El cuarto nuevo

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Apenas escucharon el seguro de la escalera abriéndose, todos volvieron a su sitio.

No sin algo de dificultad, la mamá de Andy consiguió empujar dentro la caja de adornos navideños, sin embargo, en lugar de limitarse a dejarla en la orilla y cerrar hasta el siguiente otoño, cuando buscaría las cosas para noche de brujas, hizo un esfuerzo adicional, alumbrando con una lámpara de mano hasta que dio con la cadena de la única bombilla.

Exploró con la vista el sitio lleno de polvo y telarañas, reparando en una caja sobre un viejo mueble que había pertenecido a algún pariente que ya ni siquiera recordaba, pero resultaba tan engorroso bajarlo, que se había quedado ahí por más de veinte años.

Maldijo al ver un pequeño agujero, seguramente una rata había buscado hacer nido, aunque se percató que el interior estaba limpio, y el vaquero, justo donde lo había dejado.

Lo tomó con cuidado, sacudiéndole el polvo del chaleco, mirándolo de un modo extraño, como si quisiera decirle algo, pero no se animaba.

Sin más, volvió a cerrar la caja y apagó la luz.

Desde el incendio, la mamá de Andy había decidido volver a la casa de sus padres, y por alguna razón no quiso deshacerse del muñeco, aunque tanto ella como Andy habían tomado cierto recelo a los juguetes en general. Solo lo había guardado en el ático junto con otras cosas que poco a poco desaparecían en ventas de jardín.

Woody no se movió, pero pudo ver perfectamente al ángel del árbol de navidad asomando la cabeza, con la expresión contraída por la angustia, y su fina mano de porcelana diciéndole adiós.

La casa había cambiado mucho desde la última vez que la vio, ya no estaban los platos de gatitos ni las carpetas de ganchillo en los sillones. Pero lo que más lo sorprendió, fue que no iba a una venta de jardín, como supuso inicialmente, lo estaban llevando a la sala.

La mujer se lo dio a una muchacha que, por las descripciones de un Santa Claus en bañador sobre un letrero Florida, encerrado en una bola de nieve, sabía que era la novia de Andy.

—Él es Woody —dijo, haciendo que el muñeco tomara su sombrero para inclinar un poco el ala a modo de saludo.

Woody pensó que habría sido más educado quitárselo.

La joven lo tomó entre sus manos con cuidado, la vio sonreír y mirar a la mamá de Andy.

—No sé cómo explicarlo —continuó diciendo la mujer mayor, invitándola a sentarse a su lado —, pero estoy segura de que estamos vivos gracias a él.

—¿Por eso lo guardó todos estos años?

La mamá de Andy se encogió de hombros.

—También era de mi hermano, al menos hasta que decidió que era demasiado mayor para jugar a los vaqueros.

—Estoy segura de que al bebé le va a encantar, será como su guardián. Después de todo, es un comisario.

La mamá de Andy volvió a sonreír, tomando a la muchacha de la mano.

—Andy está dando lo mejor de sí. Estos cambios serán para bien. De cualquier forma, sabes que cuentas conmigo para lo que necesites.

—Gracias.

Las dos se abrazaron, y cuando la más joven dejó la casa, Woody se fue con ella. Se resistió a mirar por la ventana, estaba seguro que sus amigos miraban desde el ático.

"Andy va a tener un bebé", pensó.

La nueva casa era enorme, y el cuarto del bebé, hizo que su corazón saltara de emoción: las repisas estaban llenas de muñecos suaves de colores claros, casi como un zoológico completo.

Nunca había visto un peluche de avestruz, pero ahí estaba, junto a una jirafa y un elefante, un león en lo alto, una cebra, tortuga ¡y hasta una ballena!

La joven lo dejó un instante sobre la cómoda, y de un cajón al lado sacó una lata de spray. Por un momento temió lo que iba a hacer, pero apenas sintió el penetrante olor del desinfectante, supo que era lo más adecuado, llevaba demasiado tiempo guardado como para ser saludable para un bebé.

El carrusel sobre la cuna tintineó cuando pasaron cerca para asignarle un lugar en el mueble a la cabeza de la cama, donde se leía en letras de madera pintada: Andy.

—Bueno, comisario —le dijo ella —, este será tu lugar mientras crece un poco.

Acomodó su sombrero y enderezó la estrella que ostentaba su cargo, luego, con la mano en la cintura y quejándose de lo difícil que era moverse con su enorme vientre, salió de la habitación, cerrando por fuera.

—¡Beeeenvenido! —exclamaron los borregos que colgaban del móvil de la cuna, balanceándose para girar y que todos pudieran saludarlo.

—Gracias.

Woody se acercó a la orilla, maravillado por estar de nuevo en la habitación de un niño.

—¿Quién está a cargo? —preguntó al resto de los muñecos, pero estos solo intercambiaron miradas.

—Tú estás en la cabeza de la cama —dijo el león desde lo alto de su estante.

El vaquero miró el sitio en el que lo habían puesto, siendo en efecto, el único juguete en ese lugar privilegiado.

—Te estábamos esperando —continuó el león—. Ahora todo está listo para la llegada de Andy.

Woody sonrió, acariciando el letrero de madera.

Volvía a tener un propósito.

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