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—¿Nona

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—¿Nona...? sé que estás aquí, necesito que me ayudes a entender, por favor...

Mi propia sangre bombeando en mis oídos, mi respiración agitada, los latidos de mi corazón, y aquella oscuridad tan inmensa y tétrica, eso era todo lo que podía ver y sentir. Caminé un par de pasos, y entonces volví a escuchar su voz; un susurro lastimero a lo lejos.

"Clara".

—Clara... —repetí en voz baja —. Clara, ¿está aquí?

En ese momento, sentí un arañazo en la espalda que me hizo arquearme. La sangre comenzó a brotar de mi herida, la sentía correr por mi espalda desnuda. Caí de rodillas y en ese instante, la angustia me arañó el pecho.

—¡Clara! —grité con todas mis fuerzas—¡Clara!

—Teo, ¡Teo, despierta, por Dios! ¡Estás teniendo otra pesadilla!

El rostro compungido de mi madre fue lo primero que vi cuando abrí los ojos.

—¿Mamá...?

—Sí, Teo, soy yo, soy mamá. ¿Qué estabas soñando?

Me removí en la cama y de inmediato sentí el ardor intenso en mi espalda. Me había hecho daño otra vez.

—Si te lo digo, seguramente vas a pensar que estoy quedando loco.

—Pues inténtalo al menos, ¿no? Realmente me gustaría saber qué es lo que te tiene gritando de esa manera tan desgarradora.

—Bien... ¿Qué me dirías si te dijera que la abuela todavía sigue aquí? —pregunté rápidamente.

Mi madre me miró sorprendida, la vi dudar unos instantes antes de responder mi pregunta.

—Teo, ya hablamos de esto, la abuela murió, eso no es...

—Mamá, escúchame un momento. Yo sé que es difícil de creer, pero la abuela está intentando decirme algo, creo que tiene que ver con Clara. Ella está tratando de comunicarse conmigo mediante estos sueños.

Ella solo negó con la cabeza y se puso de pie. Rodeó mi cama para sentarse en el borde. Pude ver la angustia reflejada en sus ojos cuando mencioné a Clara.

—Mateo, esto tiene que parar ya. No tendría que haberte contado nada sobre Clara, ahora estás mezclando las cosas en tu cabeza y...

—¡No estoy mezclando las cosas! Hay algo que me está haciendo daño, mamá, lo hace en mis sueños pero las heridas aparecen en mi cuerpo cuando despierto. Puedo probarlo.

Me senté con dificultad, luego me quité la camiseta manchada de sangre para enseñarle el arañazo que partía en mis omóplatos y acababa en mis últimas costillas. Mi madre se llevó ambas manos al rostro, horrorizada.

—¿Cómo te hiciste eso, Teo...?

—Yo no lo hice —contesté—. No sé qué es, pero aparece cada vez que escucho la voz de la abuela en mi sueño. No es la primera vez que pasa.

—¿Y por qué no me habías dicho nada de esto?

—¡Porque no me creerías! —exclamé, molesto—. Traté de decírtelo muchas veces, a ti y a papá, pero ninguno de los dos me cree. No hay manera de que yo me haya hecho daño a mí mismo, mamá. Y la otra vez cuando te fuiste a trabajar, estuve leyendo el diario de la abuela. Ella contó a detalle lo que sucedió con Clara, no fue una simple enfermedad, la niña murió de la misma forma que la abuela.

Mientras me escuchaba, mi madre se había puesto a llorar. Lloraba en silencio, con una mano cubriendo su boca, y la otra estrujando la camiseta de mi pijama. No sabía exactamente en qué estaba pensando, pero fuera lo que fuera, la tenía tan aterrada como angustiada.

—Voy a buscar el botiquín para curarte, y te traeré una camiseta limpia —dijo finalmente, mientras se levantaba de la cama.

La miré marcharse sin decir una sola palabra. Mi madre siempre me enseñó que yo debía creer en las cosas que veía, que nunca confiara en la suerte o en las casualidades, y que siempre buscara mi propia verdad. Ella me enseñó a ser escéptico y a racionalizar las cosas, así que ahora me tocaba comprender que para ella sería difícil asimilar todo lo que acababa de contarle.

. . .

Esa tarde, cuando regresé de la universidad, encontré a mi madre sentada en la mesa del comedor. Me acerqué para darle un beso, y cuando le toqué el hombro, ella se sobresaltó, como si acabara de salir de un trance. Dejé la mochila en el suelo y me senté junto a ella. Fue entonces cuando noté que tenía el diario de la abuela entre las manos.

—Mamá, ¿estás bien? —pregunté, mientras le corría un mechón de pelo de la cara.

Ella solo asintió, luego tragó saliva y me miró seria.

—Esta noche voy a dormir en tu habitación. Si la abuela está queriendo decirte algo, vamos a averiguarlo. Tenías razón, yo no... No entiendo muy bien cómo es posible que pase esto, pero no quiero que te pase nada malo, no quiero perderte a ti también.

—Está bien —dije finalmente, luego de asentir.

Estaba aterrada, pude notarlo en su mirada vidriosa. Tan aterrada como yo, pero no porque la abuela apareciera en mis sueños, sino por lo otro. Eso que tenía el poder suficiente como para atravesar la barrera de los sueños y hacerme daño. Eso que no sabíamos qué era, pero seguramente era lo que estaba impidiendo que la abuela descansara en paz. 

 

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LeonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora