Prologo: Cuando Ella se fue

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"La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente."

--François Mauriac (1905-1970) Escritor francés.

Recuerdo a la perfección la noche en la que ella se fue, incluso podría decir que si cierro con fuerza los ojos y me concentro lo suficiente, incluso podría escuchar todo de nuevo, sentir el frío tacto de su mano sobre la mía, la cual  trataba de calentarla sin éxito alguno y trataba tomarla para no dejarla ir.

Recuerdo también como mis lagrimas caían inevitablemente por mis mejillas rogandole a ella y a Dios que no se fuera, que me permitiera estar con ella un momento más, que me dejase al menos tener paz para expresar con todo mi corazón todo el amor que sentía por ella, decir todo aquello que mi corazón decía,  pero mi cerebro no era lo suficientemente brillante y mi lengua lo suficientemente hábil como para hablar lo que mi corazón decía y parecía hacerlo en dialectos desconocidos para mi.

Pero en ese momento La besaba, no sabía realmente porque hacía aquello, quizá porque deseaba retroceder el tiempo o quizá porque deseaba que ella lo hiciera, que colocase su suave mano sobre mi mejilla como lo hacía antes, que sonriera a la mitad del beso y luego yo pudiera escuchar esa hermosa risa que tanto adoraba, más   esa mano se quedó entre la mía, mi mejilla no sintió su tacto, si no que se quedó allí, expectante, cubierta por una fina capa de barba que no me había rasurado por todo el ajetreo que había sufrido en esos últimos días.

Estuve con ella hasta el final, incluso cuando las sombras se avecinarón a nosotros, largas y oscuras siempre acompañadas de ese frío que te cala hasta los huesos y te hace estremecer hasta la última de tus particulas, luego todo te parece lento y hablado en lenguas que no pareces entender, notas como todo comienza a desaparece entre tus dedos, se desliza como arena fija, tratas de detenerlo pero sin quererlo o desearlo no puedes evitar notar que se ha ido todo en un segundo, y no puedes evitarlo, tu cuerpo reacciona de una forma que incluso asombra a ti mismo, porque notas que al igual que el que acaba de irse, por momentos puedes verte a ti mismo desde las alturas, puedes ver a la locura entrar en tu cuerpo y dominarte, el animal que llevas a dentro sale y ataca, tus emociones se vuelven como un hambre atróz que no puedes detener si no es comiendo, ahora mismo, es llorando, gritando o haciendo lo que sea que esa bestia desee con tu cuerpo, esa locura que te está comiendo el cerebro y no deja que nisiquiera pienses o midas lo que tu cuerpo hace, simplemente actúas.

Ella se había ido, como todo lo que en un momento importó para mi, al otro ya era solo un recuerdo en mi mente, ella se había ido y sabía bien que no la volvería a ver de nuevo, más estaba en mi mente y llevaba tatuado en mi corazón su nombre con una tinta que ni el mejor laser podría eliminar, aunque la bestia se quedará allí escondiendose entre mis piernas como un pequeño niño tímido.

Aunque a esta bestia a la que había dejado entrar a mi mundo a causa del dolor no es ni de lejos tímida, es salvaje, y no se esconde, solo está esperando atentamente para poder salir de nuevo en un momento en el que tu lo permitas, en el que tu tengas la oportunidad de verte desde las alturas de nuevo y observar como te toma la locura, como tu cuerpo se dedica unicamente a tratar de sanarse a si mismo, pero esa sensación tan grande te tiene invadido, y es casi imposible lograrlo.

Por eso los ojos lloran, por que tu alma se encuentra desesperada, porque trata de deterner eso que la atormenta

porque las lagrimas no son más que gotas de sangre del alma, tan puras y delicadas.

Más ella se había ido y no podía hacer nada más, no importaba nada de lo que hiciera

aquello ya estaba hecho y nada más podría arreglar aquello.

El que la amó incluso cuando ya no estaba aquí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora