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Me encontraba otra vez en aquel lugar frío y oscuro

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Me encontraba otra vez en aquel lugar frío y oscuro. Era una oscuridad profunda, inmensa y aterradora, tan terrible y dolorosa que me quemaba el pecho y me llenaba de angustia. Me abracé a mí mismo y descubrí que tenía el torso desnudo. Sentí mi piel fría, pero de alguna manera ya me había acostumbrado a esa sensación, porque no era la primera vez que me encontraba en aquel lugar. Me puse en cuclillas y cerré los ojos, con la esperanza de que así fuera más corta la estadía. Entonces, escuché un susurro, un rezo muy bajito y luego, una voz conocida que me llamaba desde lejos. Abrí los ojos, enfrentándome nuevamente a la oscuridad; me atreví a moverme en busca de aquella voz que reconocí como la de mi abuela, pero no sonaba dulce, ella no estaba pronunciando mi nombre con ternura, sino con miedo.

—¿Nona? —la llamé, y el eco de mi propia voz me retumbó en los oídos—. ¿Abuela? —insistí.

En ese momento, sentí unos dedos largos y huesudos abrazando mi muñeca. Presionaron con fuerza justo en el instante en que quise apartarme, sentí un ardor intenso en la zona donde me estaban presionando, como si me hubiesen apretado la muñeca con un metal hirviendo. Intenté gritar, pero la voz no me salía, y cada vez que trataba de huir de lo que fuera que me mantenía allí, el escozor en mi muñeca se hacía cada vez más intenso. En ese instante creí que nunca podría escapar de allí, que aquella oscuridad acabaría devorando mi alma. Pero entonces, comencé a escuchar un sonido que comenzaba a hacerse cada vez más fuerte, como una melodía suave que iba aumentando el volúmen de forma gradual. Dejé de sentir la presión en mi mano, y aproveché para comenzar a correr, y en ese momento, cuando mis pies se movieron, desperté en mi cama, empapado en sudor. Lo primero que vi fue el rostro preocupado de mi madre.

—Otra pesadilla —dijo con la voz trémula, y yo asentí al cabo de unos instantes.

Otra vez esa pesadilla.

. . .

Me animé a salir de casa motivado por mi madre. Ella comenzó a notar que tenía problemas para dormir y durante el día estaba muy ansioso. Me costó incluso retomar mis estudios porque no podía concentrarme, no lograba retener nada en mi cabeza.

Esa tarde quedé de encontrarme con mi padre en la cafetería. Quería contarle lo que me estaba pasando; sentía que necesitaba exteriorizar mis inquietudes con alguien más, pero mis amigos no eran una opción confiable.

—Tu madre me comentó que estás teniendo pesadillas. Que te despiertas gritando en mitad de la madrugada y que no estás comiendo bien— comenzó, luego de beber un sorbo de su café americano—. Si hay algo que quieras decirme, puedes confiar plenamente en mí, Teo. Tu madre y yo solo queremos que estés bien, así que si hay algo que podamos hacer para ayudarte solo dilo.

Sus ojos chocolate me escudriñaban con preocupación; yo sabía que él esperaba una respuesta convincente, pero no estaba seguro de tenerla.

—Yo... —titubeé. Me froté las manos con nerviosismo, bajo la mirada atenta de mi padre—. Pasó algo cuando fuimos a lo de la nona a buscar las cosas. Pero si te lo cuento necesito que me prometas que vas a creerme.

Mi padre alzó ambas cejas, un tanto sorprendido.

—Claro —dijo finalmente—. Cuéntamelo.

Tomé un trago de mi chocolate caliente y comencé. Le conté todo lo que sucedió la noche anterior a la muerte de la abuela, lo que escuché, la sensación extraña que tuve y traté de ignorar durante toda mi estadía en su casa, y finalmente, lo que pasó el día que fuimos a recoger sus pertenencias.

—Desde entonces estoy teniendo sueños horribles.

—¿Qué clase de sueños? —preguntó mi padre.

Volví a suspirar para tratar de recuperar el aliento. Cada vez que pensaba en aquella oscuridad, comenzaba a sentirme sofocado, claustrofóbico.

—Me veo a mí mismo en un lugar muy oscuro, como si estuviera en la nada. No veo ni escucho nada a mi alrededor, solo hay oscuridad. —Hice una pausa para beber otro sorbo de chocolatada—. Aunque anoche sucedió algo diferente. Escuché la voz de la nona llamándome desde lejos, pero algo me atrapó y me impidió ir a buscarla, y luego desperté como siempre: empapado en sudor y llorando.

—Teo, creo que todo esto es el resultado del trauma que viviste con tu abuela. Tu madre me dijo que no quisiste ir a ningún especialista, pero yo creo que sería una muy buena idea que lo pensaras. No puedes dejar que esto te siga atormentando más, hijo.

—Ya lo sé. Pero yo no creo que sea... Me refiero a que tal vez está pasando algo más.

—Teo... —mi padre tomó mis manos entre las suyas y buscó mi mirada—. La abuela se fue, ¿estás claro en eso? Entiendo tu sentimiento, pero ella ya no está en este mundo, y es algo que debemos asumir y seguir adelante. Tal vez ese sueño sea algo metafórico, míralo de esa manera y no sigas dándole vueltas. Mira, te voy a dar la chance para que lo pienses, ¿está bien? meditalo, y si te decides me avisas, y nos podemos en campaña de inmediato para buscarte un buen terapeuta. Yo no quiero obligarte a nada, solo quiero que puedas superar esto y seguir con tu vida normal.

Regresé a casa con las palabras de mi padre rondándome en la cabeza. Una parte de mí le encontró sentido a sus palabras, pero la otra, aquella que sembraba la pizca de duda, me repetía una y otra vez que había algo más allá que yo tenía que averiguar. y solo así podría superar la partida de mi abuela.

Saludé a mi madre y luego de charlar un rato, me metí al baño, con la esperanza de que una ducha caliente me ayudara a despejar mis ideas. Sin embargo, cuando me quité la ropa, noté algo inusual: unas marcas alrededor de mi muñeca, similares a una quemadura. Recordé de inmediato el sueño que tuve la noche anterior; cuando sentí aquella mano huesuda atrapando mi muñeca, y en ese instante, un escalofrío me recorrió la espalda. Aquello no podía ser una coincidencia, y definitivamente no era un producto de mi imaginación.

 Aquello no podía ser una coincidencia, y definitivamente no era un producto de mi imaginación

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LeonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora