Una verdad mundialmente consabida es que, cuando haces algo —o lo experimentas— por primera vez, una partícula de ti siempre creerá que estás fingiendo y, debido a esto, puedes dejar de hacerlo cuando te apetezca. No es hasta que las complicaciones se materializan, injertándose por sí mismas en tus hombros, que caes en cuenta de que es más real que tu propia existencia, de que no puedes dar marcha atrás, pues no hay camino de regreso, solo el de en frente.
Si Ashanti hubiese contemplado un poco más en lo que le podría deparar el destino si empacaba sus cosas y se marchaba al otro extremo del continente americano, puede que se hubiese replanteado el haber querido independizarse de su familia ni bien alcanzó la edad óptima en Estados Unidos, pues, por más tentador que esto suene en ocasiones, cuando te ves necesitada de todo lo que tus padres te ponían en frente con la presteza de un chasquido y recaes en que tú no puedes hacer lo mismo, te provoca bosquejar sobre un nuevo lienzo. Pero cuando lo haces una vez que huiste y existe un grávido historial de decepciones de por medio y sabes que, aunque admitas haber estado en un error y desees que las cosas mejoren entre tú y tus seres queridos, no cambiará nada, aceptar un empleo como camarera suena como el mejor de los planes. Aunque si te quieres dedicar a la cocina, por algo debes empezar, ¿no?
En su defensa, creyó que estaba llenando una solicitud para un puesto como subchef. Cuando aterrizó en el Bistro Brigitte, un restaurante situado en la costa de la variopinta República Dominicana, su país de la infancia, además de clarificarle que lo que buscaban era una mesera, Ashanti entendió —luego de que el chef se carcajease en su cara como por media hora, alegando que solo los graduados de algún instituto culinario podrían asumir tal rol— que jamás obtendría un empleo así, pero no era porque la vacante estuviese indisponible o incluso porque no poseyese un diploma que avalase que era apta para él; nunca lo tendría porque era negra y, por más que la sociedad hubiese avanzado un poco en cuanto al racismo, no era suficiente. Al menos no para ella.
Lo cierto es que la faena de ir y venir cada cinco minutos, cargando bandejas repletas de platos, rellenando vasos y limpiando los desastres que algunos comensales hacían dejó de parecerle un escalón hacia su meta de abrir su propio restaurante algún día; y justo cuando quería rendirse y volver a casa con el rabo entre las patas, se apareció Bastian. De gallarda musculatura; melena dorada; facciones pronunciadas y que guiaban a la creencia de haber sido moldeadas en cera bajo el luar de un treinta y uno de diciembre, con el cielo colmado de estrellas y fuegos artificiales; y ademanes donairosos, incluso a un ciego podría ponerle la piel de gallina con solo agudizar el timbre como de ronroneos cándidos que despedía.
De pronto, todo interés por irse se esfumó.
Lo que también se deshizo fue esa primera y minúscula buena impresión que se había formado de él cuando empezó a darle muela a Macarena, una de las pocas compañeras con las que no se sentía todo el tiempo incómoda por ser taciturna —pues hablaba por las dos—.
Al principio, se refugió en el pensamiento de que no lo quería a su alrededor porque todo él despachaba esta ráfaga de casanova que no opone el menor pero a la hora de desechar a las féminas como si de calzones viejos se trataran; en el fondo, sabía que no era así. Y no, tampoco se debía que desease tenerlo para ella, pues si bien el vínculo con su familia se había congelado desde hacía un buen tiempo, no entraba en sus planes fijarse en un hombre que representaba todo lo malo que estos le habían inculcado sobre la población caucásica. No podía permitirse cometer ese error otra vez.
Con lo abierta de mente que se consideraba, tal vez se habría arriesgado a probar suerte con alguno de dicha comunidad, para probar que lo acontecido con su primer novio no debería definir su percepción sobre la gente blanca. Entonces se acordaba de los nueve meses de fatiga, vómitos, continuos llantos y deseos de suicidio que la atenazaron y se reafirmaba en su posición, dedicándose a mostrarle a Bastian su faceta más dura cuando a él le daba por saludarla o por preguntar cosas sobre Macarena o por hacer chistes tan sonsos como simpáticos —de esos que te entibian el pecho cuando más sientes que sufrirás una hipotermia—.
Para su infortunio, la consigna de ignorarlo solo había fructificado por ¿qué, cuatro días?, pero no porque sus orbes plomizos que le contoneaban la silueta de forma incisiva mientras se llevaba la copa de limonada con güisqui a la boca, casi realizándole una cesárea sin presencia de ningún feto, o las relamidas de comisura que se hacía para retirarse restos de comida ficticios cuando esta se abocaba para entregarle la cuenta o los jugueteos que sus anchos y extensos dedos peludos impartían a los botoncitos de la camisa blanca oculta bajo una cazadora de lo más refinada, desabotonándose alguno que otro, la trastornasen. No. Se debía más al hecho de que, de un momento a otro, justo cuando la situación parecía apuntar a que este le estaba tirando los tejos y que Ashanti no demostraba per se querer oponerse del todo a ello, Bastian reencauzó su atención en su objetivo inicial —o sea, la antítesis de la primera: la vivaracha Maca—.
Si le tocaba ser atendido por ella, no era como que por lo bajo solicitase un cambio de camarera. Se dejaba hacer y listo, pero desde ese día la mecánica se convirtió en que esta se encargaba de todas las mesas que lo circundaran para tener una excusa de mirarlo sin sentir remordimientos por haberse mostrado tan arisca con uno de los escasos clientes que la miraban de arriba abajo con una intención maliciosa, deteniéndose en su rostro por más segundos de lo considerado como educado, como si no creyesen la abominación que tenían ante sus narices.
Algo era seguro: Ashanti no pensaba destrozar lo que se le había inculcado desde que tenía memoria, pero si podía evitar que su amiga se dejase enroscar en sus redes, aunque fuere un compendio de todas las rubias ínclitas de la cultura pop, no cejaría en ello.
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Estigmas del corazón © [COMPLETA]
RomanceDesde que Ashanti posee raciocinio, sus padres la han cobijado bajo dos reglas inquebrantables: la primera es que jamás hay que rebelarse contra la familia y la segunda es que mezclarse con gente blanca, siendo ella negra, de manera romántica, no ha...