27 de junio

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La soledad y yo andamos de la mano.

Me encontraba sentada en una de las mesas de la cafetería Nicolo, tiene el nombre de uno de los violinistas más famosos de la historia. Es un lugar acogedor y sencillo. Las paredes tienen un color vino y el piso es de mármol. Es un negocio familiar, o eso creo.

Estaba sumida entre las páginas de mi libro cuando alguien llegó con la descabellada idea de hablar conmigo.

Un chico, sip, un apuesto y sexy chico, como en las películas de adolescentes que se encontraban por casualidad y se enamoraban con el tiempo. El único problema es que a mi no me gustan esas cosas, yo soy más... realista.

Me saludó pero yo le hice caso omiso, luego se sentó al lado mío y empezó a hablar como un papagayo. No lo estaba escuchando, era aburrido, se notaba a la legua que era de los chicos simpáticos, habladores y normales.

No es la primera ni la última persona que trata de hablar conmigo, tampoco va a ser la única que no reciba respuestas alguna de mi parte.

Al terminar mi café me paré del haciento con un impulso brusco. Le di una mirada penetrante y un poco fría al sujeto como esas que dicen "déjame en paz"

Salí de allí caminando a pasos largos en dirección al parque.

Me gusta estar rodeada de la naturaleza, no te lo voy a negar. Era como sumergirme en un mar de relajación y tranquilidad, el cantar de los pájaros y el viento soplandome la nuca es una de mis partes favoritas.

Niños correteando de un lado a otro... familias haciendo picnic... jóvenes montando patines y patinetas... burbujitas flotando serca de mí... el olor de las flores... la gigantesca fuente brotando agua infinitamente... etc...

Ese si es un lugar que me agrada, y si me hubiera recostado un poco al espaldar del banco me quedaba dormida fácilmente.

El Diario de Elisabeth Donde viven las historias. Descúbrelo ahora