¡Bienvenidos!

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Se lo dedico a todos los que busca distraerse un rato de la realidad.

INTRODUCCIÓN

Nace otro Zaszasniag

En lo más oculto del Monte cuyano vive una comunidad de duendes muy peculiar, de ellos nunca se había hablado, no están ni en los mitos ni en las leyendas. Les temen tanto a los humanos, mucho más, que sus antepasados temían a las terribles bestias que habitaban el sur argentino (los dinosaurios) especialmente los Sauropodo: bestias gigantes de cuello largo y fémur que medían más de dos metros. Los duendes longevos que ya rosaban los 400 años contaban que sus ancestros eran devorados cada vez que esas bestias asomaban sus cabezas para devorar los árboles. Sin embargo, pasaron los siglos y los duendes siempre tenían un engendro para temer, quizás una regla inconsciente o consciente de la naturaleza para todos los seres que habitan este mundo: tener un enemigo y si es algo que se le teme, que sea enemigo de todos.

Los duendes más atrevidos desafiaban ese temor, molestando a los humanos con travesuras algunas piadosas otras terribles, solo dependía del carácter y el defecto del duende y en eso como en su fisonomía (exceptuando su verduzco color de piel) se parecían a los humanos. Los duendes más humanoides son los gnomos quienes en la comunidad son la minoría: ellos ponen las reglas, son los titiriteros de toda la comunidad una especie de caciques fríos y vagos; luego le seguían los duendes del primer rango: los verdugos y chupa medias, se encargan de llevar el control civil de la comunidad y mantener al tanto a sus superiores, adoran su posición porque delegan los trabajos más aburridos a los duendes del segundo rango y los trabajos más pesados a los duendes del tercer rango: estos últimos, son quienes no son parientes de los gnomos, la gran mayoría son jóvenes porque su fuerza sirve para la mantención de la vida acomodada de los superiores. Muchos son rebeldes y otros están conformes de no estar en condiciones marginales, lo extraño que el último escalafón de la pirámide lo puede ocupar hasta el hijo de un gnomo y no importa que tan influyente sea su familia, porque cualquier duendecilla puede tener la desgracia de tener un hijo que ocupe el nivel de siervo: pariendo un duende rojo o duende zaszasniag. La primera civilización que habitó las tierras cuyanas fueron los Huarpes quienes solían confundir a los duendes rojos con los zorros (especialmente por su fisonomía animal peludos y con garras). Los rebeldes y dañinos duendes del tercer rango los exponían a los zaszasniag como carnada a los Huarpes cuando salían a cazar, mientras se reían a carcajadas escuchaban a los Huarpes gritar —¡un zaszasniag!, lo que derivó que se apropiarán del sobrenombre.

Rara vez un zaszasniag se cruzaba con otro igual en la misma época y esto pasaba porque los zaszasniag se quitaban la vida a temprana edad. No tenía sentido vivir sin poder reír, jugar y hablar, convivir con la vergüenza y el desprecio de toda la comunidad, pasando al total abandono de sus padres que con suerte se esforzaban a ponerle un nombre.

Cuando nació Mina se convirtió en la primer zaszasniag rebelde, los duendes no podían creer que imitara la actitud de los duendes del tercer rango y encima se atreviera a contradecir órdenes. Los gnomos temían que ella se animara a quitarse el lazo que sostenía sus orejas que cada medio siglo crecía treinta centímetros de largo. Antes bastaba con decir una sola vez «si un zaszasniag se quita el lazo, muere en el acto», pero con Mina, toda la comunidad tuvo que complotarse para correr rumores por el campo de maíz y por las madrigueras: cada vez que Mina servía algún duende con sus innecesarios y estúpidos caprichos, siempre los encontraba murmurando alguna historia terrible: — El duende zaszasniag que duró 16 años, se quitó el lazo y salió corriendo, a los días solo encontramos su esqueleto y el que duró solo 5 años también se quitó el lazo en medio del campo de maíz, las moscas y los insectos que lo devoraban poco a poco, molestaban a los duendes que trabajaban en la cosecha, nadie quiso correrlo de ahí, fueron los mismos gnomos que lo cargaron en sus brazos y lo lanzaron al río.

Mina tenía sobreentendido que quitarse el lazo le causaba una muerte inminente de hecho, le decían que así los de su clase se quitaban la vida: por desobedecer. Aun así, Mina odiaba su lazo, porque a medida que crecían, renegaba con sus orejas como si fueran duendecillos que vivían saltando de un lado a otro. Mina cayó en la cuenta «cómo no se iba a quitar la vida uno, si estas orejas parecen tener vida propia», costaba mucho controlarlas, así como a los duendes les costaba controlarla a ella.

El problema menor era el aburrimiento que soportaba por ser servidumbre, la labor más aburrida era masajear a sus superiores incluso a los duendes del tercer rango, con quienes convivía más a menudo. Era una labor sobre humano, mejor dicho, sobre zaszasniag: hacerlo en la época de cosecha del maíz era terrible, significaba masajear por día más de cien espaldas, además trabajar soportando el hambre conformándose con que algún duende le lanzara la sobra del choclo o algunas duendecilla piadosas le dejen algunos granitos para masticar.

Un día de esos, todo transcurría en su monotonía hasta que el grito desgarrador de una duendecilla alteró a toda la comunidad, salieron corriendo desde el campo de maíz hacia las madrigueras ocultas en los árboles, Mina salió tras ellos y logró ver la conmoción de todos, algunos duendes se tapaban la boca y otros lloraban, un gnomo caminó entre los duendes alzando lo más alto que pudo al duende zaszasniag recién llegado al mundo, los demás retrocedían con temor y alguien gritó —¡miren, tiene el cuello blanco!

De repente el gnomo que lo sostenía lo soltó en el aire y Mina saltó del árbol como nunca creyó que podía saltar y lo atrapó en sus garras. ¡Tiene el cuello blanco! gritaban todos, los padres salieron corriendo, como la mayoría de los duendes que se ocultaron en sus madrigueras. Los gnomos que se quedaron, obligados para no perder jerarquía a pesar que se meaban encima, rodearon a Mina y al nuevo zaszasniag.

Un gnomo que se sostenía con una rama para caminar, se acercó y dijo con voz exigente pero entrecortada por el temor:

—A partir de ahora no te despegaras de esa cosa, le enseñaras tu labor y tus obligaciones y si es posible mantente alejada de nosotros.

—Pero si se mantiene alejada de nosotros ¿qué trabajo van hacer? —murmuró otro gnomo.

El gnomo reflexionó y alzó su rama apuntando con violencia el pecho de Mina y le gritó:

—¡A partir de ahora iras a la mina! —sentenció.

Mina retrocedió y tras la tensión que ejercieron sus orejas con el cuero de su cabeza, casi logra cortar el lazo, pero soportó una vez más esa molestia y gritó con rebeldía.

—¡No quiero ir a la mina!

—¡Porque crees que te llamas Mina, iras a la mina o quieres que te arrastre! —gritó el gnomo que a la vez parecía descomponerse.

«Arrastrada por un gnomo, ¡nunca!» pensó Mina mientras se imaginaba un futuro espantoso en la mina. Una sola vez la reprimieron con una semana en la mina y de ahí en más rezaba no volver a caer en ese calabozo.

—No hace falta, sé llegar sola —dijo Mina caprichosa y salió saltando hacia la mina.

Sus saltos ardían de furia, creyó que con este nuevo zaszasniag sus labores iban a disminuir y sin embargo todo empeoró. Servir en la mina es igual a ser esclavos en la mina, ni en figurita verían un choclo, le iba a tocar robarlos y luego bancarse el castigo. Cuando cruzó el río Mina pensó en lanzar a Cuello Blanco para que la corriente se lo lleve muy lejos, pero le bastó mirarlo a los ojos y sentir la sana envidia de que el pequeño zaszasniag tiene suerte de estar acompañado y quizás ella también tiene esa suerte, para no volver a sentirse nunca más sola. 


Los zaszasniag: El secuestro de Cuello BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora