| Capítulo 1 |

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Los rallos de sol atravesaban las cortinas de mi habitación hasta impactar en mi cara, despertándome. 

Me acomodé en la cama esperando conciliar el sueño de nuevo sin éxito, de modo que aparté las sábanas de mi cuerpo para asearme y vestirme. Fui al baño con los ojos medio cerrados y abrí el grifo de la bañera. Me despojé de mis prendas, me metí en el agua tibia y comencé a lavar mi cuerpo con total calma. Una vez limpia, salí del baño y me puse la ropa que me había preparado mi madre el día anterior. Uno de los tres vestidos que poseía, de color azul claro, ese mismo con el que arropan a los niños nada más nacer. También me había dejado los zapatos de vestir que odiaba ponerme, eso significaba que hoy tendríamos visita. Con el ceño fruncido me puse los dichosos zapatos, me miré al espejo mientras me colocaba un mechón de pelo tras la oreja y bajé al comedor a ver a madre.

—¡Jane! Ya era hora de que te levantaras —dijo mi madre con voz chillona—Siéntate, ya casi está el desayuno—yo me senté sin rechistar.

Admiro a mi madre, claro que lo hago, criar a tu hija sola no tiene que ser nada fácil.

Mi padre nos abandonó cuando yo tenía 3 años, actualmente tengo 23. Según mi madre, su amor por el mar le volvió ciego y una noche cogió el barco de la familia y zarpó a mar abierto con un grupo de marineros que estaban desesperados por salir de este asqueroso pueblo. Para ser sinceros, yo también amo el mar, desde que tengo uso de razón, pero tengo miedo de decírselo a mi madre.

Mi madre sirvió dos platos de huevos con un trozo de pan para las dos y comenzamos a comer.

—¿Quién viene hoy madre?—le pregunté una vez terminado mi plato.—Mis botas no estaban en mi cuarto.

—Oh hija, esas botas no hacen más que recordarme a tu padre. Discúlpame cariño, ahora mismo te las traigo—dijo mientras se levantaba de la mesa.

—Tranquila madre, dime donde están e iré yo a por ellas, tu termina de desayunar—.

—De acuerdo. Están en la entrada, junto a las riendas de Umber. Por cierto, necesita que le eches más agua—me informó ella.

Subí a mi habitación a quitarme esos malditos zapatos y bajé a ponerme las botas y a llenar un cubo de agua para llevarle a Umber. Umber es el caballo que encontré en el bosque hace unos años, estaba herido de una pata tirado tras un arbusto. Pedí ayuda en la casa de unos vecinos que tenemos al lado, una pareja encantadora de unos 30 años aproximadamente. El hombre, Henry, me ayudó a trasladar a Umber y llevarlo al cobertizo de casa para poder curarle y alimentarlo apropiadamente. Supuse que estaba solo, así que le pregunté a mi madre si nos podíamos quedar con él y ella aceptó gustosamente. Dijo que necesitaba algo de compañía y que me vendría bien.

Le cambié el agua y coloqué la montura para salir a dar un paseo por la montaña

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Le cambié el agua y coloqué la montura para salir a dar un paseo por la montaña. Umber estaba feliz, lo notaba. Pasamos cerca del puerto y subimos a un acantilado a mirar las olas del mar. Siempre me sentaba en este lugar y me preguntaba qué sería de mi padre. ¿Será feliz? ¿Habría conocido a otra mujer y tendría una nueva familia? Pero la que más se me pasaba por la cabeza, ¿Será un pirata?

| La reina del mar | Piratas del Caribe |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora