CAPÍTULO 1

659 62 25
                                    

        Jakob se adentró en un barrio oscuro y marginal. El ambiente estaba infestado de un olor nauseabundo y grotesco, lo cual hacía que los ojos le llorasen un poco. Pero él ya estaba acostumbrado. Siguió avanzando con un paso firme y seguro, de manera mecánica. Casi parecía no dirigir sus pasos,  más bien sus pasos le dirigían a él. Mientras tanto, no paraba de darle vueltas a las palabras de su hermano. No era la primera vez que le decía eso, y  sabía que no sería la última. Tampoco había sido la más dura. Pero a lo largo de los años, siempre había pensado que en un futuro destacaría, que podría superar a su hermano y que este tendría que tragarse sus palabras. Pero a medida que pasaba el tiempo, se dio cuenta de que sus avances eran mediocres. Seguía siendo un anfros del tres al cuarto. Su hermano de 105 años siempre había mostrado una habilidad especial, una agilidad y ferocidad sorprendentes. Respetado, temido, y muchas veces envidiado por sus camaradas, se había abierto paso hasta entrar en la élite, y ahora que había conseguido la metamorfosis completa, recibiría más ascensos. Ya era un guerrero de nivel T, el tercer grado más alto. Y él, sin embargo, simplemente era un aprendiz. Le quedaban tres años para graduarse y comenzar como guerrero, pero todavía estaría 5 niveles menos que su hermano. Sin darse cuenta ya había llegado. La academia era un edificio alto, pero bastante antiguo. El color anaranjado de las paredes se había desgastado, y en algunas partes no quedaba siquiera. Carecía de ventanas por fuera, lo cual le daba un aspecto más lúgubre, y transmitía una sensación de peligro constante. Ningún humano con dos dedos de frente se habría atrevido a entrar. Ni siquiera a situarse a 100 metros del centro. Para ojos inexpertos, no era más un edificio de mala muerte, corroído por el tiempo. Pero Jakob no era un humano más. Ni siquiera era humano. Se quedó plantado ante la puerta, admirando la pared. Sus ojos, dotados de una percepción especial y sobrehumana, pudieron contemplar una gran marca. Estaba formada de caracteres arcaicos, los cuales estaban dentro de un círculo inmenso, pero perfectamente trazado. Eran de un color rojizo oscuro, casi morado, que resplandecía levemente. Él sabía claramente que era un sello, hecho con sangre de su propia especie. Siguió el dibujo con la mirada, casi analizando cada carácter. Siempre le habían encantado los sellos. Admiraba su complejidad y sus efectos, y deseaba con todas sus fuerzas aprender a hacerlos. Sin darse cuenta, estuvo varios minutos ahí parado, y cuando miró la hora, se dio cuenta de que se tenía que dar prisa o llegaría tarde. Entró en la academia con paso veloz. Un pasillo inmenso se desplegó ante él. Las paredes estaban repletas de imágenes de antiguos líderes y de algunos anfros poderosos, la  mayoría en su metamorfosis final: un ser cuatro veces más grande que un humano, con cabeza de águila y cuerpo de león, un afilado pico y poderosas garras. Tenían unas alas negras inmensas, rodeadas de llamas azules en los bordes. Al final del pasillo se encontraban dos escaleras de caracol, las cuales llevaban al segundo piso, donde estaban las aulas. Se detuvo un momento a pensar en las asignaturas que le tocaban. Tenía primero Historia y después dos clases seguidas de Sellación teórica, por lo que subió las amplias escaleras, y se dirigió a su clase. Cuando llegó, vio a unos cuantos chicos y chicas, los cuales rondaban su edad, sentados. No llegaban a la veintena. Algunos charlaban amistosamente, contando algunas anécdotas de sus largas vidas. Otros se limitaban a mirar por la ventana, deseando salir y disfrutar del aire libre, y unos pocos miraban al frente, interesados en completar su instrucción. Ansiosos por ser guerreros. No se detuvo a saludar a nadie, ya que nadie lo detuvo para saludarle. Jakob se sentó en un asiento del final del aula. No era un chico muy sociable. Desde pequeño le había costado hacer amigos, pero no le importaba la verdad. Los asientos estaban separados unos de otros, con unos cuantos palmos de distancia. Abrió su mochila, y sacó un bloc de notas bastante extenso, donde tenía pensado tomar algún que otro apunte, que le ayudasen con sus pruebas finales. Mientras tanto, el profesor entró en el aula. Era un hombre que aparentaba tener unos 60 años de edad, aunque en realidad rondaba los 400 años. Tenía el pelo largo y canoso, totalmente liso, recogido en una coleta de nudo doble. Ese era uno de los peinados más comunes, dentro de su especie. Jakob, en cambio, optaba por el pelo corto, ya que, a su punto de vista, era más cómodo para la lucha. Además, él no sabía cómo se hacía ese peinado. No había tenido padres que le enseñasen, y su hermano siempre había estado demasiado ocupado. Esa era otra razón que le alejaba de sus compañeros, que lo veían como un chico extraño.  Lo que antaño había sido un hombre musculoso y esbelto, ahora era un anciano algo rechoncho. Su gesto era duro, como el de la mayoría que había vivido varias guerras, y tenía el ceño constantemente fruncido, como si estuviese enfadado con el mundo. Normalmente cuando superaban los 400 años de edad, a los anfros se les negaba luchar, ya que no eran tan ágiles ni tan fuertes como los jóvenes, y por tanto, estorbaban. Los más sabios ascendían a consejeros del líder, y los guerreros medios, los más comunes, o bien se retiraban para poder vivir sus últimos años en paz, o bien instruían a nuevas generaciones. Este era un claro ejemplo de lo segundo, y estaba claro que esa mueca de enfado era por el hecho de haber sido tachado de inútil para la batalla. El profesor se quedó de pie, frente a todos. Los alumnos seguían hablando entre ellos, ignorando deliberadamente al profesor que acababa de llegar. Se oían algunas risas.

ANFROS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora