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—...En otras noticias, se ha visto al jefe de la mafia más poderosa de Japón, Kokonoi Hajime huyendo nuevamente de la policía. Aparentemente... —.
El ruido del televisor era tu único acompañante aquella noche además del sonido del microondas calentando una sopa instantánea, la quinta esta semana.
Necesitabas dinero y lo necesitabas ya. No podías seguir viviendo de esa manera, a duras penas tenías un techo sobre tu cabeza y el maldito tenía goteras.
Estabas tan agotada que las bolsas bajo tus ojos no habían tardado en presentarse, haciéndote ver enferma. El tener tres trabajos no era de mucha ayuda a tu situación de insomnio ni tampoco te daba lo suficiente, estabas desesperada.
Suspiraste cansada mientras tomabas la sopa instantánea y te sentabas a comerla con los sobres de cuentas frente a ti. Incluso podías ver como se burlaban de tu miseria.
No tenías dinero suficiente ni para pagar la mas pequeña de tus deudas. El estrés y la presión te aplastaban. Tenias menos de 1 semana antes de que te quitaran el departamento.
—Ver las malditas cuentas no resolverá nada —dije mientras me ponía de pie y caminaba hacia la cama, lanzándome sin ganas a ella.
Suspiré y me froté las manos en la cara tratando de calmar el dolor de cabeza y las ganas de llorar.
—Voy a robar un maldito banco —.
Claro, lo dije de broma, pero mientras más lo pensaba, más tentador se veía. No tenía nada que perder y que fuera ingresada a la cárcel me aseguraba techo y comida por algunos años aunque, debería aprender a defenderme. Estaba decidido.
5 días después
Estabas preparada para hacerlo. Estuviste revisando cámaras, horarios del personal de seguridad y clientes en el banco al que apuntaste. Tenías unos lentes de sol, gorra y mascarilla para cubrir la cara, ropa que no dejara notar tu sexo, un arma y una bolsa para el dinero. Realmente lo harías.
—Bien, empecemos —suspiraste, pusiste lentes, gorra y mascarilla en su lugar y antes de entrar al banco, iniciaste el cronómetro. Tenias 5 min.
—¡Las manos arriba! —.
•••
Soltaste la bolsa repleta de dinero en la mesa, que replicó bajo el peso de la misma.
No podías creerlo, habías robado un banco y saliste con el maldito dinero y ahora estabas en tu apartamento, contando una cantidad que jamás hubieras pensado estaría en tus manos.
