Los ojos de Jakob se abrieron de par en par. No se lo podía creer, ¿otra huérfana, como él? Antaño, entre los anfros y los magos era muy corriente que hubiese huérfanos de padre, de madre, o de ambos bandos, debido a la guerra, por lo que a nadie le sorprendía demasiado ese hecho. Pero en tiempos de paz, no era algo común, sino más bien extraño, y ya llevaban 80 años. Jakob la entendía perfectamente; su padre también había muerto en batalla contra los magos cuando apenas llevaban 20 años de paz, y él sabia que era algo bastante inestable. Jakob era muy joven como para acordarse de los hechos exactos, pero sabía muy bien que el caso de su padre se había tachado como un acto de un renegado, lo que se entendía como el ataque de un mago que había decidido apartarse totalmente de su sociedad, por lo que sus actos no tendrían consecuencias sobre ella. Era una de las excusas más frecuentes que usaban los magos, y los líderes anfros se hacían los sordos, como si en verdad se lo creyeran. Pero no era así, o por lo menos, no todos los casos. Los murmullos de consternación recorrieron toda la clase. Al igual que él, la mayoría de sus compañeros no sabían nada de la muerte de los padres de Tarita, por lo que lo más probable fuera que los de arriba hubieran querido esconder esta información por miedo a la reacción del pueblo. Pero ella no estaba dispuesta a dejarlo pasar, y acababa de hacerlo público. No dudaba que los alumnos comentarían ese hecho a sus padres, y estos no ocultarían su enfado ante los magos y el sistema.
En la clase, la tensión se podía palpar. Los murmullos habían cesado, y el ambiente parecía estar cargado de una empatía total hacia Tarita.
––No son más que unos traidores–– concluyó, y finalmente se sentó. El profesor se había calmado un poco, y su mueca se había transformado en un gesto de comprensión del que no parecía capaz. Él también se sentó.
––Lo entiendo Tarita… Entiendo que no puedas confiar en ellos. Pero este no es un comportamiento digno de tu categoría. Debes anteponer el bienestar del pueblo a tus sentimientos, así que no tengo más remedio que imponerte un castigo.
Tarita no respondió. El tema todavía le afectaba como para poder hablar de él con soltura. Siguió cabizbaja, sin fuerzas para responder. Además, su castigo se agravaría si seguía hablando. El enfado de la gente comenzó a agravarse, pero nadie se atrevía a oponerse a la voluntad del profesor, temerosos de las reprimendas que pudiese haber. Todos menos uno.
––El bienestar del pueblo sería la paz– sonó. Apenas había sido un murmullo, un rumor, pero toda la clase, e incluido el profesor lo oyeron. El viejo anfros alzo un poco la cabeza. Todos se giraron hacía Jakob. El profesor sonrió, levemente, de manera casi imperceptible.
––Exacto–– dijo–– Es por eso que tenemos que mantener esta paz, para que…––
––He dicho que el bienestar del pueblo sería la paz. Pero la paz verdadera.–– le corto Jakob, secante. El profesor mostro sorpresa, y tardo unos segundos en darse cuenta de lo que quería decir. El muchacho continuó
––Una paz verdadera. Una paz sólida y fuerte, donde nunca hubiese traiciones y los líderes del pueblo no tuvieran que verse obligados a mentir a sus camaradas. Esa paz es imposible, no mientras haya magos sueltos que quieran arrebatárnosla. –– Tarita levantó la cabeza y le miró. Jakob lo vio de reojo, pero no le quito la mirada al profesor.
–– ¡Tú que crees saber de paz!–– Dijo alterado. ––Nada, ¡no sabéis nada! No habéis visto como vuestros amigos perecían por una causa sin sentido. Vuestros hermanos y hermanas, vuestros seres más queridos. Y deseando cada segundo que todo acabara. Acumulando odio, siempre odio, hasta que al final solo puedes pensar en una cosa: venganza. Y cuando ha concluido, ya nada tiene sentido. ¿Por qué esas ganas de luchar? ¿No veis que ellos son más, y cada día más poderosos? ¿Acaso queréis morir?
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ANFROS ©
Fantasy¿Que pasaría si lo que te contaron sobre la magia fuera verdad? Un nuevo mundo que descubrir, marcado por la existencia de criaturas fantásticas. ¿te unes? Todos los derechos de esta obra reservados a Ahmed Sidi. Contenido registrado en Safe creati...