Reina Serás

Eres un dragón, sé un dragón 3

Ella esta fría.

Todo su cuerpo tiembla, estremeciéndose. Sólo lleva puesto un delgado camisón y sus pies están descalzos, plantados en el frío suelo de piedra. Maegara se envuelve con los brazos, tratando de mantener el calor, y suspira profundamente, viendo cómo su aliento sale de su boca en blancas bocanadas de aire. La cabeza le pesa, por alguna razón, y mira a su alrededor, tratando de entender dónde está.

Maegara se encuentra en una cámara cavernosa, de paredes altas y hechas de piedras de color rojo pálido. Un centenar de calaveras de dragón cuelgan sobre ella, con sus dientes negros tan afilados como una espada, y ella frunce el ceño, dando un paso adelante. ¿Dónde estoy?, piensa, mientras las calaveras la miran fijamente, con los agujeros de los ojos hacia abajo, casi respetuosamente abatidos. Sus brazos caen mientras camina, y un calor la envuelve, como si todo su cuerpo estuviera ardiendo, su sangre hirviendo.

El Trono de Hierro está ante ella, sentado en un estrado de hierro elevado con escalones altos y estrechos. Era frío y duro, una monstruosidad asimétrica de picos y bordes dentados. Había sido fabricado con el metal retorcido de las espadas de los enemigos derrotados del rey Aegon, fundido por el aliento de Balerion el Terror Negro. Lo reconoce de inmediato, ya que, aunque no lo ha visto muchas veces en su vida, su madre nunca le permitió olvidar el futuro asiento de su hijo. Serás reina, le decía Visenya, y madre nunca mintió.

Continuo caminando, con los pies golpeando la suave alfombra myrniense tendida en el suelo. Mientras camina, el aire oscuro del invierno se eleva, las antorchas se encienden a su lado y el sol de verano entra por las ventanas altas y estrechas. Maegara deja de temblar y sus ojos se dirigen a las personas que la rodean, mil personas, altas y bajas, gordas y delgadas. Hombres y mujeres. Siempre que pasa junto a ellos, se arrodillan, con la frente apoyada en el suelo de piedra.

Mientras mira y pasa junto a ellos, se da cuenta de que algunos tienen cabello plateado y ojos violetas. Visten de negro y rojo, con un dragón de tres cabezas bordado en sus ropas. Targaryen. Algunos llevan coronas, tanto hombres como mujeres. Aros simples o diademas elaboradas, o incluso, en algunos casos, la corona de acero valyrio de su padre. Son reyes, se da cuenta, y las mujeres a su lado son sus reinas, muchachas y damas de cabello plateado y ojos violetas como sus maridos. Detrás de sus padres, ve niños de apariencia valyria, que le sonríen con orgullo.

Pero los Targaryen no son los únicos allí. Ve guerreros dornienses, golpeándose el pecho al unísono con un extraño golpe rítmico y ofreciéndole sus lanzas, el veneno goteando de las hojas. Ve a la orgullosa Arryns, arrodillada ante ella. Ve Blackwoods y Brackens, niños y niñas con cabello y ojos castaños. Ve el caballito de mar de Velaryon, la torre de Antigua y las plumas cruzadas de los Penrose. Ella ve a un hombre con una cara curtida marrón y grandes ojos oscuros en forma de almendra. Ve el estandarte de un dragón negro de tres cabezas sobre un campo rojo y piensa en las ramas familiares. El sol amarillo en cuartos y la media luna blanca de los Tarths está en manos de una mujer magnífica, alta y fuerte, con cabello rubio corto y hermosos ojos azules.

Al final de la fila, ante el Trono de Hierro, Maegara ve a tres Baratheons, hermanos, que son altos y fuertes. Además de ellos, hay un chico alto y delgado con el cabello y los ojos de los Stark, vestido con los colores Targaryen y una espada colgando de su cintura. También se arrodillan ante ella, pero gritan algo, una palabra que surge de toda la multitud.

Muña. Muña. Muña. Las voces de todos los presentes se mezclan, una serie de diferentes acentos y lenguas, todos gritando lo mismo. Muña. Muña. Muña. Muña. Maegara tiene dificultades con el Alto Valyrio, pero entiende esta palabra, la primera palabra que aprendió en toda su vida. La palabra más importante de todas.