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La hora de salida había llegado demasiado pronto, el día se mostraba apacible, sereno, extrañamente contrario a todo lo que pasaba en su interior.

Por el rabillo del ojo, cerca de él, en un pupitre en el cual no cabía, Tsukishima también le observaba.

Su corazón latía tan de prisa, casi como la primera vez en que se besaron, cuando se tomaron las manos bajo la lluvia y en el momento en el que notó los sentimientos que albergaba desde hacía mucho, pero quería negar con todas sus fuerzas.

Caminó tranquilo a través del pasillo, el rubio le pisaba los talones, nadie más reparaba en ellos, eran los dos, de nuevo, como si el tiempo quisiera detenerse, escuchaba los pasos tras de él  y, a pesar de no verlo, especulaba que tenía una cara parecida a la suya: cansancio, desamor y tristeza.

La rutina de colocarse los zapatos, dirigirse a la salida y respirar estaba siendo tortuosa, con los ojos del más alto clavados en su nuca, tratando de descifrar si estaba bien acercarse o simplemente dirigirse por caminos distintos aunque su destino fuese el mismo.

Volteó a verlo y sus labios le regalaron una sonrisa lastimera, aún dolía un poco verlo a los ojos. Asintió lo más enérgicamente posible, tratando de parecer normal frente a extraños que no entendían ni mucho menos estaban interesados en  la situación, pero él seguía sintiéndose juzgado, intimidado.

Tsukishima se sorprendió un poco y, con cautela, se colocó a su lado, como tantas veces habían hecho.

- No se siente igual - pensó Yamaguchi, tratando de dirigir sus pensamientos hacia la tarea de inglés -

El silencio incómodo y las personas charlando a su alrededor, las risas de los niños una tarde soleada, los árboles meciéndose al compás del aire, el revoloteo de las hojas cayendo, todo aquello que le rodeaba hacía que se quisiera hacer un ovillo.

¿Por qué todos los demás podían ser felices y no tenían que cargar con el plomo dentro de su pecho?

Antes de siquiera notarlo y de poder hundirse en sus pensamientos depresivos, llegaron a la residencia Yamaguchi.

Pasaron lentamente hacia la habitación, descalzándose y dejando sus cosas en la sala.

- ¿Gustas té? - preguntó el peliverde, después de todo su madre no había criado a una persona maleducada y ,aunque quisiera, tampoco podía dejar de ser hospitalario -

- No, gracias - negó el de lentes, observando la casa como si nunca hubiese entrado, esperar un cambio en una semana tampoco era tan alocado -

- Bien - murmuró Yamaguchi, sirviéndose una, dos, tres tazas de té continuamente, como si fuese un alcohólico que acaba de salir de rehabilitación pero sabe que no puede alejarse de su adicción -

- Por Dios, Yams, tu vejiga explotará - musitó Tsukishima preocupado -

- Cierra el pico - el anfitrión bebió la cuarta taza y suspiró pesadamente, después de todo tocar el anaquel de alcohol de su madre no era posible, ella sabía exactamente cuánto alcohol tenía cada botella, las tenía etiquetadas con el peso y volumen, además de que él no era un chico rebelde ni mucho menos -

Tras saciar su sed y calmarse un poco, señaló las escaleras que llevaban a su habitación.

- Es hora - sentenció sofocado, con un poco de tos -

Tsukishima se encogió de hombros, aceptando el permiso.

- Maldito patán, no es como si jamás hubieses venido a mi casa ¿Qué con esa actitud de mustio? - murmuró Yamaguchi, yendo tras de él -

HANGOVER [TSUKIYAMA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora