El hierro afilado de su lanza se dispuso a tomar la vida de la arconte en una puñalada final. La sangre salpicó el rostro del Dios de la Tierra, una nimiedad en comparación a la que bañaba sus manos tras la última guerra. El cuerpo de la albina se precipitó al suelo, del que creía estar inerte, sus labios temblaron en la búsqueda del habla.
─Mo... Rax... ─su voz sonaba tenue, como una llama a punto de ser extinguida.
En un movimiento ágil de muñeca, posicionó su arma apuntando hacia su garganta. En sus ojos celestes encontró la misma rabia y odio que en el resto de sus víctimas.
─Es el fin, Zarina. ─advirtió la divinidad de Geo.
Clavó la lanza en su objetivo con fuerza y una chispa de magia elemental, que provocó la aparición de una fila de rocas afiladas que atravesaron el cuello de la diosa de Cryo. Después, atravesó la cuerda de la visión que colgaba de su chaqueta, el hierro probó una vez más su rigidez, quebrantándola, desvelando la gnosis oculta en su interior. Una pieza de ajedrez simbolizando un alfil que poseía un núcleo de color celeste.
Se había encargado de derrotar a los arcontes de todas las regiones, menos Inazuma y Fountaine, -adjudicados a Barbatos- y reunir sus conexiones con Celestia. La mente de Morax ya estaba centrada en saborear la victoria, en el reencuentro con su amante tras abandonar las frías tierras de Snezhnaya y poner punto y final a la guerra que juntos habían comenzado.
Corrompidos por la ambición de hacer resurgir una nueva Tyevat de sus cenizas con ambos siendo sus únicos gobernantes, meses atrás dieron comienzo a la nueva guerra mediante el asesinato del Arconte Dendro. El caos y los rumores tardaron poco en ceñirse sobre las regiones gobernadas por Los Siete, muchos mortales intentaron revelarse ante sus divinidades, pero solo resultaron en muertes irremediables, los que se posicionaron a favor de ellos estaban dispuestos a morir una vez dieran por terminados sus servicios.
Murata, diosa de la Guerra, fue la primera en responder ante las atrocidades cometidas en Liyue y Mondstadt, también fue la primera en caer a manos de ambos y dar a conocer la situación en todo el continente. Le siguieron tras ella los Arcontes de la naturaleza y el agua, por último, la del hielo, que falleció a manos de Morax meses atrás. Solo quedaba Raiden Shogun junto a Inazuma, pues el resto de las naciones quedaron sumidas en el desastre una vez sus dioses perecieron. Aislada del resto, con las puertas cerradas a todo ser del exterior, ideales propios e inquebrantables.... La diosa Electro se había mantenido al margen hasta entonces, pero no por mucho tiempo más.
Morax se las ingenió para atravesar la tormenta creciente a las afueras de la nación, la diosa de la electricidad la había alimentado y es por ello que yacía en él un mal presentimiento. Barbatos decidió enfrentarse a ella sin estar del todo recuperado de su batalla contra la diosa de Fountaine, que no era ni la mitad de temible y poderosa que ella. Debería de haberle asignado al de Dendro, que no opuso especial resistencia al ser derrotado, pero dejarle con Baal había sido un error. Una mísera mosca contrincante de una tigresa hambrienta, ¿en qué había estado pensando?
Y no podían fallar, no ahora, no después de todo el camino por el que se habían abierto paso bañando sus pasos en sangre como consecuencia.
Atravesó las islas llenas de soldados caídos en batalla una por una en la búsqueda del dios Anemo, solo para recibir la información de que se hallaba en la isla de Seirai empleando sus últimas fuerzas en acabar con la diosa de Electro, quien estaría en plena forma física y mental. Acabó él mismo con aquel que osó cuestionar las capacidades de Barbatos frente a ella, aunque en el fondo estuviera de acuerdo. Sus posibilidades de ganar eran escasas.
Con solo posar un solo pie en Seirai los rayos acudieron en la búsqueda de tomar su vida, Morax los esquivó veloz mientras intentaba encontrar a las divinidades restantes. Cuando una corriente de Anemo se alzó sobre una de las montañas supo que ese era su objetivo. Voló a través de la isla con los truenos pisándoles los talones, esquivando toda ruina y elevación que se interponía en su camino. Clavó sus ojos ámbares y rosados allí donde presenció la pista clave de la posición de Barbatos, al ver chispas violáceas brotar del mismo lugar seguidas de un aullido de dolor su determinación y rapidez aumentó. La sangre de sus venas ardían debido a la furia que se apoderaba de sus sentidos, los poderes geo comenzaron también a dar señales de activación en correspondencia con las emociones de la divinidad de roca.
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El Pecado de los Dioses
Fiksi PenggemarLas pesadillas de los dioses les llevan a veces a perder a los que más quieren. - pecado /pe·ka·do/ 1. Pensamiento, palabra o acción que, en una determinada religión, se considera que va contra la voluntad de Dios o los preceptos de esa religión. - ...