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Como es habitual entre casas rivales, hay una gran expectativa por el último partido de la temporada. Gryffindor contra slytherin. Serpientes contra leones. La revancha que llevan esperando mucho tiempo. La oportunidad de mostrar que son mejores que el rival, sin caer en peleas, que traían consigo largos y aburridos castigos.
Harry está decidido a mostrar que su casa es la mejor. Lleva todo el año esperando esto, incluso desde el año anterior, que suspendieron los partidos por el torneo de los tres magos. Un año perdido, una oportunidad de ganar la copa perdida. Sin embargo, su victoria contra hufflepuff no le produjo ese estallido de emoción ni la adrenalina de jugar contra su casa rival.
Malfoy lleva semanas pinchándolo siempre que tiene ocasión. Aunque, claro, eso no es novedad. Prácticamente desde que eran dos niños con once años parece existir con el único objetivo de pinchar a Harry, como si esperase que estallase bajo sus palabras mordaces. Y sabe cómo lograr eso.
Harry no es un Ravenclaw, ni es Hermione, pero usa la cabeza. Sin embargo, cuando se trata de Malfoy, parece caer en sus instintos más básicos de Gryffindor. Malfoy sabe que si lo desafía, Harry responderá, porque su orgullo es demasiado grande, así como su valentía, fácilmente confundible con estupidez, según él.
Por ejemplo, en segundo año, Malfoy grito en clase, aprovechando la ausencia del profesor, que nadie se atrevería a abrir la jaula de duendecillos que Lockhart habia dejado sobre su escritorio, prometiendo dejarlos acercarse más tarde, cuando completaran la prueba escrita de 20 cosas que deberías saber sobre Gilderoy Lockhart.
—Nadie es lo suficientemente valiente para acercarse siquiera—Habia dicho Malfoy, quien observaba a su pergamino como si fuese un pedazo de escoria y lucia aburrido. Su tono era perfectamente medido, fingiendo desinterés—. Ni siquiera los supuestos valerosos Gryffindor.
Ron habia enrojecido con rabia, pero no habia hecho amago de levantarse. Hermione habia puesto los ojos en blanco y habia continuado respondiendo las preguntas con entusiasmo. Ni siquiera Neville habia caído en la provocación de Malfoy.
Excepto Harry, claro.
Antes de que nadie comprendiera lo que hacía, se habia puesto de pie, mirando a Malfoy, desafiante, y se habia acercado a la jaula. Pronto, el aula era un caos de duendecillos volando por doquier, estudiantes gritando y muebles siendo elevados en el aire.
Harry, varita en mano, peleaba torpemente contra tres de aquellas criaturas cuando diviso el rostro incrédulo de Malfoy, quien se ocultaba de los duendecillos detrás de Crabbe y Goyle. Una sonrisa triunfante se extendió por su rostro. Aunque hubiera ocasionado ese caos, habia logrado cerrarle el pico a Malfoy.
Valió la pena, según él, aunque los duendecillos le robaran la varita y la corbata.
Aquello pareció volverse un juego entre ambos, suplantando los insultos. Malfoy sabía que provocando a Harry, este caería en su juego. Sin embargo Harry descubrió pronto que Malfoy también tenía una reputación que mantener, lo que lo obligaba a aceptar sus retos.