El ancla olvidada

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Basada en la canción: Todo va a estar bien-Redimi2 y Evan Craft

El trabajo era mi deber, tenía que seguir esforzándome en el si quería a mi familia bien cuidada y más con dos hijos y uno pronto a llegar, su comodidad lo era todo para mí.
Sentí el rumbo de mi vida perderse al enterarme por un colega que habría una reducción de empleados, y mi departamento era uno de los escogidos. La inseguridad comenzó a apoderarse de mí, por lo que ese día decidí hacer horas extras al igual que planeaba hacerlo por un buen tiempo; si perdía ese sustento iba a poner mi casa sobre una cuerda floja.
Al llegar a casa, bien tarde en la noche, mi cena estaba esperándome, así como mi esposa y mis hijos durmiendo, como todos los días. Estaba cansado, era indudable, si antes trabajaba mucho en ese entonces lo hacía en exceso, pero, al fin y al cabo, lo hacía por aquellos que más amo.
En mi desahogar diario, le conté a mi esposa sobre esas frustraciones que comenzaba a sentir al enterarme de esa noticia. Como siempre, con voz apacible, ella me consoló con algo que desde pequeño he escuchado: confiar en Dios.
Lo creí en ese momento, después de todo, Dios fue quien nos unió, sin embargo, apenas tenía tiempo para Él. Confié en que sería cuestión de tiempo a que se revelaran quienes irían y yo seguiría en mi puesto.
Unos días después, enfocado, como cada día, regresé al trabajo, cansado, pero centrado en mi objetivo. Sentí desmoronarse toda mi confianza y vida en general al recibir el aviso de mi jefe. Sin más, solo me darían una semana para encontrar otro trabajo y una simple compensación un poco más elevada que mi salario.
¿De qué sirvió todo mi esfuerzo? Las noches que pasé en vela y no yendo a casa por días para terminar el papeleo, ¿valió algo? A mi parecer, no; ni la experiencia ni el esfuerzo.
Lo consideré el peor día de mi vida. Salí hecho una furia, saliendo, por primera vez, a la hora correspondiente. Ya no me importaba, ni pensaba en nada más que mi tiempo perdido.
En el camino, paré en el semáforo, donde vi en la otra calle un bar. Pensé en ir para olvidar todo el estrés aunque sea por un momento, pero quité rápido ese pensamiento. No volvería a caer, pasé una de las peores épocas por ese vicio, casi destruyo lo más valioso para mí. Reflexioné en el camino, sobre lo que pasé en ese tiempo y como logré salir de ese mundo, los humos se estaban disminuyendo y traté de no llegar enojado a casa.
Al estacionar, el vecino de inmediato fue a mi encuentro, informándome que mi esposa había ido al hospital. Esa fue la gota que quebró el vaso; era demasiado pronto para un parto y el último embarazo no la pasamos nada bien durante unos meses.
Mi temor iba en aumento cada minuto y llegando al hospital mencionado me desesperé aún más. Las enfermeras trataron de calmarme para que lograra decir a quien buscaba y, a duras penas, lo hice.
Según el doctor, de todo lo que entendí de sus explicaciones —además de mi estado de desconcertación—, mi esposa estaba grave y, por lo tanto, el bebé también.
No podía más, ahí mismo me derrumbé. Mi debilidad, ella y mis hijos lo son, moriría si les pasara algo, eran mi vida. Tenía conciencia de que Dios estaba al pendiente de nuestras vidas pero, en ese momento, todo era tan oscuro que no lograba ver una salida. No tenía esperanza.
Cuando despertó pude verla y me dio algo de ánimos, pero no fue suficiente, al igual que todo lo que hice, mi esfuerzo en el trabajo, mi empeño, dependía de el.
Los días transcurrieron, no encontraba trabajo, mi esposa seguía igual y las deudas aumentando, el seguro no sería suficiente para mantenerla por mucho tiempo en cuidados intensivos, incluso con la rebaja que dan en el hospital.
Sentía todo ir de mal en peor y le echaba la culpa a mi despido, aún no lo podía creer, era tan irreal, hasta seguir levantándome temprano en la mañana para solo preparar el desayuno y a mis hijos para la escuela. Con ellos era otro asunto, los tenía presente cada día pero en esos momentos, cuando por fin teníamos tiempo para estar juntos, parecíamos extraños. Intentaba hablar de algo pero, ante sus respuestas cortantes y expresiones, me di cuenta de lo decepcionados que estaban.
Era mi culpa, lo supe al instante. Les prometí mucho y nada cumplí, y todo por mi ‘‘principal responsabilidad’’. Verlos cada día así, además de mis ánimos por el suelo, me hicieron sentir más perdido en ese desierto, no veía salida para esa odisea.
Cuando dejé al último en la escuela, dijo una realidad de la que no me había dado cuenta: «Papá, te has olvidado de nosotros».
¡Cuánta razón tenía! Había olvidado como ser un padre y esposo. No comprendía como si mi familia me es muy importante, la descuidé.
Entonces, mi luz se apagó.
Camino a visitar a mi esposa como otro día, recibí el correo de otra entrevista rechazada. No me importaba, la verdad, nada en ese momento. Me paré frente al hospital sintiendo la falta de un gran pedazo de mi alma, prácticamente vacía.
Leí las grandes letras que forman el nombre del edificio: Hospital Ophra Bellinay; entonces, con la mirada perdida, me adentré a dicho lugar.
«No puedo más», pensaba al ver, a través de la ventanilla de cristal de la puerta, a mi esposa durmiendo; verla así me hacía creer que en cualquier momento se iría.
Antes de entrar, oí la voz del doctor llamarme. No sé si fue por mi estado o una revelación, pero sus palabras fueron como echarme un balde de agua fría que me hizo despertar:
«Ten calma, esa marea por la que pasas es temporal, en este mundo todo lo es. Ten fe, cree en Jesús y volverás a ver la luz. Olvidaste a tu primer amor pero puedes volver a recordarlo. Todo va a estar bien»
Tal vez no lo quería ver, tal vez estaba tan ocupado que no lo pensé, pero cuando veo para atrás, mi descuido no solo fue a mi familia, sino también de Aquel que me dio todo cuando no tenía nada. Poner a Jesús en último lugar fue mi peor error, olvidarme de Él fue lo que me llevó a ese desierto sin fin.
Perdí el horario de visitas; fui al lugar de mi seguridad, aquel al que por tanto tiempo falté hasta olvidarme.
Contemplé, sentado en el suelo de la habitación, mi vieja Biblia. Comencé a recordar la última vez que la leí, dejándola en el cajón; una sonrisa rápida se me escapó y la abrí en la carta a los romanos, siempre fue mi parte favorita y luego los salmos, los cuales me recuerdan la grandeza de Dios y su poder para sacarnos de las dificultades.
Tanto tiempo perdido, esforzándome en algo vano y con un ideal que solo lograba distanciarme de lo más importante. El mayor esfuerzo que mi familia necesita no es la comodidad material, sino el de estar juntos, apoyándonos y en comunicación, en esencial con la fuente.
Volví a decepcionarlos como aquella vez, no hubo diferencia entre aquel tiempo y ese, solamente la decisión que vaya a tomar.
Por eso, esa vez decidí tomar el camino correcto, el de la vida. Comenzando, me postré y rogué por misericordia otra vez, con la diferencia de sí cumplir mi palabra.
Un gran alivio me invadió al volver a levantarme, diferente y con ese vacío empezando a llenarse. Definitivamente, Dios empezaba a obrar, iniciando por mí.
Al volver a ver a mi amada, mi corazón de llenó aún más de alegría al ver su rostro sonreír y decirme: ‘‘Sabía que Dios estaba obrando’’.
¿Qué puedo decir desde entonces?
Bueno, no fue fácil a continuación, nunca lo fue, pero con el Señor es posible resistir cualquier desierto.
Poco a poco fui recuperando la comunicación con mis hijos, fuimos a la iglesia juntos y oramos para que Dios estuviera dándonos fe cada día y que su madre saliera del hospital. A Su tiempo, todo fue hecho. A la misma iglesia a la que hace tanto tiempo no íbamos necesitaban a alguien de mi oficio, entonces no desaproveché la oportunidad. Ahora, mi esposa está bien con nuestro pequeño sano y listo para ir por primera vez a la escuela. Dios continúa siendo el centro de nuestras vidas hasta el fin de ellas o hasta la gloriosa venida del Señor Jesús.
El proceso fue complicado, hubo altas y bajas, sin embargo, nos mantuvimos fiel a Sus promesas sabiendo que nuestro mundo está en sus manos, nos cuidará y nunca fallará, nunca lo hizo.
Ir a aquel hospital me enseñó algo importante, fue un instrumento valioso para que el Padre me enseñara que mi ancla no pueden ser las cosas del mundo, o angustiarme por los problemas ya que, mientras crea en Jesús, todo va a estar bien.

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⏰ Última actualización: Oct 31, 2021 ⏰

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Vidas en el Hospital: Ophra BellinayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora