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El que Bastian limitase sus almuerzos en Bistro Brigitte, fue algo que, al principio, Ashanti no analizó con pinzas, pues como cualquier persona, estaba en todo su derecho de cansarse de frecuentar el mismo sitio y ver los mismos rostros. Cuando los días se fueron sucediendo uno detrás del otro a la velocidad del sonido, ya habían transcurrido un monto de semanas y la mesa en la ventana que recibía la mejor vista desde donde el adarce bañaba la costa norte del Mar Caribe, eventualmente, fue ocupada por otros comensales.

Lo que la hacía sentir peor no era tanto el hecho de su súbita ausencia o que ni la propia Macarena —quien se había empatado ya con alguien— podía explicarse, le encabritaba que empezase a extrañarlo como a una mascota de la infancia, de esas que crees que nunca te van a faltar porque te hacen feliz y, en tu ignorancia, confías en que lo que te hace feliz nunca desaparecerá, cuando el hecho es que eres vulnerable a perderlos desde el segundo uno en que ocupan un lugar en la tierra... y en tu corazón.

Ya se había compenetrado con la idea de que Bastian no regresaría, entonces, con los aires de un cantante principal al que se le ha dado la señal para abalanzarse al escenario, hizo su entrada triunfal auxiliándose de que el restaurante había inaugurado un espacio para espectáculos.

Culminada su interpretación de saxofón, Ashanti creyó que el mayor reto que se le cerniría encima sería enfrentarlo después de ese vasto lapso sin verse, jamás, ni aunque volviese a nacer y encarnase la piel de una mujer blanca, se habría esperado que el mayor peso que recaería sobre ella en semejante situación sería declinar o acceder a la proposición de salida del jabado. Su primer instinto fue ir por la primera opción, pero con el complot del público, no tuvo de otra más que aceptar y, ¿por qué no?, aceptar que era lo que había querido desde el instante uno en que la mira de este no le pertenecía.

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Presenciar cómo se le iban los días en el calendario siempre había sido un acto que generaba en Bastian sentimientos ambivalentes. Por un lado, le ayudaba a enraizarse un poco más en su realidad, a afrontar que no se la desprendería por más que lo pidiese postrado de rodillas con la mirada anclada en el techo —al menos no en un futuro previsible—; a hacer lo mejor que podía por sobrevivir y, al mismo tiempo, satisfacer las expectativas de sus padres al ciento por ciento como el unigénito que era. Por el otro, le remembraba que, mientras no se animase a ser honesto con ellos sobre lo mal que la pasaba dedicándose a algo que ya no le producía el mismo placer que en sus orígenes, sería miserable por su propia causa.

¿Quién iba a pensar que solo se necesitaría de un par de meses junto a Ashanti para que tachar los días que se marchaban se volviese uno de sus placeres culposos?

Siete meses de noviazgo nunca fue equivalente de «fugaz» y, al mismo tiempo, de «perfecto» en su más depurado estado hasta que ellos lo protagonizaron. Y es que era impresionante lo rápido que volaba el tiempo cuando se disfrutaba tanto de la compañía de otro. Más lo era que ambos coincidiesen sin titubear en una cosa: ni todos los segundos, los minutos, las horas, los días, los meses, los años o los milenios del mundo les bastaría para sentirse a gusto juntos.

Una mentira del porte de un rascacielos sería afirmar que Bastian se auguraba un buen pronóstico de aquella función. Siendo un hombre de gestos con temática íntima, no supo muy bien por qué se había lanzado a hacer algo tan impersonal. Gustaba de tocar en público, eso sí no lo podía refutar, pero una cosa totalmente distinta era dedicarle su música a alguien. Si la memoria no lo traicionaba, no se había tomado esas molestias con otras personas que no fuesen sus padres. Tampoco podía negar, asimismo, que Ashanti despertaba en él una sed de riesgo, de valentía, de arrojarse a los brazos de la aventura en lugar de los de su sofá.

No era que sus problemas se volatilizaran cuando la tenía en frente, la cosa iba más por el lado de que esta, con sus besos sublimes que lo remontaban a la creación del primer intento de fuego; con sus abrazos perfumados por la tranquilidad de que sus facciones no temblaban con repudio cuando no la veía y por el exquisito aroma que crema de coco y vestigios de noches perfeccionando platillos le propiciaban; con sus caricias que, sin pretenderlo, conseguían borronear las dudas y el rechazo hacia sí mismo que durante años adornaron su piel como tatuajes sin cicatrizar; con su sola presencia le ayudaba a sanar, a no sentirse tan desahuciado emocionalmente hablando, a impulsarse a ser la versión de sí mismo que más digna fuese de recibir su amor. 

Estigmas del corazón © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora