Fabiana corría por su vida casi sin aliento, trepando la montaña y esquivando las piedras para no tropezar. Ese viejo estafador la perseguía a tiros y ella no se iba a rendir fácilmente a pesar que ya no sentía sus piernas de tanto correr. De repente fue cercada por el abismo y cayó al suelo de rodillas; al girar la mirada se enfrentó con el cañón del arma que retorció su corazón, sin embargo, ella se puso de pie con su rostro cubierto de tierra y su pelo castaño humedecido por la transpiración. Fabiana comenzó a respirar con dificultad y sacó coraje para gritar «mátame, pero me matas de pie maldito viejo». El viejo se preparó para disparar y antes de dar el gatillazo otro ataque sorprendió por la espalda a Fabiana: unas orejas rojas subían a toda velocidad desde el abismo, se movían como serpientes logrando cazar a Fabiana envolviendo sus piernas y haciéndola caer otra vez al suelo. Mientras es arrastrada, sus manos se cubrían de sangre por aferrarse a la última piedra antes del abismo. Se podía ver en sus ojos color almendra que no visionaba su salvación y se quebró en llanto por la impotencia, sabía que no iba a resistir mucho más y a la vez pensó «ya no voy a sentir dolor si caigo al infierno». Entonces cuando solo le quedaba un suspiro lo dejó ir en el deseo que la familia del Ben Bar esté a salvo y ya rendida, se soltó de la piedra.
Al avanzar la mañana el sol atravesó las ventanillas traseras del camper de Fabiana, se trata de una combi estilo pop que no pasa por desadvertida a pesar de llevar por fuera pintura color manteca. Fabiana estaba hecha un zombi con el maquillaje corrido, le costaba abrir sus ojos y de milagro logró despertar tras la mezcla de vinos de anoche. Sin embargo, semejante madrugada con sobresaltos ameritaba unas horas más de sueño, pero el timbre del celular retumbaba en cada esquina de su camper y colisionaba como bombas atómicas en su cabeza, sin dejarle más remedio, que atender.
Ñam, ñam, ñam —¡Ni se te ocurra cortar! —dijo Mina mientras masticaba un choclo.
Fabiana escuchó esa chillona voz que irritó su oído al punto de alejar el celular y preguntó refregándose un ojo —¿Qué pasa ratita?
—Mina, mi nombre es Mina y la rata serás vos, la que huye como una rata —se quejó Mina zapateando sobre madera.
La madera de la barra del Ben bar: allí estaba Mina junto a Benicio, que se lo alcanzaba a escuchar exigiendo el teléfono, pero Mina no quería entregárselo, se sentía el escandaloso forcejeos de manos y los estruendosos vidrios que se reventaban al piso. Tras unos segundos Benicio ganó el teléfono y logró decir:
—Hola Fabiana soy Ben, regresa de una vez al bar y te explico como son las cosas —sus últimas palabras se desvanecieron por culpa de Mina que volvió a quitarle el teléfono, con una de sus largas orejas.
—Tienes que volver ya, porque vos sos la responsable de mis problemas —exigió Mina dando latigazos sobre el suelo, que tumbaron algunas sillas.
—¡Y vos de mis problemas, rata apestosa! —gritó Fabiana cortando el llamado.
A esta altura la resaca de Fabiana se hizo anecdótica, nada la noqueó más que ese llamado. Ella desde niña sufre de ansiedad social, gracias a diferentes tratamientos ha logrado sobrellevar gran parte de estos episodios y convivir con sus crisis. De hecho, sabe identificar cuando comienzan los síntomas, por ejemplo: ahora, las paredes coloridas de su camper se achican al punto de asfixiarla y Fabiana desesperada se calzó sus pantuflas de animal print, abrió la puerta corrediza y saltó afuera con las manos extendidas, respirando profundo hasta apoderarse de la paz de Valle Hermoso.
Pero no conseguía la paz con sus intentos de respiros profundos a pesar de estar rodeada por montañas de diferentes alturas; un lago que se disputaba una reñida competencia de belleza con el cielo y el sonido melodioso de los pájaros. No lograba concentrarse, porque la brisa le dio escalofríos por tener húmedo su largo cabello; como también su pijama blanco que había sido víctima de la traspiración por aquella pesadilla. Además, nunca fue buena para la meditación y tuvo malas experiencias con lo espiritual. Ella es más a tierra, aunque se sienta como una hormiga que corre hacia un lugar seguro cada vez que la tormenta barre su hormiguero a pedazos.
Para recobrar algo de paz tenía que activar, distraerse, encendió la pava eléctrica para los mates, sin embargo, su ansiedad seguía creciendo, no fueron suficientes acabarse dos termos de agua para que el llamado siga torturando su día, terminó explotando en llanto y recordó aquellos berrinches que le hacía a su madre: llorando hasta quedar seca y con los ojos y cachetes rojos, mientras su abuela paterna decía a lo lejos «deja de consentir a esa niña, solo sabe hacer berrinches». En ese entonces la madre de Fabiana desesperada, ya no sabía si calmar a su hija o calmarse ella para no explotar contra su molesta suegra.
Fabiana necesitaba ese calor materno, secarse las lágrimas mientras caían otras y que su madre le dijera «ya pasó Fa, deja de llorar, no es nada» Hoy de grande agradecería esa mentira piadosa de que no es nada, cuando lo es todo, de niña no la tomaron en serio y de grande no cambió mucho:
—¿De qué huyes? —le decía su madre, mientras Fabiana empacaba para irse de ese pueblo aburrido con su camper.
—No estoy huyendo, solo voy a viajar unos meses.
—¿Y si te agarra una crisis? al menos promete llamarme.
—Si te llamo será para maravillosas noticias —Fabiana contestó segura que jamás la llamaría por una crisis, como la que está padeciendo ahora.
La ansiedad social le provoca estrés y vergüenza, la última vez que trabajó formalmente terminó en el pico máximo de ser medicada por su psiquiatra. Con veintiséis años no quería depender de drogas para descansar, entonces dejó su trabajo estable y su casa materna, tras creer que viajar un tiempo le haría bien a su salud. Apenas tuvo la oportunidad compró su camper, que más que su hogar se convirtió en su refugio y comenzó a atravesar nuevos caminos. Notó muchas cosas positivas, abandonó las pastillas para dormir y sus crisis estaban desapareciendo. Además, descubrió algo mágico cantar en público y hablar sobre un escenario a viva voz, le salía como si fuera el ser más extrovertido sobre la tierra.
Nunca antes se sintió cómoda socializando con otras personas, solía ponerse nerviosa y callada. Ni siquiera tenía amigos: uno de los tantos psiquiatras que visitó, iba a marcarla para siempre. El tipo para el colmo se llamaba Salvador y se había empecinado a escarbar el pasado de Fabiana, en busca de algún trauma infantil que haya provocado su enfermedad y nada. Acabó con sentenciarle una dramática vida por culpa de su crónica ansiedad social: carencia de virtudes para afrontar emociones, falta de amigos y de estabilidad de todo tipo incluso económica.
Sin embargo, una luciérnaga siempre asomaba en su ser, quizás un gran defecto que a ella con sus condiciones le servía de virtud: su terquedad hasta la muerte, Fabiana se desafió demostrarle a él, a su madre y a todos los que la empujaban a su oscuro destino que su vida sería todo lo contrario. Si bien, hacía cosas con miedo, se sentía orgullosa con los pocos logros que conseguía en su nueva vida nómade, donde disfrutaba de su tiempo a su antojo apartada de cualquier presión social. Aunque el camino le trajo nuevos problemas, empezando por los problemas mecánicos de su camper, que la dejó a pie antes de llegar a Valle Hermoso, deteniéndose frente al Ben Bar.
Allí conoció a un grupo de personas con quienes compartiría rasgos de compatibilidad y contrastes: con el pianista Rober lo desbocado excepto por ocultar su amor imposible, con la moza Rufina la impulsividad, con el poli rubro Teo la resiliencia, con Cata la administradora la avidez y con Benicio el dueño del bar lo extraño, tan extraño, como su peculiar mascota: Mina. Fabiana se esforzaba mucho para lidiar con ellos y agregar un animal extraño que habla y la torea como un animal salvaje, era el colmó. Demasiado le cuesta sobrevivir para que una rata apestosa intente acabar con su vida en un pestañear, pero también esa rata apestosa amenazaba acabar con toda la familia del Ben Bar, lo que la empujó a huir sin imaginar que esa decisión no la ayudaría a escapar de los problemas que traía a cuestas desde el pasado.
Desde entonces Mina la llamó día y noche exigiendo que regrese. Fabiana no entendía que problema tenía la ratita contra todos, pero solo regresando saldría de las dudas y no estaba segura de hacerlo. Necesitaba una fuerte razón para regresar al bar y otra vez su madre se colaba en sus pensamientos «vamos Fa deja de esconderte, el hombre salió de la caverna hace siglos», bastó con eso para fundirse con vigor el alma y animarse a regresar al bar.
ESTÁS LEYENDO
Los zaszasniag: El secuestro de Cuello Blanco
Viễn tưởngLos zaszasniag: Mina y Cuello Blanco han huido del bosque donde vivían como esclavos de una comunidad de duendes. Al llegar a la ciudad durante décadas jamás confiaron en los humanos, hasta que conocieron a Benicio un niño con un especial poder espi...