa tranquilidad. Durante su mandato advirtió que quedaba prohibida la entrada a la nación, del marcado que había sido el responsable del asesinato de siete Peones y que si fuera visto merodeando por ahí, pasaría a ser prisionero propiedad de los Angelinos.

La Emperatriz murió poco después y su hija la sucedió, manteniendo los decretos hechos por su madre.

Con un Alfil nuevo, el resto del Imperio Blanco le dio pronto la bienvenida a los demás miembros del ejército que fueron escogidos uno tras otro y presentados al mismo tiempo para que todos los aliados y subordinados conocieran a los que serían sus defensores.

Fue un día lleno de gozo para el pueblo, el cielo estaba completamente despejado y el sol brilló sobre los nuevos rostros que protegerían al Árbol Blanco y sus súbditos.

Solo Julian supo que Alexandria había conocido a todos los que fueron nombrados Guerreros antes de serlo, pues la nueva Torre era la enorme mujer que había conocido en la tierra de los Torombos, Rita. El público recibió con júbilo el regreso del brazo de hierro: Bynner y al Caballero de la Reina que era la mujer que les había brindado refugio luego de su lucha con Jairo, se llamaba Danna. Los nuevos Reyes eran dos personas llenas de aire autoritario y una mirada ansiosa por poner manos a la obra: los dos que la habían ayudado a volar en un cangrejo en búsqueda del primer fragmento de la corona.

Juntos, el grupo inspiraba confianza, poder y el comienzo de una nueva era.

También se recibieron ocho nuevos Peones, hombres y mujeres con brillos anhelantes en sus ojos, ansiosos de mostrar de lo que eran capaces; entre ellos, uno en particular, mostraba tener ambición y astucia que superaba a sus compañeros, su nombre era Menttor.

En el otro lado del Universo, se estaba dando lugar una ceremonia similar en la que el Imperio Negro acogía a sus nuevos Reyes junto con los Guerreros que le servirían, incluyendo a Lince como un Alfil.

Todos estos acontecimientos causaron revuelo en los diferentes mundos, junto con una circunstancia no menos sorprendente: la muerte de Zulman y el marcado Julian, antiguo Caballero Negro, sustituyéndolo como Capitán de los 16 mares.

Julian gobernó los barcos de una forma diferente a su antecesor, las personas que le juraban lealtad pasaban a ser parte de su tripulación y aquellos que osaban retarlo para obtener su lugar, eran rápidamente eliminados.

Alexandria nunca mantuvo en secreto su relación con Julian. El Imperio Blanco miraba con desaprobación aquel vínculo, pero en secreto debían admitir que el marcado resultaba un aliado poderoso, representaba una conexión marítima con la que no podían contar antes, entre una cantidad de mundos nada despreciable y pronto comenzó a notarse la tranquilidad en las aguas. Poco a poco las playas de los diferentes escaques fueron ocupadas por los habitantes quienes recuperaron la certeza de que nadie llegaría a atacarlos de imprevisto, pues los temidos barcos no volvieron a acercarse de forma amenazante.

-¿Estás seguro? - preguntó Alexandria un año después, una mañana en la que se encontraban solos en un mundo pacífico.

Julian se dejaba extraer el ánima de su frente. - Desde hace mucho tiempo...solo quería encontrar un momento especial, - añadió sonrojándose ligeramente.

Alexandria terminó de sacar el ánima y la contempló suspendida entre ambos. Él estaba arrodillado y ella de pie. - ¿Qué momento especial? ¿El aniversario de cuando nos conocimos?

Él suspiró. -No. Esa noche maté a tus amigos...

Ella inclinó la cabeza. - ¿El aniversario de cuando entrenamos juntos?

-No... aquella vez murió la novia de Raúl.

-¿El aniversario de cuando estuvimos juntos por primera vez?

Él miró hacia el cielo, deseando que la tortura acabara.

Ella rió, lo besó, unió sus frentes y le aseguró: - Bromeo. Sé muy bien qué día es hoy. - Se apartó, extrajo su propia ánima y se la extendió. Julian se puso de pie y la miró atónito. Era extremadamente inusual que un Guerrero ofreciera su propia ánima, más si se trataba de uno de los Reyes o un Alfil. -Confío en ti, - confesó ella sin rastros de duda.

Renuente, él la aceptó y la atrajo para besarla una vez más.

La reputación del Alfil Alexandria incrementó con cada evento en el que demostraba su poder e inteligencia. Eran pocos los enemigos del Imperio Blanco que se atrevían a atacarla, pues además de su fuerza, temían incitar la furia del Capitán Julian. Los enemigos del Imperio Negro tampoco se acercaban a Julian por no provocar la cólera del Alfil Alexandria. Así, la paz reinó para ellos durante los siguientes años y el mundo que recibía la visita del Alfil sabía que de seguro no tardaría en presentarse el barco anunciando la llegada del Capitán que siempre se aparecía en donde Alexandria estuviera.

Entre CaballerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora