Miradas suplicantes

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Una paloma fue herida. Debido al desangramiento sus alas no le respondieron y cayó entre el cabuyal.

De lejos, un chiquillo que observaba con regocijo su caza corrió sorteando espinos y arbustos de verbena. Al llegar hacia la cabuya alzó la mirada y divisó la paloma en medio del incipiente escapo floral y notó de inmediato sus ojos suplicantes.

El chiquillo colgó la honda al cuello y luego la estiró para sujetarla a su brazo izquierdo. Con la mano derecha cogió el ápice de una de las pencas y con la otra intentó coger al ave, pero no pudo.

Tras ponerse de puntillas apretó más su cuerpo hacia la planta. Ahí fue cuando sintió una punzada a la altura de la espalda y otra en el cuero cabelludo. Las garras de la cabuya lo habían hecho prisionero.

En toda la tarde la paloma y el chiquillo intercambiaron miradas de suplicio buscando algún alma caritativa que pudiera liberarlos.

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